Aprobado general

Si no lo hemos experimentado directamente, seguro que muchos hemos oído hablar de un profesor que tenía la costumbre de regalar un aprobado general.

Recuerdo el conocido caso de un catedrático de universidad -hace de eso muchas décadas- que utilizaba con asiduidad esa práctica. Cuando alguien se la reprochaba, siempre contestaba: “Ya les suspenderá la vida”. Manifestación en apariencia banal, como si fuese consecuencia de una falta de interés por el devenir del alumno. En realidad, de una crueldad inmensa con consecuencias catastróficas para quien en principio podría considerarse como beneficiado por la medida.

En efecto: hay muchas probabilidades de que quien esté acostumbrado a recibir el aprobado sin haber hecho el más mínimo esfuerzo sea arrollado por el torbellino de la vida y recoja el correspondiente suspenso. Un suspenso mucho más doloroso y duradero que el de la aquella asignatura. Puedo dar fe de varios casos. Tan difícil de superar es una juventud dura como lo es superar una demasiado edulcorada.

Cierto es que cada persona tiene su propia manera de reaccionar frente a las circunstancias; eso nos hace genuinamente distintos y humanos. Pero precisamente por eso, habrá muchos que interiorizarán la idea de que el esfuerzo no es necesario para alcanzar el éxito. Así, nuestra tarea no es la de dejar el camino allanado para que los que vienen detrás puedan circular con comodidad sino enseñarles a allanarlo por sus propios medios. No siempre van a tener un pionero que les preceda y les deje las cosas fáciles.

En el caso concreto de la educación en la infancia, conozco casos muy cercanos de elogio por parte de padres y profesores al talento y la inteligencia de algunos alumnos. Para mí, no son ni el talento ni la inteligencia en sí lo digno de elogio, sino el trabajo que supone ponerlos en práctica. Elogiar más el talento que el esfuerzo tiene el alto riesgo de que el niño se convenza de que su talento será siempre suficiente para triunfar.

Proteger es enseñar a utilizar las herramientas precisas para vivir; sobreproteger es hacer creer que todo es positivo, ocultando que el mundo tiene colmillos.

Tan dados como somos al movimiento pendular, corremos el riesgo de caer en el otro extremo y preconizar la dificultad como paradigma del aprendizaje. Una cosa es que te lo dejen chupado y otra que te lo pongan poco menos que imposible. Esfuerzo sí, pero esfuerzo inteligente, tendente a la adquisición de hábitos y habilidades con el objetivo de estar en condiciones de superar los obstáculos. Recordemos que una vida plena requiere ponerse retos a la altura de las propias capacidades. Ni más bajos, lo que lleva al aburrimiento, ni tan altos que caigamos en brazos de la frustración. Una vez adquiridas esas habilidades, es imprescindible ponerlas en práctica de manera sostenida y constante. Nos cuesta hacerlo; diría que es una de las asignaturas pendientes más evidentes del ser humano.

Con la práctica no llegaremos a la perfección, pero eso no es ningún problema porque la perfección, diría que casi por definición, es inalcanzable. Pero el hábito del esfuerzo repetido afina el talento y nos acerca a la transformación y ésta, al cambio deseado.

I yearn not for the easy path, but for the right path.  For ‘easy’ and ‘right’ are rarely compatible. Craig D. Lounsbrough

Un buen resultado puede llegar, en escasísimas ocasiones, como fruto de una casualidad, pero recordemos que el resultado que no es consecuencia de un proceso no sirve para aprender. Y los procesos suelen requerir esfuerzos.

Por favor, no caigamos en la tentación de regalar un aprobado general, en ningún ámbito y en ningún momento. Es un veneno de efectos a largo plazo, pero enormemente letal.

Fomentar la autonomía

 

La autonomía, factor clave para el desarrollo de la autoestima

 

Su infancia fue dulce, aunque no especialmente feliz. Desde un punto de vista material, tuvo todo lo que un niño puede desear y, desde luego, mucho más de lo que podía necesitar. Los problemas eran algo ajeno a su vida y, si alguna vez oía hablar de ellos, tenía el pleno convencimiento de que no iban a pasar a mayores porque su padre estaba ahí para solucionarlos. Vivía en una campana de cristal, a salvo de cualquier cosa que pudiera perturbar su tranquila y aséptica existencia, aunque eso también le privaba de experimentar otras sensaciones.

Si bien en la infancia su incapacidad para afrontar problemas tenía una escasa repercusión en su vida, en la adolescencia la cosa empezó a manifestarse con mayor frecuencia e intensidad. En la relación con amigos, profesores, compañeros de equipo, entrenadores, cada vez que surgía algún roce, discrepancia o litigio, se sentía totalmente desarmado. Miraba a su alrededor pero no siempre encontraba a su padre para que saliera al rescate.

Fueron pasando los años y ese muchacho, convertido en hombre y padre de familia, seguía sin encontrar los recursos para afrontar problemas. Por ley de vida, el apoyo de su padre se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo. Le seguía costando mucho tomar decisiones, tal era su inseguridad y falta de confianza en sí mismo.

La sobreprotección lastra al individuo. Es una bomba de relojería que tiene todos los visos de explotar más temprano que tarde a lo largo de la vida.

La cabeza le daba vueltas sin cesar. La situación era insostenible. ¿Cómo voy a poder salir de ella?, pensaba. Su desesperación adquirió dimensiones insoportables. Culpaba a sus padres por cómo le había educado y se envenenaba con ese sentimiento. Hasta que un día se encendió un interruptor en su interior y tomó la decisión más importante de su vida: haría lo que fuera preciso para acabar con la situación. Dio un puñetazo en la mesa y salió a dar un paseo. Las mejores ideas las había tenido siempre mientras caminaba. Se mostró resuelto a dejar de lado su temor a parecer vulnerable y pidió ayuda a un amigo. Un arduo trabajo de autoconocimiento le ayudó a desarrollar una autoestima que parecía desaparecida desde tiempo inmemorial. Poco a poco fue tomando el timón de su vida y adquiriendo práctica en la toma de decisiones.

Era consciente de que no es suficiente con haber llegado a ese estado y actuar de manera rutinaria sino que hay que trabajar todos los días para no correr el riesgo de recaer y volver a la casilla de salida. A menudo se hace la misma reflexión: qué duro es sobrevivir a una infancia regalada… Y se ha propuesto llevar la lección a la práctica en todos los ámbitos de su vida: personal, profesional y social.

Fomentar la autonomía en la infancia eleva el nivel de autoestima cuando se producen los logros, por pequeños que sean.

Con la lección bien aprendida, intenta aplicarla a la educación de sus hijos. No piensa hacerles pasar por una vida como la suya. Aun sin intención –da por hecho que en su caso se actuó de buena fe- la sobreprotección puede equipararse en sus consecuencias a un maltrato del cual es difícil y costoso recuperarse. En sus relaciones profesionales ha constatado que lo que dice Daniel H. Pink es totalmente cierto: el control lleva a la docilidad; la autonomía, al compromiso. La autonomía genera autoestima, y ésta es uno de los elementos básicos y originales de la inteligencia emocional. De hecho, es el que permite acceder al resto de elementos.

Estemos abiertos a opiniones ajenas, solicitemos consejos y ayuda si lo consideramos necesario, pero tengamos el firme propósito de tomar nuestras propias decisiones y hacernos responsables de ellas. Nuestra felicidad está en juego.

 

La inteligencia emocional se aprende

Inteligencia emocional y autoestima

Hay actividades y situaciones en las que nos encontramos muy incómodos, lo que nos genera actitudes negativas: una difícil relación con un compañero de trabajo, la deficiente gestión de un conflicto con un usuario, el engorro que supone presentar un informe de forma correcta y en plazo, la alergia a la informática, etc. La casuística puede ser muy variada. Esas actitudes constituyen interferencias que impiden el desarrollo íntegro de nuestro potencial a la hora de rendir en el trabajo o de relacionarnos con nuestro entorno en la vida privada.

Desarrollar la inteligencia emocional sirve, además de para apartar los obstáculos o interferencias anteriormente señaladas, para otras muchas cosas. Una de ellas es la mejora de la gestión de las propias emociones, lo que constituye una enorme ayuda para afrontar todo tipo de situaciones, y de manera muy concreta los conflictos.

El emocionalmente inteligente se muestra seguro de sí mismo, al tiempo que muy respetuoso con los demás. Esa seguridad le permite mostrarse positivo y digno de confianza. En una sociedad un tanto neurótica no suele pasar desapercibido, pues su destreza le permite mantener los niveles de estrés por debajo de los del resto de personas. Está bien equipado para afrontar los cambios que se le presenten, tanto en su círculo íntimo como en el social y profesional, y le preocupa sólo lo justo caer en el error, porque es capaz de aprender de él.

Los elementos que integran la inteligencia emocional se retroalimentan. El primero y más básico es la autoestima. De su buen nivel se beneficia el propio interesado y todas las personas que, de cerca o de lejos, se relacionan con él.

“Cuanto mejor te sientas contigo mismo, menos necesitarás alardear de ello.” Robert Hand

Se puede saber si la autoestima es real o una mera pose fijándose bien en dos detalles: si el individuo en cuestión acepta sin problemas a los que son muy diferentes a él; y si no tiene problemas para ser cuestionado, e incluso solicita recibir críticas sobre su forma de actuar.

En caso de recibir un feedback positivo, uno demuestra su alto nivel de autoestima tomándose un tiempo prudencial para reflexionar y asimilar  sobre el mismo, sin darlo por sentado y merecido sin más.

 

Rubik

Pertrechado con una tendencia optimista, suele tener pensamientos positivos sobre sí mismo, se siente cómodo al decir que “no” a situaciones que considera inadecuadas o inoportunas, y lo hace ofreciendo explicaciones honestas y bien argumentadas. Consecuentemente, no busca culpar a nadie de sus problemas o errores, pues se hace completamente responsable de sus pensamientos, palabras y actos.

No rehúye el conflicto por sistema; cuando lo hace es porque el tema en cuestión carece de importancia o considera que es mejor abordarlo más adelante. Lo afronta con determinación, con una actitud asertiva, es decir, convincente, firme, al tiempo que muy respetuosa con todas las partes implicadas.

Aunque correcto en su manera de presentarse ante los demás, no se obsesiona con su aspecto físico y nunca siente la necesidad de llegar a ser otra persona. Es consciente de que su destino está, en buena parte, en sus manos. Por ello se centra en los problemas que puede resolver o por lo menos en los que pueden estar bajo su influencia; no pierde el tiempo y la energía –más que para conversaciones de café- en hablar de los que están totalmente fuera de su control.

Repasando con detenimiento las características de las personas emocionalmente inteligentes, sin haber pasado siquiera del primer elemento, es decir, de la autoestima, tal vez muchos pensarán que se encuentran muy lejos de alcanzar un nivel aceptable. Pero hay una excelente noticia: por escaso que sea el nivel que uno tenga, la inteligencia emocional se aprende y se incrementa. Eso sí, el asunto exige trabajo; para eso no hay píldoras mágicas.

 

La resiliencia de un viajero involuntario

Resiliencia emocional

A primera hora de la tarde un hombre de mediana edad se sube al tren en la estación de Tafalla. Él no viaja; lo hace para acompañar a su madre al asiento. Una vez se despide de ella, se dirige a la puerta para apearse. Pese a sus insistentes intentos, no logra abrirla. Al cabo de unos segundos el tren emprende la marcha.

Su reacción inmediata es de estupor e incomprensión; mira en vano a su alrededor para tratar de encontrar la cámara oculta. Tiene durante un instante la tentación de accionar la alarma, pero desiste; le parece una reacción desproporcionada a su problema. Respira profundamente e intenta encarar el problema y sus repercusiones. Ha dejado a su mujer en la estación con el perro. Éste no está en las mejores condiciones físicas, pues acababan de diagnosticarle un cáncer abdominal en estado avanzado. El coche está aparcado a escasos metros de la estación pero las llaves están a buen recaudo en el bolsillo del viajero involuntario.

El hombre busca al interventor del tren y le explica la situación. “Usted no podía subir al tren. Los que no viajan no están autorizados, y al verle subir deduje que usted también viajaba”. Otra respiración profunda. “Pensé que dejaban unos minutos para casos como éste. Mi madre tiene una cierta edad y lleva una maleta de considerable peso”. “Lo entiendo”, responde el interventor, “pero las normas son las normas”. Otra dosis de profunda respiración. Vayamos a lo práctico, piensa el hombre. “¿Qué opciones tengo?”, pregunta. “No podemos detener el tren y menos con el retraso que llevamos. Déjeme que averigüe cuál es el primer tren que pasa en dirección contraria”.

Un par de llamadas más tarde le sugiere que se baje en Castejón y tome el primer tren de vuelta, que pasa en un par de horas. Tercera respiración profunda. Le quedan unos quince minutos para la parada, tiempo que aprovecha para entablar conversación con el interventor. Hace ya un buen rato que, tras una rápida valoración de la situación, ha tomado la decisión de tomarse el asunto a guasa. El interventor es consciente de ello y su expresión denota alivio. Tal vez temía que el viajero involuntario reaccionase con ira contra las costumbres y leyes ferroviarias. “Pues menos mal que no le ha pasado esto saliendo de Madrid hacia Sevilla con el AVE. ¡No se hubiera podido apear hasta Córdoba!”. Fue una charla fluida y agradable, que sólo se vio interrumpida por el aviso de llegada a la primera parada del tren, el inesperado destino del viajero.

 

Resiliencia

Tiempo atrás, ese mismo hombre habría afrontado la situación de una manera diametralmente distinta. Empezando por un ataque de pánico, seguido de otro de ira, se habría erigido, para deleite del resto de pasajeros, en el auténtico protagonista de un viaje de no más de veinte minutos de duración.

Pero ese hombre, cuyo alto nivel de cociente intelectual estaba fuera de toda duda, había tenido hasta hace relativamente poco tiempo graves problemas de autogestión, uno de los pilares básicos de la inteligencia emocional. Todos padecemos reveses a lo largo de nuestra vida; desde los más insignificantes –como es el caso del presente ejemplo- hasta los más serias. Lo importante es saber recuperarse y reaccionar de manera emocionalmente inteligente y efectiva, haciendo que pensamientos, actitudes y emociones negativas cambien de signo. En otras palabras, actuar con resiliencia.

Afortunadamente, la inteligencia emocional se puede desarrollar si uno lo desea. El primer paso es trabajar el autoconocimiento, adquirir consciencia de nosotros mismos y de los demás, para poder elevar nuestro nivel de autoestima. Requiere trabajo, pero vale la pena porque su repercusión es enorme en todos los ámbitos de la vida.

¿Eres plenamente consciente de cómo reaccionas cuando algo va mal?

 

 

Acepta los elogios y sigue creciendo

Guardemos el repelente de los elogios

 

David (*) se sacude los elogios. Vive en una continua contradicción: le gusta que se le reconozca por su trabajo pero al mismo tiempo, cuando alguien lo hace, tiene tendencia a infravalorarse.

– Oye, David, en la reunión esta mañana has estado realmente brillante. Has expuesto tus ideas con una enorme claridad y nos has dejado a todos impresionados.

– Bueno, no es para tanto. No creas que me he quedado satisfecho. Pienso que lo puedo hacer mucho mejor.

Ésta es la típica reacción de David ante un comentario elogioso. Toda la energía positiva que uno puede recibir al escuchar un comentario de este tipo se diluye ante la actitud reticente a escucharlo y aceptarlo.

David podría mostrarse dispuesto a recibir los comentarios elogiosos, a aceptarlos con entusiasmo y a ser reconocido. Tan sólo con un pequeño cambio de enfoque en la recepción del mensaje, su estado de ánimo variaría considerablemente; por ejemplo, con una respuesta de este tipo:

– Muchas gracias. La verdad es que me ha salido una buena presentación. Aunque he visto un par de cosas que puedo afinar un poco más, he salido realmente satisfecho. Te agradezco tus palabras.

Según esta segunda versión, David habría acogido el comentario halagador en lugar de repelerlo. Y la diferencia es abismal. En este caso no olvida la parte que considera que requiere mejora, pero lo hace una vez ha agradecido las palabras de su interlocutor.

El tema es más importante de lo que aparenta. Se trata de una de las maneras más eficaces de ponernos palos en las ruedas, de sabotear nuestro camino hacia el crecimiento. Repeler de manera sistemática lo bueno que se dice de nosotros, lo positivo que nos ocurre, nos resta energía para superarnos. Ante un elogio, se suele reaccionar exhibiendo como “escudo protector” la parte menos positiva de la situación, incluso antes de agradecerlo.

No es coherente lamentarse por estar viviendo bajo la espada de Damocles cuando es uno mismo el que se ha colocado ahí  Javier Salvat

Con  David trabajamos la conveniencia de saborear lo que la vida te ofrece y los éxitos que alcanzas. Para ello resulta de gran utilidad identificar las razones por las cuales tomamos nuestras decisiones. Si uno prefiere rechazar los elogios y destacar los propios defectos, por algo será. ¿Hemos pensado qué beneficio oculto obtenemos con tal actitud? ¿Con qué intención positiva lo hacemos? Es probable que encontremos varias razones, desde la comodidad de huir de la responsabilidad que el éxito acarrea, hasta el miedo a aparentar soberbia, pasando por el temor a eclipsar a otra persona. Si rascamos un poco, encontraremos más.

Elogio

Pongamos en un platillo de la balanza lo que ganamos tomando una decisión; en el otro, lo que ganamos tomando la decisión opuesta. Siempre acabaremos decantándonos por el platillo que pese más. Lo hacemos cualquiera que sea la magnitud de la decisión a tomar; a veces no nos toma más de unas décimas de segundo, lo que equivale casi a hacerlo de manera inconsciente.

Los seres humanos, grandes especialistas en encontrar las maneras más eficaces de minar nuestro crecimiento, tenemos la enorme suerte de tener a nuestra disposición el arma absoluta: la libertad de elegir nuestra actitud.

En la vida hay muchas cosas difíciles de lograr, muchas metas a las que llegamos tras un gran esfuerzo. ¿Por qué despreciamos nuestro mérito y nos negamos la posibilidad de saborear el momento? David está gestionando muy bien su transición, es consciente de que mostrar entusiasmo por un éxito propio, lejos de constituir una actitud de soberbia, es una celebración justa y merecida. David ha tomado las riendas de su vida y se está convirtiendo en un experto en la gestión eficaz de sus emociones. Y sigue creciendo.

 

(*) Nombre ficticio para preservar su privacidad

 

Cambio de límites, cambio de vida

Un cambio en el diseño de tus límites

 

Recibí la llamada telefónica de Ana (*) en pleno mes de agosto, cuando me encontraba lejos de mi ciudad de residencia. A pesar de que su tono de voz no delataba angustia, pude deducir que el tema que quería tratar era urgente. Acordamos vernos a los dos días de mi regreso.

Ana  trabaja en la administración pública. Es una mujer preparada, con estudios universitarios, habla dos idiomas vernáculos y tiene un aceptable nivel de inglés. Sus conocimientos son más que sobrados para el puesto que ocupa; de hecho, podría acceder sin problema alguno a uno de categoría superior. Y, sin embargo, no es esta situación anómala en particular la que le provoca un cierto sentimiento de incomodidad.

En su lugar de trabajo Ana vive rodeada de personas de muy distinto carácter. Las hay con las que se lleva muy bien, con las que puede gestionar sin problema alguno las desavenencias que puedan tener en algún tema en concreto; con otras, en cambio, el contraste de pareceres lleva siempre a un callejón sin salida acompañado de una sensación de malestar que suele durar unos cuantos días.

Tiene una excelente disposición para ayudar a los demás en la realización de tareas y así lo manifiesta tanto con sus compañeros como con sus superiores jerárquicos. En este segundo caso ha accedido incluso a trabajar muchas más horas de las convenidas sin percibir una remuneración acorde con la tarea encomendada. En diversas ocasiones ha recibido promesas de promoción que han sido sistemáticamente incumplidas.

A Ana siempre le ha costado mucho decir “no”. Pero incluso las personas más pacientes tienen un límite. Llega un momento en el que uno adquiere plena consciencia de que la situación es insostenible y de que, cualquiera que fuera la razón por la que consentía actuar de esa manera, ésta ya no le compensa. Alcanzado ese punto sin retorno, la clave está en cómo se gestiona la situación: uno puede paralizarse, perpetuando el problema; puede explotar, con el riesgo de perder el control, echando al traste cualquier posibilidad de cambio y dando validez al dicho de que “es peor el remedio que la enfermedad”; o bien puede optar por expresar una verdadera voluntad de mejora en la manera de enfocar las cosas, lo que logrará si está dispuesto a hacer todo lo que esta opción requiere.

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Si estoy ahora hablando del caso de Ana es porque, evidentemente, ella se decantó por la tercera opción. Desde el primer momento abrió su corazón y se desnudó emocionalmente. Ese paso fue decisivo en la calidad de las sesiones y en la rapidez en abordar el cambio. Algunos de los obstáculos eran para ella evidentes; otros, no tanto. Le ayudó mucho la decisión de cambiar la perspectiva para identificar las cosas. Las situaciones complicadas, aparentemente incomprensibles o conflictivas, requieren ser abordadas desde la perspectiva de la necesidad insatisfecha. Si obviamos este enfoque, nos costará mucho desenredar el ovillo y seremos esclavos de nuestras reacciones emocionales primarias.

Abrir la mente en este sentido le ha permitido a Ana, por una parte, superar el miedo a ser vista como alguien prepotente por sus conocimientos, y, por otra, a vencer la incomodidad de decir “no” a determinadas solicitudes que ella considera abusivas. Ana se encuentra bien y va a trabajar con alegría. Ha puesto límites allá donde no los había. De esta manera se ha ganado el respeto de todos: no sólo lo percibe sino que se lo han hecho saber. Ha logrado un nivel de asertividad para ella insospechado hace tan solo unos pocos meses.

Este cambio ha repercutido en su vida profesional y personal. En ambos ámbitos ha dejado de rehuir las situaciones complicadas o conflictivas. Lo sabe y no lo olvida porque cualquier cambio que identifica, cualquier paso, por pequeño que sea, lo anota en su “libreta roja”. A ella acude para anotar lo nuevo y revisar lo pasado. Y sigue creciendo.

 

(*) Nombre modificado para preservar su privacidad

El talento es insuficiente

Contratado por su talento, despedido por sus carencias emocionales

 

Ricardo (*) es jugador de baloncesto. Dotado de un alto nivel técnico y una gran condición física, su actitud es asimismo excelente: se esfuerza en los entrenamientos, es buen compañero y tiene un gran sentido del humor. Se podría decir que cumple con todos los requisitos para triunfar en el mundo del deporte. Y sin embargo, desde un tiempo a esta parte, Ricardo ha tenido la sensación de que le falta algo para sentirse realizado.

Los últimos tres años no han sido precisamente un camino de rosas en su vida: a una lesión grave, de larga duración, se le sumó una relación sentimental poco definida y con constantes altibajos. Su falta de práctica en habilidades de comunicación condujo su relación por terrenos un tanto tortuosos. Su gran error fue dar por supuestos sus sentimientos, sin sentir la necesidad de comunicarlos a su pareja. Su relación no llegó a cuajar y, aunque él dice estar tranquilo y haberla olvidado, la menciona con frecuencia en sus conversaciones.

Los mencionados percances hicieron diana en la línea de flotación de su motivación. Algo debieron ver sus compañeros de equipo y su entrenador para darle un toque de atención. “Ricardo, ¿qué te pasa? Ya no eres el mismo. Te falta aquella chispa que siempre habías tenido”. Al principio se mostró perplejo porque tenía la sensación de estar actuando como siempre. Pero lo cierto es que el entrenador lo mantenía cada vez menos minutos en la cancha hasta que poco después le comunicó que ya no contaba con él y que había contratado a otro jugador para su puesto.

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Abrumado por la situación, con un amargo sentimiento de injusticia por su despido, Ricardo se sintió totalmente desmotivado. Tuvo la sensación de que su objetivo a nivel profesional se había diluido de la noche a la mañana y llegó a pensar seriamente en abandonar el deporte y empezar una nueva vida en otro país.

Debo decir que Ricardo es, entre otras cosas, una persona inteligente. Muchas horas de reflexión sobre lo ocurrido en los pasados meses le abrieron los ojos: tal vez no había dado lo mejor de sí mismo, ya no era el de antes de la lesión y los problemas personales habían hecho mella en su ilusión por el deporte. Y él había sido el último en percibirlo.

Todavía algo confuso, habló con su representante y le pidió que le buscara un equipo para la temporada que estaba a punto de empezar. En el mundo del deporte las noticias vuelan y muchos tenían conocimiento de que Ricardo no pasaba por su mejor momento, lo que mermaba mucho las probabilidades de optar por un equipo de la misma categoría en la que había jugado en los últimos años. Finalmente aceptó una oferta de un equipo de categoría inferior.

Para cambiar hay que despertar, estar alerta. Más que elucubrar sobre la existencia de una oportunidad, se trata de ser capaz de verla.  Javier Salvat

Con muchas dudas y sin haber descartado del todo la idea del abandono, me llamó. Necesitaba aclarar sus ideas y sentirse seguro de lo que iba a hacer. Trabajamos la determinación de objetivos, la asunción de riesgos y la idea de que en esta vida no podemos contar con la garantía de que todo va a salir según nuestros deseos. Ricardo se fijó como objetivo, a nivel individual, llegar a ser el mejor jugador de la categoría en su demarcación (existen medidas estadísticas que permiten determinarlo) y lograr el ascenso con su equipo, como objetivo colectivo. Objetivos ambiciosos, concretos, realizables y con plazos definidos. De momento está cumpliendo con creces: ha sido convocado por la selección regional y su equipo se encuentra en una enconada pugna por el primer puesto de la clasificación.

Ricardo, en cierto modo, ha despertado. Era consciente de su talento como deportista, pero ahora sabe que eso no es suficiente. Ha descubierto sus habilidades de comunicación, sabe gestionar mejor sus emociones, identifica sus estados de ánimo,  los hace jugar a su favor y los pone al servicio del equipo. Su vida privada está también recibiendo el impacto positivo de su nueva situación. Vive más sosegado y contento.

El talento es necesario para triunfar, pero debe ir unido a otro tipo de habilidades para poder lograr el éxito. Ricardo fue contratado por sus habilidades técnicas pero fue despedido por su momentánea carencia en habilidades emocionales.

Cuántos talentos se han desperdiciado por no ir acompañados de otro tipo de habilidades… Y qué placer descubrir que lo tenemos todo al alcance de la mano. Todos queremos ganar, pero ¿estamos todos dispuestos a hacer lo necesario para lograrlo? Si es así, el momento es ahora. Como dijo Tim Ferris, «Algún día es una enfermedad que nos llevará juntos a la tumba a nosotros y a nuestros sueños«.

 

(*) Ricardo es un nombre ficticio para respetar la privacidad y confidencialidad del cliente. Los contextos están ligeramente modificados por el mismo motivo, pero se trata de un caso real.

El coaching, palanca de elevación

El coaching puede ayudarte a elevar tu nivel de calidad

 

Cuenta Julio Llamazares en su relato Tanta pasión para nada que Miroslav Djukic tuvo que superar muchas adversidades para llegar a ser futbolista de élite.

En ocasión del famoso penalty cuyo desenlace fue decisivo para determinar el campeón de la Liga 1993-94 y que tuvo una enorme repercusión en el mundo del fútbol, el autor hace un ejercicio de elucubración sobre los pensamientos que se le fueron acumulando al jugador desde que el árbitro señaló la falta hasta los instantes posteriores a la parada del portero del Valencia.

Una de las primeras dificultades con las que Djukic tuvo lidiar en su adolescencia fue la férrea oposición de su padre a que se dedicase al fútbol en detrimento de sus estudios. Cuenta que su progenitor le fue pinchando todos los balones que encontraba por casa y que Miroslav tenía que ir reponiendo con sus ahorros.

Es duro acometer un objetivo en la vida cuando el camino del éxito va en dirección contraria a los deseos de un padre. El temor a que tu triunfo suponga una decepción para un ser querido es tan difícil de comprender como complicado de digerir.

Hay que decir en descargo de su padre que, resignado a la determinación de su hijo, acabó fabricándole una bicicleta con el material de su chatarrería.

Con algunos altibajos –abandonó la práctica del fútbol en un par de ocasiones- el jugador logró desarrollar una carrera lo suficientemente meritoria como para ser contratado por un club de la liga española: el Deportivo de La Coruña. Y su carrera fue brillante.

El deporte es una excelente escuela de vida. Tanto en los deportes individuales como en los de equipo, hay un gran abanico de posibilidades de poner en práctica multitud de facetas: trabajo en equipo, autoconocimiento, responsabilidad, gestión emocional, asunción de competencias, etc.

A pesar de que es y será recordado por muchos por su fallo en aquel fatídico último minuto de la última jornada de liga, Djukic fue un buen ejemplo de deportista completo a nivel físico, mental y de actitud. No debemos olvidar que el fallo es una de las posibles consecuencias de cualquier intento, y que para fallar, antes se tiene que demostrar el valor presentando la candidatura al protagonismo, en este caso a lanzar el penalty.

Djukic

Volviendo al conjunto de su carrera, muchos podrán pensar que si él lo logró, todos pueden hacerlo. En general todos tienen el potencial para lograrlo, eso lo tengo claro, pero no todos son conscientes de tener esa capacidad para ponerla al servicio de sus objetivos. Cuánto talento desperdiciado hay por el mundo por la simple razón de no haber hecho una buena labor de autoconocimiento y de aceptación de la propia responsabilidad

En la vida hay muchas circunstancias que determinan nuestro camino. Unas están bajo nuestro control, en otras podemos influir de alguna manera y otras escapan totalmente a nuestro dominio. Trabajar las dos primeras es fundamental para salir adelante. El azar o el destino –que cada uno lo llame como más le guste- juegan su baza, aunque de cierta manera podemos ponérselo más fácil o más difícil, según cuáles sean nuestras pretensiones.

Para aquéllos que precisen de un acompañamiento en el desarrollo de su carrera profesional, o en cualquier otro aspecto de su vida, existen excelentes profesionales -entre ellos los del coaching– que les pueden ser de gran utilidad. Si la vida te da limones, seguramente te dedicarás a hacer limonada, pero la gran diferencia está en el salto cualitativo y diferencial que supone decidirse a hacerla en abundancia y de la mejor calidad.

 

Valores, Hábitos y Conductas

Los valores, hábitos y conductas deben estar alineados y reforzarse mutuamente.

Identifica lo que deseas, trabaja para conseguirlo y valóralo cuando lo tengas. Nora Roberts

Todos hemos tenido, en algún momento de nuestra vida, un sueño, algo que suponemos que va a llenar de satisfacción nuestras vidas. No todos, sin embargo, hemos sido conscientes de que un sueño, no por el mero hecho de existir, se vaya a hacer realidad.

Para que un sueño se convierta en algo real debe revestirse de una serie de cosas, fundamentalmente de un plan de acción y de unos plazos. A partir de ese momento alcanza la categoría de objetivo.

Los objetivos pueden ser algo que queremos ser, hacer o tener. También los podemos clasificar en objetivos de realización, de abandono de una conducta o actitud, o de un simple cambio.

A los que están familiarizados con los procesos de coaching, les sonará aquello de que los objetivos, para ser sólidos y tener probabilidades de cumplimiento, deben ser concretos, medibles, alcanzables, realistas y dotados de plazos de ejecución. Si bien todo ello es cierto -y estoy totalmente de acuerdo en que dichas premisas son efectivamente condiciones necesarias-, para darle más oportunidades de éxito, al objetivo le conviene añadirle un plus.

Sin llegar a ser plenamente consciente de ello, en muchas ocasiones los objetivos no nos lo marcamos nosotros mismos, sino por alguien del entorno, ya sea familiar o profesional. No entro a hacer un juicio de intenciones -que a priori supongo honestas-, pero la experiencia me ha mostrado repetidamente que el titular del objetivo no siempre es la misma persona encargada de perseguirlo.

En el ámbito del deporte de formación, por ejemplo, es muy común que el anhelo de alcanzar una carrera exitosa sea más un objetivo de los padres que del propio deportista. Ocurre también en el mundo de la empresa, cuando los objetivos de un empleado o de un equipo son más impuestos que consensuados. En ambos casos, parece que el lema del protagonista sea “Debería…”, “Tengo que…”, “Me han dicho que…”, etc. El resultado es una falta de pasión que repercute en el rendimiento, y dificulta enormemente el cumplimiento del objetivo.

La gente no es perezosa, simplemente tiene objetivos impotentes; es decir, objetivos que no le inspiran. Anthony Robbins

¿Qué falta en estos casos? Nada menos que una verdadera conexión emocional a la hora de establecer nuestras metas. Y esa conexión es la que permite que nuestras habilidades afloren y nos otorguen más probabilidades de éxito en la tarea. Los objetivos deben estar alineados con los valores y principios que nos inspiran. Si no es el caso, corremos el riesgo de ir hacia un futuro estéril.

Valores, hábitos y conductas se refuerzan mutuamente, y lo esencial es que estén alineados porque, de lo contrario, se reforzarán igualmente pero en sentido negativo. Por valores humanos entendemos aquí todo aquello que es importante acerca de ese objetivo en concreto, lo que nos engrandece como personas al lograrlo. Las actitudes deben ser un soporte para los valores y viceversa. Tener una buena consideración hacia uno mismo y hacia los demás ayuda enormemente a tener una buena actitud.

Antes de marcarse un objetivo, cuando nos encontramos todavía en el ámbito de las ideas o deseos, vale la pena hacerse unas cuantas preguntas que nos serán de gran ayuda para identificarlo y saber si vale la pena ir a por él, o por el contrario lo dejamos tranquilo en el mundo de las ideas.

¿Qué significaría para mí lograr ese objetivo? ¿Cómo creo que te voy a sentir si lo logro? ¿Qué valores lo respaldan? ¿Cuáles de mis actitudes me serán de ayuda para conseguirlo? ¿Qué siento cuando pienso en él? ¿Qué me está diciendo mi intuición? ¿Estoy realmente decidido a alcanzarlo? ¿Qué obstáculos pueden aparecer en el camino? ¿Cuáles son mis puntos fuertes?

Éstas son las preguntas relacionadas con la inteligencia emocional que debe acompañar a los requisitos generales que comentábamos más arriba.

Objetivo con Inteligencia Emocional

Pensamientos + Sentimientos + Acción

¿Te atreves a hacer una lista de cosas que te gustaría lograr? ¿Te sientes capaz de identificar tus valores para conectar con tus objetivos y poder aplicar la inteligencia emocional necesaria para alcanzarlos? ¡Adelante! Y si necesitas ayuda, ya sabes dónde encontrarme.

Autoestima

La autoestima o cómo te valoras

Es muy común tener la sensación de que podemos ofrecer al mundo mucho más de lo que le damos, de que no se nos exprime lo suficiente. Queremos mejorar en muchos aspectos y tenemos prisa en lograrlo. El problema de ese deseo de inmediatez es que estamos dispuestos a quemar etapas, a costa de errar el rumbo.

Antes de empezar cualquier proceso o formación para la mejora o el crecimiento, y en especial aquéllos que persiguen un incremento del nivel de calidad en la comunicación (ventas, coaching, mediación y otras), es necesario tener claras una serie de cuestiones: ¿Quién soy realmente?, ¿qué quiero llegar a ser?, ¿cuáles son mis puntos fuertes y cuáles son susceptibles de mejora?

¿Nos conocemos bien? ¿Cómo nos valoramos? ¿Cómo valoramos a los demás? Estas preguntas, que pueden sorprender porque damos por sentadas las respuestas, son fundamentales para diseñar la hoja de ruta individual. Cada persona es distinta, y distinto será cada viaje.

Es conveniente empezar por lo que piensa uno de sí mismo, cómo se valora. En definitiva, cuál es el nivel de autoestima. ¿Recuerdas alguna vez en la que hayas querido hacer algo para lo que no estabas preparado y te has negado a pedir ayuda? ¿Qué pensaste? ¿Cómo te sentiste? ¿Qué hiciste? ¿Cómo actuarías si te volvieses a encontrar en esa situación?

La peor soledad es no sentirse a gusto con uno mismo. Mark Twain

Recuerda que debes distinguir lo que eres de lo que eres capaz de hacer. Es necesario distinguir las cualidades incondicionales – soy digno de confianza, honesto- de aquéllas que están ligadas a una actividad -soy un buen abogado, juego muy bien al fútbol, etc.

Otro de los obstáculos que nos imponemos a la hora de valorarnos es condicionar nuestro bienestar a una serie de situaciones que necesitamos para identificarnos: “Me siento bien siempre y cuando…”. ¿Tienes la sensación de que a veces supeditas tu bienestar al cumplimiento de ciertas condiciones? ¿Sabrías identificarlas? ¿Necesitas que esté todo perfecto, controlar a los demás, estar siempre ocupado, ganar en cualquier ocasión? Si te encuentras en alguna de esas situaciones o en cualquier otra semejante, existen ejercicios que permiten convertir las condiciones de valor en declaraciones positivas incondicionales.

Estás siempre contigo mismo; intenta disfrutar de la compañía. Diane von Furstenberg

Despójate de todo lo que lastre tu autoestima: por muy bien entrenado que estés, no podrás correr bien si llegas a la línea de salida con el traje de calle.

Como siempre, me tienes a tu disposición para echarte una mano.