Fomentar la autonomía

 

La autonomía, factor clave para el desarrollo de la autoestima

 

Su infancia fue dulce, aunque no especialmente feliz. Desde un punto de vista material, tuvo todo lo que un niño puede desear y, desde luego, mucho más de lo que podía necesitar. Los problemas eran algo ajeno a su vida y, si alguna vez oía hablar de ellos, tenía el pleno convencimiento de que no iban a pasar a mayores porque su padre estaba ahí para solucionarlos. Vivía en una campana de cristal, a salvo de cualquier cosa que pudiera perturbar su tranquila y aséptica existencia, aunque eso también le privaba de experimentar otras sensaciones.

Si bien en la infancia su incapacidad para afrontar problemas tenía una escasa repercusión en su vida, en la adolescencia la cosa empezó a manifestarse con mayor frecuencia e intensidad. En la relación con amigos, profesores, compañeros de equipo, entrenadores, cada vez que surgía algún roce, discrepancia o litigio, se sentía totalmente desarmado. Miraba a su alrededor pero no siempre encontraba a su padre para que saliera al rescate.

Fueron pasando los años y ese muchacho, convertido en hombre y padre de familia, seguía sin encontrar los recursos para afrontar problemas. Por ley de vida, el apoyo de su padre se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo. Le seguía costando mucho tomar decisiones, tal era su inseguridad y falta de confianza en sí mismo.

La sobreprotección lastra al individuo. Es una bomba de relojería que tiene todos los visos de explotar más temprano que tarde a lo largo de la vida.

La cabeza le daba vueltas sin cesar. La situación era insostenible. ¿Cómo voy a poder salir de ella?, pensaba. Su desesperación adquirió dimensiones insoportables. Culpaba a sus padres por cómo le había educado y se envenenaba con ese sentimiento. Hasta que un día se encendió un interruptor en su interior y tomó la decisión más importante de su vida: haría lo que fuera preciso para acabar con la situación. Dio un puñetazo en la mesa y salió a dar un paseo. Las mejores ideas las había tenido siempre mientras caminaba. Se mostró resuelto a dejar de lado su temor a parecer vulnerable y pidió ayuda a un amigo. Un arduo trabajo de autoconocimiento le ayudó a desarrollar una autoestima que parecía desaparecida desde tiempo inmemorial. Poco a poco fue tomando el timón de su vida y adquiriendo práctica en la toma de decisiones.

Era consciente de que no es suficiente con haber llegado a ese estado y actuar de manera rutinaria sino que hay que trabajar todos los días para no correr el riesgo de recaer y volver a la casilla de salida. A menudo se hace la misma reflexión: qué duro es sobrevivir a una infancia regalada… Y se ha propuesto llevar la lección a la práctica en todos los ámbitos de su vida: personal, profesional y social.

Fomentar la autonomía en la infancia eleva el nivel de autoestima cuando se producen los logros, por pequeños que sean.

Con la lección bien aprendida, intenta aplicarla a la educación de sus hijos. No piensa hacerles pasar por una vida como la suya. Aun sin intención –da por hecho que en su caso se actuó de buena fe- la sobreprotección puede equipararse en sus consecuencias a un maltrato del cual es difícil y costoso recuperarse. En sus relaciones profesionales ha constatado que lo que dice Daniel H. Pink es totalmente cierto: el control lleva a la docilidad; la autonomía, al compromiso. La autonomía genera autoestima, y ésta es uno de los elementos básicos y originales de la inteligencia emocional. De hecho, es el que permite acceder al resto de elementos.

Estemos abiertos a opiniones ajenas, solicitemos consejos y ayuda si lo consideramos necesario, pero tengamos el firme propósito de tomar nuestras propias decisiones y hacernos responsables de ellas. Nuestra felicidad está en juego.

 

El razonamiento motivado

Aferrarse a las creencias

 

Por curiosidad profesional caigo de vez en cuando en foros deportivos de los periódicos digitales, en los que el campo de batalla habitual es la interminable –y dicho sea de paso, fatigante- pugna entre los dos clubs de fútbol punteros en España.

Debo decir que muchas -la mayoría- de las aportaciones atienden únicamente a un criterio visceral y excluyente. El objetivo de los participantes -estaba a punto de llamarles debatientes- suele ser casi con exclusividad la denigración sistemática del equipo rival. En las escasas ocasiones en las que he tenido la osadía de lanzarme al ruedo, he reiterado mi opinión al respecto: denigrar al adversario es un reconocimiento de baja autovaloración, pues si el otro equipo es tan malo, ¿qué mérito tiene el mío cuando lo derrota?

Este tipo de argumentación no es, evidentemente, exclusivo del ámbito del deporte. Las tertulias televisivas, radiofónicas y cualquier discusión política están presididas por este mismo enfoque. Las excepciones son rarísimas.

Esa obsesión por tener la razón, por intentar hacer valer el punto de vista propio como el único digno de ser tenido en cuenta, significa una renuncia al ejercicio crítico, de manera particular al autocrítico. Este comportamiento no sólo es socialmente aceptado sino que quien se desvía de esa línea es considerado poco menos que un traidor a “la causa”: si no denigras al partido A, no eres un buen militante del partido B, y viceversa.

 

Different Opinions

 

Estamos asistiendo en estos momentos a una exhibición de censura de la opinión individual dentro del grupo, en aras a un supuesto “hacer piña”, que raya el ridículo. Pocas personas están por la labor de querer entender posiciones divergentes y con ello se obstaculizan las vías de resolución de conflictos de muy diversa índole.

Parece como si la propia existencia individual o grupal sólo pudiera estar justificada por la aniquilación de todo aquél que ose tener una opinión discrepante. Se valora más el aferrarse a una creencia que el daño que ello pueda suponer al entorno personal o general.

¿Tenemos miedo a comprobar que los argumentos contrarios son tan o más válidos que los nuestros? ¿Está nuestra autoestima condicionada a la valoración social de nuestros argumentos?

La psicología social denomina a este fenómeno como razonamiento motivado. Es el proceso que lleva a las personas a confirmar lo que ya creen, ignorando los datos y hechos que lo contradicen. Se refiere a la tendencia de los individuos a procesar la información de manera que encaje con algún objetivo predeterminado.

“El razonador motivado devalúa o directamente ignora la importancia de los mensajes contradictorios, cuestiona la credibilidad de sus fuentes y rastrea su memoria en busca de argumentos que los contrarresten.” Guillem Rico, Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral en España, Centro de Investigaciones Sociológicas (2009)

Sobre la influencia de nuestros sesgos en la toma de decisiones, vale la pena leer este artículo: http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/todos-tenemos-sesgos-pero-eso-no-nos-impide-tomar-decisiones-validas/

En cualquier discusión o debate, ¿cuántas veces metemos con calzador los argumentos para que encajen con nuestras creencias, a pesar de las evidencias en contra? ¿Cuándo fue la última vez que, tras una discusión, escuchaste o dijiste «Me has convencido y te lo agradezco»?

La sociedad necesita que tanto individuos como colectivos se decidan a cambiar este enfoque. El primer paso –y es un gran paso- es ser consciente de ello. A partir de ahí se puede empezar a construir una nueva forma de comunicación más eficaz.

 

 

 

La resiliencia de un viajero involuntario

Resiliencia emocional

A primera hora de la tarde un hombre de mediana edad se sube al tren en la estación de Tafalla. Él no viaja; lo hace para acompañar a su madre al asiento. Una vez se despide de ella, se dirige a la puerta para apearse. Pese a sus insistentes intentos, no logra abrirla. Al cabo de unos segundos el tren emprende la marcha.

Su reacción inmediata es de estupor e incomprensión; mira en vano a su alrededor para tratar de encontrar la cámara oculta. Tiene durante un instante la tentación de accionar la alarma, pero desiste; le parece una reacción desproporcionada a su problema. Respira profundamente e intenta encarar el problema y sus repercusiones. Ha dejado a su mujer en la estación con el perro. Éste no está en las mejores condiciones físicas, pues acababan de diagnosticarle un cáncer abdominal en estado avanzado. El coche está aparcado a escasos metros de la estación pero las llaves están a buen recaudo en el bolsillo del viajero involuntario.

El hombre busca al interventor del tren y le explica la situación. “Usted no podía subir al tren. Los que no viajan no están autorizados, y al verle subir deduje que usted también viajaba”. Otra respiración profunda. “Pensé que dejaban unos minutos para casos como éste. Mi madre tiene una cierta edad y lleva una maleta de considerable peso”. “Lo entiendo”, responde el interventor, “pero las normas son las normas”. Otra dosis de profunda respiración. Vayamos a lo práctico, piensa el hombre. “¿Qué opciones tengo?”, pregunta. “No podemos detener el tren y menos con el retraso que llevamos. Déjeme que averigüe cuál es el primer tren que pasa en dirección contraria”.

Un par de llamadas más tarde le sugiere que se baje en Castejón y tome el primer tren de vuelta, que pasa en un par de horas. Tercera respiración profunda. Le quedan unos quince minutos para la parada, tiempo que aprovecha para entablar conversación con el interventor. Hace ya un buen rato que, tras una rápida valoración de la situación, ha tomado la decisión de tomarse el asunto a guasa. El interventor es consciente de ello y su expresión denota alivio. Tal vez temía que el viajero involuntario reaccionase con ira contra las costumbres y leyes ferroviarias. “Pues menos mal que no le ha pasado esto saliendo de Madrid hacia Sevilla con el AVE. ¡No se hubiera podido apear hasta Córdoba!”. Fue una charla fluida y agradable, que sólo se vio interrumpida por el aviso de llegada a la primera parada del tren, el inesperado destino del viajero.

 

Resiliencia

Tiempo atrás, ese mismo hombre habría afrontado la situación de una manera diametralmente distinta. Empezando por un ataque de pánico, seguido de otro de ira, se habría erigido, para deleite del resto de pasajeros, en el auténtico protagonista de un viaje de no más de veinte minutos de duración.

Pero ese hombre, cuyo alto nivel de cociente intelectual estaba fuera de toda duda, había tenido hasta hace relativamente poco tiempo graves problemas de autogestión, uno de los pilares básicos de la inteligencia emocional. Todos padecemos reveses a lo largo de nuestra vida; desde los más insignificantes –como es el caso del presente ejemplo- hasta los más serias. Lo importante es saber recuperarse y reaccionar de manera emocionalmente inteligente y efectiva, haciendo que pensamientos, actitudes y emociones negativas cambien de signo. En otras palabras, actuar con resiliencia.

Afortunadamente, la inteligencia emocional se puede desarrollar si uno lo desea. El primer paso es trabajar el autoconocimiento, adquirir consciencia de nosotros mismos y de los demás, para poder elevar nuestro nivel de autoestima. Requiere trabajo, pero vale la pena porque su repercusión es enorme en todos los ámbitos de la vida.

¿Eres plenamente consciente de cómo reaccionas cuando algo va mal?

 

 

Aprende a comunicar

Si eres consciente de cuáles son tus puntos fuertes, tus valores y creencias, tus intereses y necesidades, estarás en condiciones de expresarte con seguridad.

Si tu estilo de comunicación es asertivo, sabes practicar la escucha activa, dar reconocimiento, reformular, utilizar el lenguaje del YO y dar un buen feedback, seguramente habrás alcanzado un alto nivel de eficacia.

Si a todo ello le añades un buen dominio de las herramientas de comunicación verbal (registro, timbre, prosodia, ritmo, silencios, tono y volumen) acorde con la no verbal, te sentirás seguro de tu mensaje.

Si tu actitud para el diálogo incluye empatía, respeto, disponibilidad, flexibilidad y presencia, tu interlocutor te lo agradecerá.

Si eres consciente de que tu violencia y la ajena expresan necesidades insatisfechas y que todos necesitamos que nuestras peticiones sean escuchadas, crearás el entorno propicio para gestionar con eficacia tus conflictos.

Si conoces tu estilo al abordar un conflicto, serás capaz de modularlo para adecuarlo a cada situación.

 

COFRE

Si deseas elevar el nivel de eficacia de tu comunicación para que te resulte realmente útil en tu vida personal y profesional, te ofrezco mi ayuda para mejorar los aspectos mencionados mediante la participación en un trabajo de crecimiento individual o en grupo.

Aprende a comunicar, ¡contáctame!

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    Autoconocimiento

    Autoconocimiento: ¿cuál es nuestra valoración personal?

    Es muy común tener la sensación de que podemos ofrecer al mundo mucho más de lo que le damos, de que no se nos exprime lo suficiente. Queremos mejorar en muchos aspectos y tenemos prisa en lograrlo. El problema de ese deseo de inmediatez es que estamos dispuestos a quemar etapas, a costa de errar el rumbo.

    Antes de empezar cualquier proceso o formación para la mejora o el crecimiento, y en especial aquéllos que persiguen un incremento del nivel de calidad en la comunicación (ventas, coaching, mediación y otras), es necesario tener claras una serie de cuestiones: ¿Quién soy realmente?, ¿qué quiero llegar a ser?, ¿cuáles son mis puntos fuertes y cuáles son susceptibles de mejora?

    ¿Nos conocemos bien? ¿Cómo me valoro? ¿Cómo valoro a los demás? Estas preguntas, que pueden sorprender porque damos por sentadas las respuestas, son fundamentales para diseñar la hoja de ruta individual. Cada persona es distinta, y distinto será cada viaje.

    Es conveniente empezar por lo que piensa uno de sí mismo, cómo se valora. En definitiva, cuál es el nivel de autoestima. ¿Recuerdas alguna vez en la que hayas querido hacer algo para lo que no estabas preparado y te has negado a pedir ayuda? ¿Qué pensaste? ¿Cómo te sentiste? ¿Qué hiciste? ¿Cómo actuarías si te volvieses a encontrar en esa situación?

    La peor soledad es no sentirse a gusto con uno mismo. Mark Twain

    Recuerda que debes distinguir lo que eres de lo que eres capaz de hacer. Es necesario distinguir las cualidades incondicionales – soy digno de confianza, honesto- de aquéllas que están ligadas a una actividad -soy un buen abogado, juego muy bien al fútbol, etc.

    Otro de los obstáculos que nos imponemos a la hora de valorarnos es condicionar nuestro bienestar a una serie de situaciones que necesitamos para identificarnos: “Me siento bien siempre y cuando…”. ¿Tienes la sensación de que a veces supeditas tu bienestar al cumplimiento de ciertas condiciones? ¿Sabrías identificarlas? ¿Necesitas que esté todo perfecto, controlar a los demás, estar siempre ocupado, ganar en cualquier ocasión? Si te encuentras en alguna de esas situaciones o en cualquier otra semejante, existen ejercicios que permiten convertir las condiciones de valor en declaraciones positivas incondicionales.

    Estás siempre contigo mismo; intenta disfrutar de la compañía. Diane von Furstenberg

    NeneHilario

    Nene Hilario by Keith Allison

    Despójate de todo lo que lastre tu autoestima: por muy bien entrenado que estés, no podrás correr bien si llegas a la línea de salida con el traje de calle.

    ¿Hablamos de tu valoración personal? Como siempre, me tienes a tu disposición para echarte una mano.