La responsabilidad

Asumir la responsabilidad o simplemente reconocerla

Una de las cosas que me gustan de la lengua inglesa es su capacidad para matizar los significados de sus palabras. Entre los múltiples ejemplos destaco aquí los vocablos “Responsible” y “Accountable”. En español ambos se traducen como “Responsable”. Hay, sin embargo, una diferencia entre ambas acepciones: la segunda hace referencia a la obligación de “rendir cuentas” de tus actos; es decir, ser responsable “ante a alguien”.

Digo esto porque hay una extendida tendencia a manifestar de manera bastante frívola la “asunción” de la responsabilidad cuando algo no ha funcionado de la manera esperada. “Asumo mi responsabilidad”, se suele decir. Pero la cosa raramente va más allá. En realidad lo que se expresa es simplemente el reconocimiento, no la asunción. Asumir no es lo mismo que reconocer; asumir suele tener consecuencias mucho más duras que limitarse a reconocer una responsabilidad.

“Es fácil ensuciar cuando no eres tú el que tiene que limpiarlo.” Criss Jami

Uno no nace con el gen de la responsabilidad incorporado. Como ocurre con tantas otras cosas, la responsabilidad se trabaja empezando por la voluntad de alcanzarla, pasando por un  desarrollo de la inteligencia emocional –autoconocimiento, autoestima, conocimiento y valoración de los otros-, para ponerla en práctica de manera sostenida y constante.

Responsabilidad

Es fácil de identificar, tanto en los ámbitos personales como profesionales, a las personas responsables. Se distinguen por estas características:

1- Proactividad: No esperan a que se les diga lo que deben hacer. Se adelantan, toman la iniciativa con firmeza y decisión

2- Autoconciencia: Sabe quiénes son, cuáles son sus objetivos, sus puntos fuertes y débiles.

3- Automotivación: Su motivación no está sujeta a factores o estímulos externos; viene de su interior.

4- Autodisciplina: No precisan de sometimiento a normas impuestas para adquirir una disciplina que les permita desenvolverse en la vida.

5- Búsqueda constante de la mejora personal: Son inconformistas y autoexigentes, y siempre están a la búsqueda de su mejor versión.

6- Ejemplo: En lugar de decir lo que hay que hacer, lo hacen. No les duelen prendas a la hora de realizar tareas que se suponen no son de su competencia. No emplean el látigo, tiran del carro. Y recogen ese papel que hay en el suelo.

Las personas responsables se desenvuelven como pez en el agua en un entorno de libertad. No la temen; es más, la necesitan, pues la libertad lleva una gran carga de responsabilidad, que es donde ellos destacan.

“La libertad es la voluntad de ser responsables de nosotros mismos.” Friedrich Nietzsche

Una persona emocionalmente inteligente es capaz de asimilar grandes dosis de libertad porque siempre sabrá gestionar la responsabilidad inherente. Buena noticia en muchos aspectos. En el mundo profesional, por ejemplo, los viejos paradigmas de coerción de libertades van poco a poco dejando paso a otro tipo de mentalidades. Las empresas bien dirigidas están ofreciendo un mayor grado de libertad a sus empleados a medida que van creciendo, y de esta manera atraen talento e innovación. Una manera eficaz de irse asegurando el éxito.

En el ámbito personal, la aceptación de la responsabilidad es una de las más claras muestras de madurez y el valor que nos será más útil para alcanzar nuestra mejor versión.

 

Las preguntas no formuladas

Olvidé muchas preguntas

 

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes considerados mundanamente importantes y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

Con la serenidad que da el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

Preguntas

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es; pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. Lo que hasta hace poco eran miradas frustrantes hacia el pasado, son ahora visiones de oportunidad. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.

 

Acepta los elogios y sigue creciendo

Guardemos el repelente de los elogios

 

David (*) se sacude los elogios. Vive en una continua contradicción: le gusta que se le reconozca por su trabajo pero al mismo tiempo, cuando alguien lo hace, tiene tendencia a infravalorarse.

– Oye, David, en la reunión esta mañana has estado realmente brillante. Has expuesto tus ideas con una enorme claridad y nos has dejado a todos impresionados.

– Bueno, no es para tanto. No creas que me he quedado satisfecho. Pienso que lo puedo hacer mucho mejor.

Ésta es la típica reacción de David ante un comentario elogioso. Toda la energía positiva que uno puede recibir al escuchar un comentario de este tipo se diluye ante la actitud reticente a escucharlo y aceptarlo.

David podría mostrarse dispuesto a recibir los comentarios elogiosos, a aceptarlos con entusiasmo y a ser reconocido. Tan sólo con un pequeño cambio de enfoque en la recepción del mensaje, su estado de ánimo variaría considerablemente; por ejemplo, con una respuesta de este tipo:

– Muchas gracias. La verdad es que me ha salido una buena presentación. Aunque he visto un par de cosas que puedo afinar un poco más, he salido realmente satisfecho. Te agradezco tus palabras.

Según esta segunda versión, David habría acogido el comentario halagador en lugar de repelerlo. Y la diferencia es abismal. En este caso no olvida la parte que considera que requiere mejora, pero lo hace una vez ha agradecido las palabras de su interlocutor.

El tema es más importante de lo que aparenta. Se trata de una de las maneras más eficaces de ponernos palos en las ruedas, de sabotear nuestro camino hacia el crecimiento. Repeler de manera sistemática lo bueno que se dice de nosotros, lo positivo que nos ocurre, nos resta energía para superarnos. Ante un elogio, se suele reaccionar exhibiendo como “escudo protector” la parte menos positiva de la situación, incluso antes de agradecerlo.

No es coherente lamentarse por estar viviendo bajo la espada de Damocles cuando es uno mismo el que se ha colocado ahí  Javier Salvat

Con  David trabajamos la conveniencia de saborear lo que la vida te ofrece y los éxitos que alcanzas. Para ello resulta de gran utilidad identificar las razones por las cuales tomamos nuestras decisiones. Si uno prefiere rechazar los elogios y destacar los propios defectos, por algo será. ¿Hemos pensado qué beneficio oculto obtenemos con tal actitud? ¿Con qué intención positiva lo hacemos? Es probable que encontremos varias razones, desde la comodidad de huir de la responsabilidad que el éxito acarrea, hasta el miedo a aparentar soberbia, pasando por el temor a eclipsar a otra persona. Si rascamos un poco, encontraremos más.

Elogio

Pongamos en un platillo de la balanza lo que ganamos tomando una decisión; en el otro, lo que ganamos tomando la decisión opuesta. Siempre acabaremos decantándonos por el platillo que pese más. Lo hacemos cualquiera que sea la magnitud de la decisión a tomar; a veces no nos toma más de unas décimas de segundo, lo que equivale casi a hacerlo de manera inconsciente.

Los seres humanos, grandes especialistas en encontrar las maneras más eficaces de minar nuestro crecimiento, tenemos la enorme suerte de tener a nuestra disposición el arma absoluta: la libertad de elegir nuestra actitud.

En la vida hay muchas cosas difíciles de lograr, muchas metas a las que llegamos tras un gran esfuerzo. ¿Por qué despreciamos nuestro mérito y nos negamos la posibilidad de saborear el momento? David está gestionando muy bien su transición, es consciente de que mostrar entusiasmo por un éxito propio, lejos de constituir una actitud de soberbia, es una celebración justa y merecida. David ha tomado las riendas de su vida y se está convirtiendo en un experto en la gestión eficaz de sus emociones. Y sigue creciendo.

 

(*) Nombre ficticio para preservar su privacidad

 

El talento es insuficiente

Contratado por su talento, despedido por sus carencias emocionales

 

Ricardo (*) es jugador de baloncesto. Dotado de un alto nivel técnico y una gran condición física, su actitud es asimismo excelente: se esfuerza en los entrenamientos, es buen compañero y tiene un gran sentido del humor. Se podría decir que cumple con todos los requisitos para triunfar en el mundo del deporte. Y sin embargo, desde un tiempo a esta parte, Ricardo ha tenido la sensación de que le falta algo para sentirse realizado.

Los últimos tres años no han sido precisamente un camino de rosas en su vida: a una lesión grave, de larga duración, se le sumó una relación sentimental poco definida y con constantes altibajos. Su falta de práctica en habilidades de comunicación condujo su relación por terrenos un tanto tortuosos. Su gran error fue dar por supuestos sus sentimientos, sin sentir la necesidad de comunicarlos a su pareja. Su relación no llegó a cuajar y, aunque él dice estar tranquilo y haberla olvidado, la menciona con frecuencia en sus conversaciones.

Los mencionados percances hicieron diana en la línea de flotación de su motivación. Algo debieron ver sus compañeros de equipo y su entrenador para darle un toque de atención. “Ricardo, ¿qué te pasa? Ya no eres el mismo. Te falta aquella chispa que siempre habías tenido”. Al principio se mostró perplejo porque tenía la sensación de estar actuando como siempre. Pero lo cierto es que el entrenador lo mantenía cada vez menos minutos en la cancha hasta que poco después le comunicó que ya no contaba con él y que había contratado a otro jugador para su puesto.

JugadorBasket

Abrumado por la situación, con un amargo sentimiento de injusticia por su despido, Ricardo se sintió totalmente desmotivado. Tuvo la sensación de que su objetivo a nivel profesional se había diluido de la noche a la mañana y llegó a pensar seriamente en abandonar el deporte y empezar una nueva vida en otro país.

Debo decir que Ricardo es, entre otras cosas, una persona inteligente. Muchas horas de reflexión sobre lo ocurrido en los pasados meses le abrieron los ojos: tal vez no había dado lo mejor de sí mismo, ya no era el de antes de la lesión y los problemas personales habían hecho mella en su ilusión por el deporte. Y él había sido el último en percibirlo.

Todavía algo confuso, habló con su representante y le pidió que le buscara un equipo para la temporada que estaba a punto de empezar. En el mundo del deporte las noticias vuelan y muchos tenían conocimiento de que Ricardo no pasaba por su mejor momento, lo que mermaba mucho las probabilidades de optar por un equipo de la misma categoría en la que había jugado en los últimos años. Finalmente aceptó una oferta de un equipo de categoría inferior.

Para cambiar hay que despertar, estar alerta. Más que elucubrar sobre la existencia de una oportunidad, se trata de ser capaz de verla.  Javier Salvat

Con muchas dudas y sin haber descartado del todo la idea del abandono, me llamó. Necesitaba aclarar sus ideas y sentirse seguro de lo que iba a hacer. Trabajamos la determinación de objetivos, la asunción de riesgos y la idea de que en esta vida no podemos contar con la garantía de que todo va a salir según nuestros deseos. Ricardo se fijó como objetivo, a nivel individual, llegar a ser el mejor jugador de la categoría en su demarcación (existen medidas estadísticas que permiten determinarlo) y lograr el ascenso con su equipo, como objetivo colectivo. Objetivos ambiciosos, concretos, realizables y con plazos definidos. De momento está cumpliendo con creces: ha sido convocado por la selección regional y su equipo se encuentra en una enconada pugna por el primer puesto de la clasificación.

Ricardo, en cierto modo, ha despertado. Era consciente de su talento como deportista, pero ahora sabe que eso no es suficiente. Ha descubierto sus habilidades de comunicación, sabe gestionar mejor sus emociones, identifica sus estados de ánimo,  los hace jugar a su favor y los pone al servicio del equipo. Su vida privada está también recibiendo el impacto positivo de su nueva situación. Vive más sosegado y contento.

El talento es necesario para triunfar, pero debe ir unido a otro tipo de habilidades para poder lograr el éxito. Ricardo fue contratado por sus habilidades técnicas pero fue despedido por su momentánea carencia en habilidades emocionales.

Cuántos talentos se han desperdiciado por no ir acompañados de otro tipo de habilidades… Y qué placer descubrir que lo tenemos todo al alcance de la mano. Todos queremos ganar, pero ¿estamos todos dispuestos a hacer lo necesario para lograrlo? Si es así, el momento es ahora. Como dijo Tim Ferris, «Algún día es una enfermedad que nos llevará juntos a la tumba a nosotros y a nuestros sueños«.

 

(*) Ricardo es un nombre ficticio para respetar la privacidad y confidencialidad del cliente. Los contextos están ligeramente modificados por el mismo motivo, pero se trata de un caso real.

El coaching, palanca de elevación

El coaching puede ayudarte a elevar tu nivel de calidad

 

Cuenta Julio Llamazares en su relato Tanta pasión para nada que Miroslav Djukic tuvo que superar muchas adversidades para llegar a ser futbolista de élite.

En ocasión del famoso penalty cuyo desenlace fue decisivo para determinar el campeón de la Liga 1993-94 y que tuvo una enorme repercusión en el mundo del fútbol, el autor hace un ejercicio de elucubración sobre los pensamientos que se le fueron acumulando al jugador desde que el árbitro señaló la falta hasta los instantes posteriores a la parada del portero del Valencia.

Una de las primeras dificultades con las que Djukic tuvo lidiar en su adolescencia fue la férrea oposición de su padre a que se dedicase al fútbol en detrimento de sus estudios. Cuenta que su progenitor le fue pinchando todos los balones que encontraba por casa y que Miroslav tenía que ir reponiendo con sus ahorros.

Es duro acometer un objetivo en la vida cuando el camino del éxito va en dirección contraria a los deseos de un padre. El temor a que tu triunfo suponga una decepción para un ser querido es tan difícil de comprender como complicado de digerir.

Hay que decir en descargo de su padre que, resignado a la determinación de su hijo, acabó fabricándole una bicicleta con el material de su chatarrería.

Con algunos altibajos –abandonó la práctica del fútbol en un par de ocasiones- el jugador logró desarrollar una carrera lo suficientemente meritoria como para ser contratado por un club de la liga española: el Deportivo de La Coruña. Y su carrera fue brillante.

El deporte es una excelente escuela de vida. Tanto en los deportes individuales como en los de equipo, hay un gran abanico de posibilidades de poner en práctica multitud de facetas: trabajo en equipo, autoconocimiento, responsabilidad, gestión emocional, asunción de competencias, etc.

A pesar de que es y será recordado por muchos por su fallo en aquel fatídico último minuto de la última jornada de liga, Djukic fue un buen ejemplo de deportista completo a nivel físico, mental y de actitud. No debemos olvidar que el fallo es una de las posibles consecuencias de cualquier intento, y que para fallar, antes se tiene que demostrar el valor presentando la candidatura al protagonismo, en este caso a lanzar el penalty.

Djukic

Volviendo al conjunto de su carrera, muchos podrán pensar que si él lo logró, todos pueden hacerlo. En general todos tienen el potencial para lograrlo, eso lo tengo claro, pero no todos son conscientes de tener esa capacidad para ponerla al servicio de sus objetivos. Cuánto talento desperdiciado hay por el mundo por la simple razón de no haber hecho una buena labor de autoconocimiento y de aceptación de la propia responsabilidad

En la vida hay muchas circunstancias que determinan nuestro camino. Unas están bajo nuestro control, en otras podemos influir de alguna manera y otras escapan totalmente a nuestro dominio. Trabajar las dos primeras es fundamental para salir adelante. El azar o el destino –que cada uno lo llame como más le guste- juegan su baza, aunque de cierta manera podemos ponérselo más fácil o más difícil, según cuáles sean nuestras pretensiones.

Para aquéllos que precisen de un acompañamiento en el desarrollo de su carrera profesional, o en cualquier otro aspecto de su vida, existen excelentes profesionales -entre ellos los del coaching– que les pueden ser de gran utilidad. Si la vida te da limones, seguramente te dedicarás a hacer limonada, pero la gran diferencia está en el salto cualitativo y diferencial que supone decidirse a hacerla en abundancia y de la mejor calidad.

 

Cambios y Transiciones

Actitudes ante cambios y transiciones

 

A lo largo de la vida estamos sujetos a infinidad de cambios. Unos son de índole material o física y otros psicológicos o emocionales; unos son voluntarios y otros escapan a nuestra voluntad. Cambia nuestro cuerpo, cambiamos nuestras relaciones, trabajos, lugares de residencia, tenemos hijos, hacemos amigos, se mueren nuestros seres queridos, etc.

No por el hecho de que los busquemos nosotros los cambios son automáticamente bien digeridos. A veces asimilamos mejor y más rápido un cambio inesperado que uno que ha constituido un anhelo de larga duración. El cambio parece ser una condición inherente a la vida humana y sin embargo nos resistimos con frecuencia a él.

“Soltar amarras” nos cuesta, hasta el punto en que, aun habiendo decidido nosotros mismos el cambio, nos llegamos a plantear si ha sido una buena idea. Es muy común, por ejemplo, sentir la necesidad –incluso la urgencia– de cambiar de lugar de residencia por distintos motivos: los hijos se han ido a vivir por su cuenta y la casa “se nos viene encima”; o, por el contrario, la familia aumenta y tenemos la sensación de vivir hacinados. Nos vamos a vivir a un domicilio más pequeño o más grande –según el caso-, y al cabo de muy poco tiempo empezamos a encontrarle todas las virtudes al anterior. ¿Hemos hecho bien con el cambio? ¿No nos habremos precipitado en la decisión? Pero no nos engañemos: normalmente ese tipo de sensaciones tienen poco que ver con el hecho en sí; más bien son la consecuencia de una situación personal poco feliz o estable. El cambio es el detonante de ese sentimiento de duda.

Mediación y Coaching. Javier Salvat

Nos identificamos con lo que hacemos, con nuestros roles en la vida personal y profesional y nos aferramos a ellos hasta el punto que, si cambiamos nuestras circunstancias, tendemos a hacer interpretaciones negativas sobre nuestra nueva situación.

Dejar atrás algo no es tarea fácil. En muchas ocasiones hemos “puesto fin” a una situación, sea de manera voluntaria o no. Pensemos en aquellos momentos en lo que lo hemos hecho a lo largo de la vida. En ocasiones son fáciles de describir: se acabó la escuela, una relación, nuestro mejor amigo se fue a vivir a otra ciudad, dejamos el equipo, acabamos la carrera, etc.; otras veces, los finales son más difíciles de definir: la pérdida de confianza en alguien, el desvanecimiento de una idea o de una creencia.

Así, aunque parezca paradójico, un cambio para mejor puede dejarnos al principio un cierto sinsabor, parecido al que tuvimos un tiempo atrás cuando experimentamos el final de una situación. Poco que ver con el estado actual, sino con la forma en que reaccionamos con anterioridad.

Cada uno tiene su particular manera de afrontar una situación de cambio. Hay quien toma la iniciativa para liderar los acontecimientos considerando que, seamos o no enteramente dueños de nuestro destino, tenemos gran parte de responsabilidad en los procesos de transición; por otra parte, hay quien simplemente deja que los acontecimientos ocurran, con un sentimiento de impotencia en cuanto a la posible influencia propia.

¿Cuál es tu manera de afrontar los cambios? ¿Estás satisfecho con ella? ¿Te apetece que hablemos?

 

 

 

Sentimientos y Frustraciones

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes pomposos y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

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Con la serenidad que dan el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es. Pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.

 

Autosabotaje

El autosabotaje, un arte al alcance de todos

Y llegó el día en que el riesgo de permanecer bien abrigado en el capullo era más doloroso que el requerido para florecer. Anaïs Nin

Cuando uno piensa que triunfar en la vida consiste en llegar a ser exactamente igual que una persona famosa, reconocida por sus éxitos, las probabilidades de fracaso son grandes. No porque no se la pueda igualar sino porque cada uno es diferente y el éxito, en consecuencia, también lo será. El verdadero éxito no consiste en ser un clon de otro triunfador, sino en ser la mejor versión de uno mismo.

A lo largo de mi vida he sido testigo de muchas carreras profesionales de un nivel muy inferior al talento de sus protagonistas. Por muy diversas razones, algunas personas no consiguen poner todo su talento al servicio de una tarea determinada. A veces, en la conocida fórmula Rendimiento = Potencial – Interferencias, estas últimas tienen demasiado peso.

Una esas razones podría calificarse, a riesgo de parecer un tanto simplista, de una cierta intolerancia al éxito. Cuando se tiene una visión del éxito como algo al que sólo pueden acceder cierto tipo de personas, entre las que uno no se encuentra, hay tendencia a considerarse con derecho sólo a una mínima porción del mismo y durante un limitado período de tiempo. Sentirse bien siempre no es bueno ni aceptable, parecen pensar. El problema con muchas creencias es que, a pesar de no tener un sustento real, acaban constituyendo un obstáculo porque las asumimos como reales.

Esta intolerancia puede manifestarse de diversas maneras: unos echan mano de la preocupación, ese sentimiento que nos traslada a un futuro negro y nos impide disfrutar del presente; otros optan por sentirse culpables –“yo no merezco este éxito tanto como otros que han luchado más que yo”, por ejemplo-; y  otros se quitan el mérito de encima, argumentando que lo que han logrado “no es para tanto”.

En la práctica, los que sienten esta intolerancia pueden llegar a casi cualquier cosa para sabotear su éxito y lograr bajar hasta un nivel en el que se encuentren más cómodos. Y no hay nada más tramposo y paralizante que la comodidad.

Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.  Marianne Williamson

El éxito puede producir miedo y rechazo. Es cierto que acarrea más responsabilidad y que ésta no es del gusto de todos. Pero también es cierto que, bien digerido, es la máxima expresión de  la realización personal. Y una vez llegados a él, dejamos de sentir la necesidad protectora del ego que, frente a la alta autoestima, desaparecerá de nuestra vida por no tener ya razón de existir.

Me gusta hablar del deporte, gran escuela y escaparate de vida. Todos tenemos un deporte favorito, al que seguimos más o menos de cerca. Cuando uno lleva ya recorrida una gran parte de su trayectoria vital, el número de deportistas que han desfilado delante de sus ojos es enorme. ¿Cuántos de ellos se han quedado a medio camino por no haber sabido sobreponerse a esa intolerancia al éxito? Me vienen a la mente unos cuantos nombres, que no citaré.

Afortunadamente, hoy en día existen muy buenos profesionales que pueden ayudar a los deportistas a dar ese salto desde su situación actual hasta la deseada, sorteando los obstáculos que hay en el camino, muchos de ellos autoimpuestos.

En este momento recuerdo con nostalgia una anécdota cercana a mí y lejana en el tiempo, y que ilustra ese miedo al éxito que muchos padecen. En medio de la sesión preparatoria de un partido, el entrenador se acerca a uno de los jugadores y le dice: “Eres un excelente futbolista. Bueno, permíteme que matice: tienes el talento suficiente para serlo. ¿Por qué demonios no te esfuerzas más?”.  El muchacho, que en ese momento todavía no conocía la razón, se quedó sin respuesta. Si la hubiera conocido entonces, tal como descubrió años más tarde tras haber analizado las circunstancias de su vida, habría contestado: “Porque si me esfuerzo, corro el riesgo de triunfar”.