La soledad opcional o impuesta

 

La soledad derivada de un sistema social

Hace unos días, la Filmoteca de Navarra me pidió que presentara un par de películas dentro de su ciclo dedicado a la soledad.

La primera de ellas, “La teoría sueca del amor”, es un documental sobre el movimiento iniciado en Suecia en los años 70 en favor de la individualidad e independencia del individuo en sus relaciones sociales. La experiencia les ha demostrado que el supuesto estado de bienestar no garantiza la felicidad fuera del contacto humano. En otros países con muchos menos recursos la ciudadanía parece vivir más feliz simplemente valorando y compartiendo lo que poseen.

http://www.imdb.com/title/tt4716560/

Le persona que me invitó a hacer las presentaciones me recomendó la lectura de un artículo de Rosa Montero, publicado en El País Semanal del pasado día 4 de febrero del presente año.

https://elpais.com/elpais/2018/01/29/eps/1517224907_231613.html

La periodista relata su experiencia personal durante su estancia en el Reino Unido en los años 80. Dedica la primera parte al elogio de la autonomía como forma de crecimiento personal. Estar solo, ser capaz de “sacarse la castañas del fuego” sin tener que recurrir a ayudas externas, es encomiable. Pero claro, estamos hablando de una soledad deseada, con el entramado social y familiar en la recámara, pudiendo recurrir a él en cualquier momento. Una especie de soledad a la carta, lo que en inglés –lengua de matices donde las haya- se llama “solitude”, soledad en el sentido del mero estado de encontrarse o vivir solo, separado del resto de personas.

“Si cuando estás solo te sientes solo, es que estás en mala compañía.” Jean-Paul Sartre

 

Otra cosa es la soledad no deseada, el equivalente del vocablo “loneliness”, ese sentimiento de tristeza y dolor derivado a veces del estado de soledad.

En el Reino Unido se hablaba ya hace más de 30 años de la soledad como problema social, sobre todo entre la gente mayor. El asunto se ha agravado con el tiempo. Montero nos facilita un dato espeluznante: en el mencionado país, en el transcurso de un mes 200.000 personas no han podido tener una sola conversación ni con familiares ni con amigos. No es de extrañar que muchas de esas personas vayan al médico con el único objetivo de poder hablar con alguien, con independencia de cómo se encuentren. En ese país, la soledad ha desplazado a la obesidad como principal amenaza para la salud.

En los países latinos el problema no es de momento tan acuciante, pero llevamos un camino similar al de los países anteriormente citados, sobre todo en lo que concierne a los ancianos. Los problemas económicos de las familias, junto con la cada vez mayor longevidad, hace que los mayores se conviertan en verdaderas víctimas de sus propios familiares. En este sentido, el siguiente artículo nos relata una sangrante situación de abandono.

https://politica.elpais.com/politica/2018/03/26/diario_de_espana/1522092904_996135.html

La gestión individual de la soledad

La segunda película, El rayo verde, de Eric Rohmer, enfoca el problema de la soledad desde un punto de vista más intimista.

http://www.imdb.com/title/tt0091830/

Aquí, en lugar del problema de la soledad, se aborda la gestión emocional que se hace de ella. Alguien, que en apariencia tiene las necesidades básicas satisfechas, se encuentra en un momento determinado sin compañía. Su malestar contamina su entorno y sus amigos se empeñan en someterla a una interminable sesión de consejos no solicitados. Por cierto, qué fácil es resolver los problemas ajenos…

La protagonista se siente, como suele decirse, “mal en su piel”. Al mismo tiempo se resiste a abandonar ese estado al considerar que no le compensa lo que tiene que hacer para abandonarlo. Está metida en su zona de confort, abonada a un cierto victimismo. Su coartada se centra en que para lograr un cambio todo debe estar en su sitio y que cualquier situación que no sea del todo perfecta no vale la pena ser explorada.

“Pour avoir si souvent dormi avec ma solitude, je m’en suis fait presqu’une amie, une douce habitude.” Georges Moustaki, Ma solitude

Estar solo o sentirse solo. Recluirse en uno mismo por el placer de estar en soledad o porque  los demás siempre te decepcionan. Cuando la soledad es una opción, no hay problema. Otra cosa es la soledad impuesta, ya sea por el sistema social o por el propio entorno. Ahí vamos a necesitar ayuda externa. Tomar conciencia a nivel individual y gubernamental es clave para paliar una situación que se agrava de manera particular para los ancianos, esas personas que ha trabajado toda su vida y que merecen un reconocimiento y la recompensa de un mínimo de comodidad y tranquilidad en sus últimos años.

 

Fomentar la autonomía

 

La autonomía, factor clave para el desarrollo de la autoestima

 

Su infancia fue dulce, aunque no especialmente feliz. Desde un punto de vista material, tuvo todo lo que un niño puede desear y, desde luego, mucho más de lo que podía necesitar. Los problemas eran algo ajeno a su vida y, si alguna vez oía hablar de ellos, tenía el pleno convencimiento de que no iban a pasar a mayores porque su padre estaba ahí para solucionarlos. Vivía en una campana de cristal, a salvo de cualquier cosa que pudiera perturbar su tranquila y aséptica existencia, aunque eso también le privaba de experimentar otras sensaciones.

Si bien en la infancia su incapacidad para afrontar problemas tenía una escasa repercusión en su vida, en la adolescencia la cosa empezó a manifestarse con mayor frecuencia e intensidad. En la relación con amigos, profesores, compañeros de equipo, entrenadores, cada vez que surgía algún roce, discrepancia o litigio, se sentía totalmente desarmado. Miraba a su alrededor pero no siempre encontraba a su padre para que saliera al rescate.

Fueron pasando los años y ese muchacho, convertido en hombre y padre de familia, seguía sin encontrar los recursos para afrontar problemas. Por ley de vida, el apoyo de su padre se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo. Le seguía costando mucho tomar decisiones, tal era su inseguridad y falta de confianza en sí mismo.

La sobreprotección lastra al individuo. Es una bomba de relojería que tiene todos los visos de explotar más temprano que tarde a lo largo de la vida.

La cabeza le daba vueltas sin cesar. La situación era insostenible. ¿Cómo voy a poder salir de ella?, pensaba. Su desesperación adquirió dimensiones insoportables. Culpaba a sus padres por cómo le había educado y se envenenaba con ese sentimiento. Hasta que un día se encendió un interruptor en su interior y tomó la decisión más importante de su vida: haría lo que fuera preciso para acabar con la situación. Dio un puñetazo en la mesa y salió a dar un paseo. Las mejores ideas las había tenido siempre mientras caminaba. Se mostró resuelto a dejar de lado su temor a parecer vulnerable y pidió ayuda a un amigo. Un arduo trabajo de autoconocimiento le ayudó a desarrollar una autoestima que parecía desaparecida desde tiempo inmemorial. Poco a poco fue tomando el timón de su vida y adquiriendo práctica en la toma de decisiones.

Era consciente de que no es suficiente con haber llegado a ese estado y actuar de manera rutinaria sino que hay que trabajar todos los días para no correr el riesgo de recaer y volver a la casilla de salida. A menudo se hace la misma reflexión: qué duro es sobrevivir a una infancia regalada… Y se ha propuesto llevar la lección a la práctica en todos los ámbitos de su vida: personal, profesional y social.

Fomentar la autonomía en la infancia eleva el nivel de autoestima cuando se producen los logros, por pequeños que sean.

Con la lección bien aprendida, intenta aplicarla a la educación de sus hijos. No piensa hacerles pasar por una vida como la suya. Aun sin intención –da por hecho que en su caso se actuó de buena fe- la sobreprotección puede equipararse en sus consecuencias a un maltrato del cual es difícil y costoso recuperarse. En sus relaciones profesionales ha constatado que lo que dice Daniel H. Pink es totalmente cierto: el control lleva a la docilidad; la autonomía, al compromiso. La autonomía genera autoestima, y ésta es uno de los elementos básicos y originales de la inteligencia emocional. De hecho, es el que permite acceder al resto de elementos.

Estemos abiertos a opiniones ajenas, solicitemos consejos y ayuda si lo consideramos necesario, pero tengamos el firme propósito de tomar nuestras propias decisiones y hacernos responsables de ellas. Nuestra felicidad está en juego.

 

El valor adaptativo del miedo

El miedo, mi gran aliado

 

El miedo está siempre a nuestra disposición, desde la más tierna infancia hasta el último día de nuestros días. Se puede presentar con múltiples caras, en las más diversas circunstancias y en diferentes intensidades.

Influidos por el carácter, por las circunstancias, por la educación o por los ejemplos presenciados, reaccionamos de una manera u otra cuando se nos presenta una situación que nos produce miedo. Estas situaciones son muy variopintas: cambios sustanciales, falta de estabilidad laboral –una reciente encuesta señala que el 37% de los españoles teme perder su empleo a corto plazo-, inestabilidad política –parece innecesario dar ejemplos-, inseguridad personal y colectiva, el futuro de nuestros seres queridos, la muerte, el error, la falta de aceptación, incluso el éxito –por la responsabilidad que acarrea-, etc. En definitiva, cualquier incertidumbre es susceptible de generar miedo.

Hace unos años, a un amigo que se encontraba enfermo -en una fase avanzada de la enfermedad-, le preguntaron en una entrevista: “¿Te da miedo la muerte?”. “Nada.”, contestó. “Estoy seguro que después de morir seremos felices.”. Ignoro si su respuesta era sincera o simplemente quería tranquilizar a sus amigos. En todo caso, aunque algunos podrían considerarlo como una actitud optimista, yo la vi más como una muestra de la coherencia que demostró a lo largo de su vida. Él se preocupaba y ocupaba de las cosas que podía controlar; al resto no le dedicaba ni un ápice de su tiempo ni de su energía.

Hay básicamente tres tipos de situaciones en la vida: las que podemos controlar; aquellas en las que, sin controlarlas, podemos ejercer una cierta influencia, y las que escapan totalmente a nuestro control. Muchas veces centramos nuestra atención y el consecuente miedo en lo que está fuera de nuestro control. Por la razón que sea, entre las que destacaría el deseo de eludir responsabilidades, solemos dedicar gran parte de nuestro tiempo a lo que no podemos controlar. Y eso nos genera una ansiedad y un estrés inmensos, porque nos sentimos en manos de fuerzas externas.

¿Por qué pensamos que el miedo es siempre algo negativo? ¿Acaso no nos sirve para sobrevivir, para anticiparnos a las eventuales amenazas que se cruzan en nuestro camino? ¿No es el miedo un excelente motivador para ponernos en acción y reforzar nuestra seguridad? ¿No es el miedo requisito imprescindible para mostrar valentía?

El miedo no es siempre controlable, pero hay momentos en que podemos disponer de un cierto espacio de libertad para escoger entre tener miedo o no tenerlo. La forma sana de expresarlo se traduce en una actitud proactiva; la forma inefectiva se manifiesta en parálisis, pasividad o negación del mismo.

“No hay mayor espejismo que el miedo.” Lao Tzu

El problema no es la realidad, sino nuestra percepción de ella. Frente a una situación incómoda, la forma en que reaccionamos es muchas veces más determinante que la situación en sí. Dar un paso atrás, vernos desde la posición de un espectador neutral, nos puede ayudar a tener una perspectiva más afinada de la situación. ¿Es realmente el tema tan agobiante, tan digno de ser temido? ¿Qué voy a pensar de esto dentro de cinco años?

“Superar lo que más temes es lo que más fuerza te da.” Matshona Dhliwayo

Vivir con miedo o aprender a gestionarlo en la medida de lo posible. Ahí está la gran decisión. ¿Voy a ser esclavo del miedo o su aliado? Eleonor Rossevelt recomendaba hacer cada día tres cosas que nos produjeran un cierto miedo. Es un buen consejo que podríamos ampliar a situaciones que nos incomoden, siempre y cuando el objetivo tenga un sentido práctico y nos sirva de ayuda. Tengamos muy en cuenta que el miedo es uno de esos obstáculos que no se franquean rodeándolos, sino afrontándolos de cara.

Así que, cuando nos digan “No tengas miedo” -una de esas frases que se suelen soltar de manera bastante frívola a modo de consejo bienintencionado-, podríamos contestar: “Gracias por tu interés, pero quisiera algo más. Miedo voy a tener de todas formas.  Lo que deseo es estar en condiciones de superarlo y de poder afrontar la situaciones que lo generan”.

 

El presente, ese desconocido

El presente, atrapado entre el pasado y el futuro

 

Somos expertos en valorar el pasado y en dedicar nuestro tiempo a la expectación de lo por venir. Adictos a la nostalgia y a la anticipación, raramente gozamos del momento presente.

La verdad es que es difícil definir el presente. Echemos un vistazo a la definición que nos ofrece el diccionario de la RAE:

Dicho del tiempo: Que es aquel en que está quien habla

Se entiende lo que quiere decir, pero, aun así, es complicado trasladarlo a la realidad. ¿Cuánto dura? Ahora que estoy escribiendo, es presente, pero cuando paso a la siguiente frase, ese presente del que acabo de hablar ya es pasado. Creo que para entender lo que nos pasa con el tiempo tenemos que hacer una pequeña trampa: arañar un poco del pasado y otro poco del futuro y añadirlo a lo que entendemos como presente. Para vivir algo plenamente necesitamos un cierto lapso de tiempo que nos permita percibir las cosas.

Bien, ya le hemos regalado un poco más de espacio (tiempo) al presente. El problema, sin embargo, no desaparece. Nuestra mente sigue con su continuo vaivén: atrás, adelante, atrás, adelante… Rechazamos el momento presente; no estamos cómodos con él. El pasado va adquiriendo más calidad a medida que se va alejando; el futuro está lleno de esperanza, de misterio o de miedo. El pasado no se puede cambiar; por lo tanto, lo que hacemos es alterar la percepción que tenemos del mismo, reinterpretándolo y adecuándolo a nuestros intereses. En todo caso, a ambos tiempos les dedicamos la mayor parte de nuestros pensamientos y energías.

«El futuro es, en principio al menos, moldeable, pero el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo. Sin embargo, en la práctica de la política de la memoria, futuro y pasado han intercambiado sus respectivas actitudes»  Zygmunt Bauman 

 

PercepciónTiempo

 

Un ejemplo muy ilustrativo es el caso de las vacaciones. Todo el mundo se muestra entusiasmado cuando se acercan, reina la excitación sobre las cosas maravillosas que nos van a deparar y su preparación es causa de alegría y felicidad. No se tarda mucho tiempo, una vez comenzadas, en dejarse llevar por el runrún de su final. Se van descontando los días del calendario y la melancolía se va instalando en las mentes. ¡Y estamos en vacaciones, en ese período tan esperado y en el que nos lo íbamos a pasar tan bien! Una vez terminadas, entramos en lo que los expertos llaman depresión posvacacional, que tiene una duración variable pero que suele desvanecerse cuando entra en liza la perspectiva de las siguientes vacaciones.

La razón principal por la que nos ocurre esto es la falta de conciencia, tanto de nosotros mismos como de los demás y de nuestro entorno. Para abandonar la necesidad de anclarnos en el pasado y en el futuro necesitamos reconocer lo que estamos sintiendo, darle un nombre a la emoción que se deriva de ese sentimiento y decidir cómo vamos a actuar como consecuencia de ello. ¿Recuerdas aquella ocasión en la que tuviste una fuerte reacción emocional frente un acontecimiento concreto? Da un repaso a los puntos que acabo de mencionar e intenta determinar cuál fue tu emoción y cómo impactó en tus pensamientos y en tu conducta. Te servirá de ayuda en el futuro.

Los sentimientos y sensaciones son experiencias integrales, que moran tanto en nuestro cerebro emocional como en nuestro cuerpo. Si estamos atentos a lo que nos comunican, podemos disfrutarlos, afrontarlos y gestionarlos de manera que nos sirvan de aprendizaje.

“Vive eternamente quien vive en el presente.”  Ludwig Wittgenstein

 

Las preguntas no formuladas

Olvidé muchas preguntas

 

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes considerados mundanamente importantes y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

Con la serenidad que da el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

Preguntas

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es; pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. Lo que hasta hace poco eran miradas frustrantes hacia el pasado, son ahora visiones de oportunidad. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.

 

La resiliencia de un viajero involuntario

Resiliencia emocional

A primera hora de la tarde un hombre de mediana edad se sube al tren en la estación de Tafalla. Él no viaja; lo hace para acompañar a su madre al asiento. Una vez se despide de ella, se dirige a la puerta para apearse. Pese a sus insistentes intentos, no logra abrirla. Al cabo de unos segundos el tren emprende la marcha.

Su reacción inmediata es de estupor e incomprensión; mira en vano a su alrededor para tratar de encontrar la cámara oculta. Tiene durante un instante la tentación de accionar la alarma, pero desiste; le parece una reacción desproporcionada a su problema. Respira profundamente e intenta encarar el problema y sus repercusiones. Ha dejado a su mujer en la estación con el perro. Éste no está en las mejores condiciones físicas, pues acababan de diagnosticarle un cáncer abdominal en estado avanzado. El coche está aparcado a escasos metros de la estación pero las llaves están a buen recaudo en el bolsillo del viajero involuntario.

El hombre busca al interventor del tren y le explica la situación. “Usted no podía subir al tren. Los que no viajan no están autorizados, y al verle subir deduje que usted también viajaba”. Otra respiración profunda. “Pensé que dejaban unos minutos para casos como éste. Mi madre tiene una cierta edad y lleva una maleta de considerable peso”. “Lo entiendo”, responde el interventor, “pero las normas son las normas”. Otra dosis de profunda respiración. Vayamos a lo práctico, piensa el hombre. “¿Qué opciones tengo?”, pregunta. “No podemos detener el tren y menos con el retraso que llevamos. Déjeme que averigüe cuál es el primer tren que pasa en dirección contraria”.

Un par de llamadas más tarde le sugiere que se baje en Castejón y tome el primer tren de vuelta, que pasa en un par de horas. Tercera respiración profunda. Le quedan unos quince minutos para la parada, tiempo que aprovecha para entablar conversación con el interventor. Hace ya un buen rato que, tras una rápida valoración de la situación, ha tomado la decisión de tomarse el asunto a guasa. El interventor es consciente de ello y su expresión denota alivio. Tal vez temía que el viajero involuntario reaccionase con ira contra las costumbres y leyes ferroviarias. “Pues menos mal que no le ha pasado esto saliendo de Madrid hacia Sevilla con el AVE. ¡No se hubiera podido apear hasta Córdoba!”. Fue una charla fluida y agradable, que sólo se vio interrumpida por el aviso de llegada a la primera parada del tren, el inesperado destino del viajero.

 

Resiliencia

Tiempo atrás, ese mismo hombre habría afrontado la situación de una manera diametralmente distinta. Empezando por un ataque de pánico, seguido de otro de ira, se habría erigido, para deleite del resto de pasajeros, en el auténtico protagonista de un viaje de no más de veinte minutos de duración.

Pero ese hombre, cuyo alto nivel de cociente intelectual estaba fuera de toda duda, había tenido hasta hace relativamente poco tiempo graves problemas de autogestión, uno de los pilares básicos de la inteligencia emocional. Todos padecemos reveses a lo largo de nuestra vida; desde los más insignificantes –como es el caso del presente ejemplo- hasta los más serias. Lo importante es saber recuperarse y reaccionar de manera emocionalmente inteligente y efectiva, haciendo que pensamientos, actitudes y emociones negativas cambien de signo. En otras palabras, actuar con resiliencia.

Afortunadamente, la inteligencia emocional se puede desarrollar si uno lo desea. El primer paso es trabajar el autoconocimiento, adquirir consciencia de nosotros mismos y de los demás, para poder elevar nuestro nivel de autoestima. Requiere trabajo, pero vale la pena porque su repercusión es enorme en todos los ámbitos de la vida.

¿Eres plenamente consciente de cómo reaccionas cuando algo va mal?

 

 

Cambio de límites, cambio de vida

Un cambio en el diseño de tus límites

 

Recibí la llamada telefónica de Ana (*) en pleno mes de agosto, cuando me encontraba lejos de mi ciudad de residencia. A pesar de que su tono de voz no delataba angustia, pude deducir que el tema que quería tratar era urgente. Acordamos vernos a los dos días de mi regreso.

Ana  trabaja en la administración pública. Es una mujer preparada, con estudios universitarios, habla dos idiomas vernáculos y tiene un aceptable nivel de inglés. Sus conocimientos son más que sobrados para el puesto que ocupa; de hecho, podría acceder sin problema alguno a uno de categoría superior. Y, sin embargo, no es esta situación anómala en particular la que le provoca un cierto sentimiento de incomodidad.

En su lugar de trabajo Ana vive rodeada de personas de muy distinto carácter. Las hay con las que se lleva muy bien, con las que puede gestionar sin problema alguno las desavenencias que puedan tener en algún tema en concreto; con otras, en cambio, el contraste de pareceres lleva siempre a un callejón sin salida acompañado de una sensación de malestar que suele durar unos cuantos días.

Tiene una excelente disposición para ayudar a los demás en la realización de tareas y así lo manifiesta tanto con sus compañeros como con sus superiores jerárquicos. En este segundo caso ha accedido incluso a trabajar muchas más horas de las convenidas sin percibir una remuneración acorde con la tarea encomendada. En diversas ocasiones ha recibido promesas de promoción que han sido sistemáticamente incumplidas.

A Ana siempre le ha costado mucho decir “no”. Pero incluso las personas más pacientes tienen un límite. Llega un momento en el que uno adquiere plena consciencia de que la situación es insostenible y de que, cualquiera que fuera la razón por la que consentía actuar de esa manera, ésta ya no le compensa. Alcanzado ese punto sin retorno, la clave está en cómo se gestiona la situación: uno puede paralizarse, perpetuando el problema; puede explotar, con el riesgo de perder el control, echando al traste cualquier posibilidad de cambio y dando validez al dicho de que “es peor el remedio que la enfermedad”; o bien puede optar por expresar una verdadera voluntad de mejora en la manera de enfocar las cosas, lo que logrará si está dispuesto a hacer todo lo que esta opción requiere.

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Si estoy ahora hablando del caso de Ana es porque, evidentemente, ella se decantó por la tercera opción. Desde el primer momento abrió su corazón y se desnudó emocionalmente. Ese paso fue decisivo en la calidad de las sesiones y en la rapidez en abordar el cambio. Algunos de los obstáculos eran para ella evidentes; otros, no tanto. Le ayudó mucho la decisión de cambiar la perspectiva para identificar las cosas. Las situaciones complicadas, aparentemente incomprensibles o conflictivas, requieren ser abordadas desde la perspectiva de la necesidad insatisfecha. Si obviamos este enfoque, nos costará mucho desenredar el ovillo y seremos esclavos de nuestras reacciones emocionales primarias.

Abrir la mente en este sentido le ha permitido a Ana, por una parte, superar el miedo a ser vista como alguien prepotente por sus conocimientos, y, por otra, a vencer la incomodidad de decir “no” a determinadas solicitudes que ella considera abusivas. Ana se encuentra bien y va a trabajar con alegría. Ha puesto límites allá donde no los había. De esta manera se ha ganado el respeto de todos: no sólo lo percibe sino que se lo han hecho saber. Ha logrado un nivel de asertividad para ella insospechado hace tan solo unos pocos meses.

Este cambio ha repercutido en su vida profesional y personal. En ambos ámbitos ha dejado de rehuir las situaciones complicadas o conflictivas. Lo sabe y no lo olvida porque cualquier cambio que identifica, cualquier paso, por pequeño que sea, lo anota en su “libreta roja”. A ella acude para anotar lo nuevo y revisar lo pasado. Y sigue creciendo.

 

(*) Nombre modificado para preservar su privacidad

El talento es insuficiente

Contratado por su talento, despedido por sus carencias emocionales

 

Ricardo (*) es jugador de baloncesto. Dotado de un alto nivel técnico y una gran condición física, su actitud es asimismo excelente: se esfuerza en los entrenamientos, es buen compañero y tiene un gran sentido del humor. Se podría decir que cumple con todos los requisitos para triunfar en el mundo del deporte. Y sin embargo, desde un tiempo a esta parte, Ricardo ha tenido la sensación de que le falta algo para sentirse realizado.

Los últimos tres años no han sido precisamente un camino de rosas en su vida: a una lesión grave, de larga duración, se le sumó una relación sentimental poco definida y con constantes altibajos. Su falta de práctica en habilidades de comunicación condujo su relación por terrenos un tanto tortuosos. Su gran error fue dar por supuestos sus sentimientos, sin sentir la necesidad de comunicarlos a su pareja. Su relación no llegó a cuajar y, aunque él dice estar tranquilo y haberla olvidado, la menciona con frecuencia en sus conversaciones.

Los mencionados percances hicieron diana en la línea de flotación de su motivación. Algo debieron ver sus compañeros de equipo y su entrenador para darle un toque de atención. “Ricardo, ¿qué te pasa? Ya no eres el mismo. Te falta aquella chispa que siempre habías tenido”. Al principio se mostró perplejo porque tenía la sensación de estar actuando como siempre. Pero lo cierto es que el entrenador lo mantenía cada vez menos minutos en la cancha hasta que poco después le comunicó que ya no contaba con él y que había contratado a otro jugador para su puesto.

JugadorBasket

Abrumado por la situación, con un amargo sentimiento de injusticia por su despido, Ricardo se sintió totalmente desmotivado. Tuvo la sensación de que su objetivo a nivel profesional se había diluido de la noche a la mañana y llegó a pensar seriamente en abandonar el deporte y empezar una nueva vida en otro país.

Debo decir que Ricardo es, entre otras cosas, una persona inteligente. Muchas horas de reflexión sobre lo ocurrido en los pasados meses le abrieron los ojos: tal vez no había dado lo mejor de sí mismo, ya no era el de antes de la lesión y los problemas personales habían hecho mella en su ilusión por el deporte. Y él había sido el último en percibirlo.

Todavía algo confuso, habló con su representante y le pidió que le buscara un equipo para la temporada que estaba a punto de empezar. En el mundo del deporte las noticias vuelan y muchos tenían conocimiento de que Ricardo no pasaba por su mejor momento, lo que mermaba mucho las probabilidades de optar por un equipo de la misma categoría en la que había jugado en los últimos años. Finalmente aceptó una oferta de un equipo de categoría inferior.

Para cambiar hay que despertar, estar alerta. Más que elucubrar sobre la existencia de una oportunidad, se trata de ser capaz de verla.  Javier Salvat

Con muchas dudas y sin haber descartado del todo la idea del abandono, me llamó. Necesitaba aclarar sus ideas y sentirse seguro de lo que iba a hacer. Trabajamos la determinación de objetivos, la asunción de riesgos y la idea de que en esta vida no podemos contar con la garantía de que todo va a salir según nuestros deseos. Ricardo se fijó como objetivo, a nivel individual, llegar a ser el mejor jugador de la categoría en su demarcación (existen medidas estadísticas que permiten determinarlo) y lograr el ascenso con su equipo, como objetivo colectivo. Objetivos ambiciosos, concretos, realizables y con plazos definidos. De momento está cumpliendo con creces: ha sido convocado por la selección regional y su equipo se encuentra en una enconada pugna por el primer puesto de la clasificación.

Ricardo, en cierto modo, ha despertado. Era consciente de su talento como deportista, pero ahora sabe que eso no es suficiente. Ha descubierto sus habilidades de comunicación, sabe gestionar mejor sus emociones, identifica sus estados de ánimo,  los hace jugar a su favor y los pone al servicio del equipo. Su vida privada está también recibiendo el impacto positivo de su nueva situación. Vive más sosegado y contento.

El talento es necesario para triunfar, pero debe ir unido a otro tipo de habilidades para poder lograr el éxito. Ricardo fue contratado por sus habilidades técnicas pero fue despedido por su momentánea carencia en habilidades emocionales.

Cuántos talentos se han desperdiciado por no ir acompañados de otro tipo de habilidades… Y qué placer descubrir que lo tenemos todo al alcance de la mano. Todos queremos ganar, pero ¿estamos todos dispuestos a hacer lo necesario para lograrlo? Si es así, el momento es ahora. Como dijo Tim Ferris, «Algún día es una enfermedad que nos llevará juntos a la tumba a nosotros y a nuestros sueños«.

 

(*) Ricardo es un nombre ficticio para respetar la privacidad y confidencialidad del cliente. Los contextos están ligeramente modificados por el mismo motivo, pero se trata de un caso real.

El coaching, palanca de elevación

El coaching puede ayudarte a elevar tu nivel de calidad

 

Cuenta Julio Llamazares en su relato Tanta pasión para nada que Miroslav Djukic tuvo que superar muchas adversidades para llegar a ser futbolista de élite.

En ocasión del famoso penalty cuyo desenlace fue decisivo para determinar el campeón de la Liga 1993-94 y que tuvo una enorme repercusión en el mundo del fútbol, el autor hace un ejercicio de elucubración sobre los pensamientos que se le fueron acumulando al jugador desde que el árbitro señaló la falta hasta los instantes posteriores a la parada del portero del Valencia.

Una de las primeras dificultades con las que Djukic tuvo lidiar en su adolescencia fue la férrea oposición de su padre a que se dedicase al fútbol en detrimento de sus estudios. Cuenta que su progenitor le fue pinchando todos los balones que encontraba por casa y que Miroslav tenía que ir reponiendo con sus ahorros.

Es duro acometer un objetivo en la vida cuando el camino del éxito va en dirección contraria a los deseos de un padre. El temor a que tu triunfo suponga una decepción para un ser querido es tan difícil de comprender como complicado de digerir.

Hay que decir en descargo de su padre que, resignado a la determinación de su hijo, acabó fabricándole una bicicleta con el material de su chatarrería.

Con algunos altibajos –abandonó la práctica del fútbol en un par de ocasiones- el jugador logró desarrollar una carrera lo suficientemente meritoria como para ser contratado por un club de la liga española: el Deportivo de La Coruña. Y su carrera fue brillante.

El deporte es una excelente escuela de vida. Tanto en los deportes individuales como en los de equipo, hay un gran abanico de posibilidades de poner en práctica multitud de facetas: trabajo en equipo, autoconocimiento, responsabilidad, gestión emocional, asunción de competencias, etc.

A pesar de que es y será recordado por muchos por su fallo en aquel fatídico último minuto de la última jornada de liga, Djukic fue un buen ejemplo de deportista completo a nivel físico, mental y de actitud. No debemos olvidar que el fallo es una de las posibles consecuencias de cualquier intento, y que para fallar, antes se tiene que demostrar el valor presentando la candidatura al protagonismo, en este caso a lanzar el penalty.

Djukic

Volviendo al conjunto de su carrera, muchos podrán pensar que si él lo logró, todos pueden hacerlo. En general todos tienen el potencial para lograrlo, eso lo tengo claro, pero no todos son conscientes de tener esa capacidad para ponerla al servicio de sus objetivos. Cuánto talento desperdiciado hay por el mundo por la simple razón de no haber hecho una buena labor de autoconocimiento y de aceptación de la propia responsabilidad

En la vida hay muchas circunstancias que determinan nuestro camino. Unas están bajo nuestro control, en otras podemos influir de alguna manera y otras escapan totalmente a nuestro dominio. Trabajar las dos primeras es fundamental para salir adelante. El azar o el destino –que cada uno lo llame como más le guste- juegan su baza, aunque de cierta manera podemos ponérselo más fácil o más difícil, según cuáles sean nuestras pretensiones.

Para aquéllos que precisen de un acompañamiento en el desarrollo de su carrera profesional, o en cualquier otro aspecto de su vida, existen excelentes profesionales -entre ellos los del coaching– que les pueden ser de gran utilidad. Si la vida te da limones, seguramente te dedicarás a hacer limonada, pero la gran diferencia está en el salto cualitativo y diferencial que supone decidirse a hacerla en abundancia y de la mejor calidad.