Cambios y Transiciones

Actitudes ante cambios y transiciones

 

A lo largo de la vida estamos sujetos a infinidad de cambios. Unos son de índole material o física y otros psicológicos o emocionales; unos son voluntarios y otros escapan a nuestra voluntad. Cambia nuestro cuerpo, cambiamos nuestras relaciones, trabajos, lugares de residencia, tenemos hijos, hacemos amigos, se mueren nuestros seres queridos, etc.

No por el hecho de que los busquemos nosotros los cambios son automáticamente bien digeridos. A veces asimilamos mejor y más rápido un cambio inesperado que uno que ha constituido un anhelo de larga duración. El cambio parece ser una condición inherente a la vida humana y sin embargo nos resistimos con frecuencia a él.

“Soltar amarras” nos cuesta, hasta el punto en que, aun habiendo decidido nosotros mismos el cambio, nos llegamos a plantear si ha sido una buena idea. Es muy común, por ejemplo, sentir la necesidad –incluso la urgencia– de cambiar de lugar de residencia por distintos motivos: los hijos se han ido a vivir por su cuenta y la casa “se nos viene encima”; o, por el contrario, la familia aumenta y tenemos la sensación de vivir hacinados. Nos vamos a vivir a un domicilio más pequeño o más grande –según el caso-, y al cabo de muy poco tiempo empezamos a encontrarle todas las virtudes al anterior. ¿Hemos hecho bien con el cambio? ¿No nos habremos precipitado en la decisión? Pero no nos engañemos: normalmente ese tipo de sensaciones tienen poco que ver con el hecho en sí; más bien son la consecuencia de una situación personal poco feliz o estable. El cambio es el detonante de ese sentimiento de duda.

Mediación y Coaching. Javier Salvat

Nos identificamos con lo que hacemos, con nuestros roles en la vida personal y profesional y nos aferramos a ellos hasta el punto que, si cambiamos nuestras circunstancias, tendemos a hacer interpretaciones negativas sobre nuestra nueva situación.

Dejar atrás algo no es tarea fácil. En muchas ocasiones hemos “puesto fin” a una situación, sea de manera voluntaria o no. Pensemos en aquellos momentos en lo que lo hemos hecho a lo largo de la vida. En ocasiones son fáciles de describir: se acabó la escuela, una relación, nuestro mejor amigo se fue a vivir a otra ciudad, dejamos el equipo, acabamos la carrera, etc.; otras veces, los finales son más difíciles de definir: la pérdida de confianza en alguien, el desvanecimiento de una idea o de una creencia.

Así, aunque parezca paradójico, un cambio para mejor puede dejarnos al principio un cierto sinsabor, parecido al que tuvimos un tiempo atrás cuando experimentamos el final de una situación. Poco que ver con el estado actual, sino con la forma en que reaccionamos con anterioridad.

Cada uno tiene su particular manera de afrontar una situación de cambio. Hay quien toma la iniciativa para liderar los acontecimientos considerando que, seamos o no enteramente dueños de nuestro destino, tenemos gran parte de responsabilidad en los procesos de transición; por otra parte, hay quien simplemente deja que los acontecimientos ocurran, con un sentimiento de impotencia en cuanto a la posible influencia propia.

¿Cuál es tu manera de afrontar los cambios? ¿Estás satisfecho con ella? ¿Te apetece que hablemos?

 

 

 

Valores, Hábitos y Conductas

Los valores, hábitos y conductas deben estar alineados y reforzarse mutuamente.

Identifica lo que deseas, trabaja para conseguirlo y valóralo cuando lo tengas. Nora Roberts

Todos hemos tenido, en algún momento de nuestra vida, un sueño, algo que suponemos que va a llenar de satisfacción nuestras vidas. No todos, sin embargo, hemos sido conscientes de que un sueño, no por el mero hecho de existir, se vaya a hacer realidad.

Para que un sueño se convierta en algo real debe revestirse de una serie de cosas, fundamentalmente de un plan de acción y de unos plazos. A partir de ese momento alcanza la categoría de objetivo.

Los objetivos pueden ser algo que queremos ser, hacer o tener. También los podemos clasificar en objetivos de realización, de abandono de una conducta o actitud, o de un simple cambio.

A los que están familiarizados con los procesos de coaching, les sonará aquello de que los objetivos, para ser sólidos y tener probabilidades de cumplimiento, deben ser concretos, medibles, alcanzables, realistas y dotados de plazos de ejecución. Si bien todo ello es cierto -y estoy totalmente de acuerdo en que dichas premisas son efectivamente condiciones necesarias-, para darle más oportunidades de éxito, al objetivo le conviene añadirle un plus.

Sin llegar a ser plenamente consciente de ello, en muchas ocasiones los objetivos no nos lo marcamos nosotros mismos, sino por alguien del entorno, ya sea familiar o profesional. No entro a hacer un juicio de intenciones -que a priori supongo honestas-, pero la experiencia me ha mostrado repetidamente que el titular del objetivo no siempre es la misma persona encargada de perseguirlo.

En el ámbito del deporte de formación, por ejemplo, es muy común que el anhelo de alcanzar una carrera exitosa sea más un objetivo de los padres que del propio deportista. Ocurre también en el mundo de la empresa, cuando los objetivos de un empleado o de un equipo son más impuestos que consensuados. En ambos casos, parece que el lema del protagonista sea “Debería…”, “Tengo que…”, “Me han dicho que…”, etc. El resultado es una falta de pasión que repercute en el rendimiento, y dificulta enormemente el cumplimiento del objetivo.

La gente no es perezosa, simplemente tiene objetivos impotentes; es decir, objetivos que no le inspiran. Anthony Robbins

¿Qué falta en estos casos? Nada menos que una verdadera conexión emocional a la hora de establecer nuestras metas. Y esa conexión es la que permite que nuestras habilidades afloren y nos otorguen más probabilidades de éxito en la tarea. Los objetivos deben estar alineados con los valores y principios que nos inspiran. Si no es el caso, corremos el riesgo de ir hacia un futuro estéril.

Valores, hábitos y conductas se refuerzan mutuamente, y lo esencial es que estén alineados porque, de lo contrario, se reforzarán igualmente pero en sentido negativo. Por valores humanos entendemos aquí todo aquello que es importante acerca de ese objetivo en concreto, lo que nos engrandece como personas al lograrlo. Las actitudes deben ser un soporte para los valores y viceversa. Tener una buena consideración hacia uno mismo y hacia los demás ayuda enormemente a tener una buena actitud.

Antes de marcarse un objetivo, cuando nos encontramos todavía en el ámbito de las ideas o deseos, vale la pena hacerse unas cuantas preguntas que nos serán de gran ayuda para identificarlo y saber si vale la pena ir a por él, o por el contrario lo dejamos tranquilo en el mundo de las ideas.

¿Qué significaría para mí lograr ese objetivo? ¿Cómo creo que te voy a sentir si lo logro? ¿Qué valores lo respaldan? ¿Cuáles de mis actitudes me serán de ayuda para conseguirlo? ¿Qué siento cuando pienso en él? ¿Qué me está diciendo mi intuición? ¿Estoy realmente decidido a alcanzarlo? ¿Qué obstáculos pueden aparecer en el camino? ¿Cuáles son mis puntos fuertes?

Éstas son las preguntas relacionadas con la inteligencia emocional que debe acompañar a los requisitos generales que comentábamos más arriba.

Objetivo con Inteligencia Emocional

Pensamientos + Sentimientos + Acción

¿Te atreves a hacer una lista de cosas que te gustaría lograr? ¿Te sientes capaz de identificar tus valores para conectar con tus objetivos y poder aplicar la inteligencia emocional necesaria para alcanzarlos? ¡Adelante! Y si necesitas ayuda, ya sabes dónde encontrarme.

Comunicación Efectiva

¿Qué es la comunicación efectiva?

Este pasado sábado tuve el privilegio de impartir un taller sobre comunicación efectiva utilizando las herramientas de la inteligencia emocional. El taller fue compartido con Sandra Marquès, que se centró en los aspectos emocionales que obstaculizan la comunicación y la manera en que podemos convertirlos en aliados. Empezó por invitar a los participantes a decir adiós a las culpas y realizar un viaje interior de reconocimiento de la situación presente para darle un impulso hacia el futuro.

Mi tarea consistió en ayudar a identificar todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición para lograr una sinfonía comunicativa de alto nivel. Quiero aclarar que me gusta más hablar de comunicación eficaz que de buena comunicación; para mí es importante valorarla en función del cumplimiento de su objetivo inicial.

Sugerí a los asistentes que, como reflexión previa a cualquier conversación, se hiciesen siempre la siguiente pregunta: ¿Escuchamos para entender a nuestro interlocutor o estamos pensando únicamente en lo que vamos a replicar a continuación?

Odio que la gente hable mientras yo interrumpo. Vicenç Pagès, Dies de frontera

Para entender las cosas, hay que colocarse en la casilla de salida. Antes de meternos en harina, es conveniente saber cuáles son, a mi modo de ver, las premisas de este apasionante mundo de la comunicación.

Para empezar, entiendo que no comunicar es imposible. Incluso quien nos ignora nos está indicando de alguna manera que, por alguna razón, no quiere establecer contacto con nosotros. Su ignorancia es su manera de comunicarse. Otra premisa básica es que todos somos diferentes. Eso es algo que hay que tener muy en cuenta si queremos que nuestro objetivo sea la eficacia. La comunicación es un producto a medida de los participantes.

Hay dos premisas muy relacionadas entre sí. La primera es que la percepción personal de algo equivale para esa persona a la realidad. Eso nos lleva a la segunda: cuando percibimos una coincidencia como incompatible, surge el conflicto. No es necesario que la incompatibilidad sea real, su simple percepción es suficiente para originar una situación conflictiva.

Aunque sea lógica, la premisa de que todos tenemos derechos, tales como a expresar nuestra opinión, a discrepar o a callar, la realidad nos dice que no todo el mundo la acepta.

Finalmente, diría que uno de los problemas de la comunicación es la falta de conciencia de nuestra habilidades para llevarla a cabo. Decía Galileo que a un hombre no se le puede enseñar nada; tan solo se le puede ayudar a que recuerde lo que ya sabe. Pensar que uno carece de esas habilidades forma parte de la larga lista de creencias limitadoras.

Los asistentes se vieron identificados, en algún momento de su vida, con los diferentes estilos de comunicación, esquematizados y resumidos en esta lista: agresivo, manipulador, pasivo y asertivo. Hubo quien reconoció que su estilo dependía en gran medida de la persona que tenía delante. Y cuando hablamos de los elementos que ayudan a desarrollar la asertividad, surgieron los conceptos de empatía, respeto, autenticidad, disponibilidad, flexibilidad y presencia. Ésta última tal vez sea la que resume la mejor actitud con la que podemos acoger al otro para comunicarnos con eficacia.

También recordamos las diversas técnicas que facilitan ese diálogo colaborativo: la escucha activa, el reconocimiento, la reformulación, el lenguaje del YO, los anclajes y el feedback.

Varias sonrisas acompañadas de un gesto sombrío se esbozaron al mencionar los roles que se van tomando cuando la comunicación se vuelve tóxica: el perseguidor, que mantiene una postura agresiva y necesita ser temido; la víctima, que necesita que la compadezcan; y el salvador, que necesita que le necesiten. Y cómo esos roles se van intercambiando, incluso en una misma interacción.

Cuando abordamos las actitudes que se suelen adoptar frente a una situación de conflicto, los asistentes fueron reconociendo, con matices, las de evitación, control, acomodación, compromiso y colaboración. Se identificaron con unas más que con otras, también en función del momento de sus vidas y de las demás partes en conflicto.

Una de los momentos de más impacto se produjo al hablar de la comunicación no violenta y de la enorme fuerza a nivel personal y colectivo que este enfoque genera. De forma muy resumida, podríamos enumerar sus tres pilares básicos: toda manifestación de violencia es la expresión trágica de una necesidad no satisfecha; para practicar la CNV es preciso expresar tus propias necesidades y escuchar las del otro; lo que hacen los otros puede ser el estímulo de nuestros sentimientos, pero no su causa. Su secuencia práctica es: observación de la situación, identificación de los sentimientos que genera y las necesidades que aflora, para llegar a concretar las acciones que solicitamos que se lleven a cabo.

Abordamos la importancia de la comunicación no verbal, expresada en el estudio de Albert Mehrabian sobre el impacto relativo del lenguaje propiamente dicho, la manera en que lo expresamos y cómo lo acompañamos.

La comunicación no verbal prevalece sobre la verbal si existe contradicción entre ambas. Ángel Lafuente

Todos tenemos una preferencia sensorial a la hora de comunicarnos: unos somos más auditivos, otros más visuales, otros cenestésicos, y lo reflejamos en nuestra expresión verbal: “No lo veo claro”, “Esto huele a chamusquina”, “¡Qué bien me sienta estar contigo!”.

Reconocimos la importancia de la proxemia (distancia física de comunicación) en las diferentes culturas y situaciones, y el rol olvidado del tacto en nuestra sociedad, así como la importancia de saber gestionar adecuadamente los silencios.

Pensad siempre que tocar puede ser una delicada alternativa al silencio. Sebastià Serrano, El regal de la comunicació

Fueron unas horas de viaje interior, de aceptación de nuestra vulnerabilidad, de puesta en común de experiencias en todo lo relativo a fortalezas y debilidades para lograr la comunicación eficaz que perseguimos. Tengo la sensación de que todos salimos más conscientes de nuestras habilidades, mejor equipados para afrontar cualquier situación que se nos presente en el terreno de las interacciones humanas, con las teclas de la comunicación mucho más afinadas. Y eso es muy satisfactorio.

Autoestima

La autoestima o cómo te valoras

Es muy común tener la sensación de que podemos ofrecer al mundo mucho más de lo que le damos, de que no se nos exprime lo suficiente. Queremos mejorar en muchos aspectos y tenemos prisa en lograrlo. El problema de ese deseo de inmediatez es que estamos dispuestos a quemar etapas, a costa de errar el rumbo.

Antes de empezar cualquier proceso o formación para la mejora o el crecimiento, y en especial aquéllos que persiguen un incremento del nivel de calidad en la comunicación (ventas, coaching, mediación y otras), es necesario tener claras una serie de cuestiones: ¿Quién soy realmente?, ¿qué quiero llegar a ser?, ¿cuáles son mis puntos fuertes y cuáles son susceptibles de mejora?

¿Nos conocemos bien? ¿Cómo nos valoramos? ¿Cómo valoramos a los demás? Estas preguntas, que pueden sorprender porque damos por sentadas las respuestas, son fundamentales para diseñar la hoja de ruta individual. Cada persona es distinta, y distinto será cada viaje.

Es conveniente empezar por lo que piensa uno de sí mismo, cómo se valora. En definitiva, cuál es el nivel de autoestima. ¿Recuerdas alguna vez en la que hayas querido hacer algo para lo que no estabas preparado y te has negado a pedir ayuda? ¿Qué pensaste? ¿Cómo te sentiste? ¿Qué hiciste? ¿Cómo actuarías si te volvieses a encontrar en esa situación?

La peor soledad es no sentirse a gusto con uno mismo. Mark Twain

Recuerda que debes distinguir lo que eres de lo que eres capaz de hacer. Es necesario distinguir las cualidades incondicionales – soy digno de confianza, honesto- de aquéllas que están ligadas a una actividad -soy un buen abogado, juego muy bien al fútbol, etc.

Otro de los obstáculos que nos imponemos a la hora de valorarnos es condicionar nuestro bienestar a una serie de situaciones que necesitamos para identificarnos: “Me siento bien siempre y cuando…”. ¿Tienes la sensación de que a veces supeditas tu bienestar al cumplimiento de ciertas condiciones? ¿Sabrías identificarlas? ¿Necesitas que esté todo perfecto, controlar a los demás, estar siempre ocupado, ganar en cualquier ocasión? Si te encuentras en alguna de esas situaciones o en cualquier otra semejante, existen ejercicios que permiten convertir las condiciones de valor en declaraciones positivas incondicionales.

Estás siempre contigo mismo; intenta disfrutar de la compañía. Diane von Furstenberg

Despójate de todo lo que lastre tu autoestima: por muy bien entrenado que estés, no podrás correr bien si llegas a la línea de salida con el traje de calle.

Como siempre, me tienes a tu disposición para echarte una mano.

Sentimientos y Frustraciones

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes pomposos y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

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Con la serenidad que dan el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es. Pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.