El deporte, ámbito de competencias

Tan necesario e importante es saber como saber que sabes.

 

Hablaba hace unos días con un amigo sobre la difícil transición que experimentan algunos deportistas de élite desde el momento en que su carrera profesional llega a su fin hasta el acomodo a su nueva vida. Si no se han ocupado de organizar su transición, de la noche a la mañana se encuentran en una situación radicalmente nueva que les puede llegar a generar pánico. “Qué va a ser de mí, si no sé hacer más que esto…”. Lo que muchos no saben es que, si han aprovechado bien su tiempo, una buena parte del camino lo tienen ya hecho, cualquiera que sea su profesión futura.

El deporte es un campo abonado inmejorable para el desarrollo de ciertas de las llamadas softskills, término que no acaba de tener una traducción única a nuestra lengua, pero que podríamos denominar competencias sociales o capacidades interpersonales: gestión emocional, trabajo en equipo, toma de decisiones, comunicación eficaz, disciplina, autoevaluación, responsabilidad, actitud positiva, disposición al aprendizaje, adaptabilidad…

Los que han sido capaces de desarrollarlas a un alto nivel son conscientes de lo mucho que les han aportado en su carrera deportiva y del peso tan grande han tenido en su rendimiento y en la consecución de sus objetivos. De los tres pilares del éxito –saber, poder y querer– el desarrollo de las mencionadas habilidades tiene mucho que ver con el querer, es decir la actitud, pero incide de manera inmediata y enorme en las otras dos: el talento y la capacidad física.

Dejando de lado la minoría que ha logrado mantener un nivel de vida holgado gracias a haber sabido combinar unos altos ingresos con la sensatez de una buena gestión de los mismos, la gran mayoría tiene la sensación de que el cambio de escenario equivale a un cataclismo insuperable.

 

Ciclismo

Una persona académicamente bien preparada, al acceder a su primer trabajo se encuentra normalmente con las habituales dificultades derivadas de su falta de experiencia. La práctica irá afinando su destreza. Sin embargo –y serios estudios así lo atestiguan- los jóvenes suelen llegar al mercado de trabajo, en su gran mayoría, muy verdes desde el punto de vista de habilidades sociales. Muchos empresarios se quejan de que los llamados millennials desembarcan en las empresas con la creencia de que sus conocimientos son suficientes por sí solos para lograr el éxito personal y profesional. La verdad es que sus carencias en softskills acaban representando serios obstáculos tanto para ellos mismos como para la empresa que los ha contratado.

En este sentido los deportistas juegan con una gran ventaja: su carrera profesional ha sido un constante aprendizaje. Sean deportistas individuales o de equipo, ciertas capacidades les han sido imprescindibles para llegar a unos mínimos niveles de calidad. Esto es evidente en los deportistas que han llegado a la cumbre de su especialidad; si lo han hecho no es únicamente a base de talento. Ha habido esfuerzo, disciplina, fuerza mental y un sinfín de competencias imprescindibles. Pero no nos engañemos; el deporte es mucho más que la punta del iceberg que conforman los que están en la cumbre. Los que han hecho del deporte su vida durante unos años, aunque no sean tan mediáticamente conocidos, son legión. Aun sin haber llegado al nivel de los anteriormente citados, también han necesitado esas competencias para llegar al suyo y mantenerse en él.

Para que un deportista esté bien preparado en la transición hacia una nueva carrera profesional –y en definitiva para una nueva vida-, dos son los aspectos a tener en cuenta: de un lado es conveniente que empiece a prepararse desde el punto de vista académico sin esperar siquiera a que el fin de su carrera deportiva esté próximo. Si son capaces de gestionar bien su tiempo pueden lograrlo sin demasiadas dificultades.

Por otro lado, dado que ser poseedor de capacidades no es suficiente si uno no las pone a su servicio, es imperativo que el deportista tome consciencia de que muchas  de ellas ya las ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo; debe, además, saber que le van a significar un activo inconmensurable para acompañar a las capacidades técnicas que también va a necesitar.

En definitiva, como ocurre en tantos ámbitos, el foco de atención debe ser la toma de conciencia de las necesidades, del potencial y de las competencias que uno ya posee. Tan necesario e importante es saber como saber que sabes.

Habilidades sociales (Soft Skills)

Ya no sólo se trata de saber hacer sino también de saber ser

Para el ejercicio de cualquier profesión uno necesita una mezcla de habilidades técnicas (hard skills) y experiencia. Normalmente eso es lo que se requiere para acceder a un puesto de trabajo, a menos que se trate del primero, en cuyo caso carece de sentido el requisito de la experiencia.

Las habilidades necesarias varían según el cargo o el trabajo en cuestión. Sin embargo, y cada vez con mayor frecuencia, las empresas se fijan en otro tipo de habilidades que complementan las técnicas. Son las llamadas “soft skills” o habilidades sociales, aquellas cualidades personales y actitudes que hacen del trabajador alguien agradable con el que colaborar, y son tan importantes como las técnicas para en buen rendimiento personal y colectivo.

Como ocurre con muchos otros ámbitos, la trampa está en caer en distinciones dicotómicas: no se trata de adquirir habilidades sociales en detrimento de las técnicas, sino de que aquéllas sean un buen complemento de éstas. Alguien dijo que un alto nivel de habilidades técnicas facilita el acceso a la entrevista de trabajo y que no mostrarse a la altura en las habilidades sociales te dificulta la conservación del puesto.

SoftSkills

Las personas que poseen este tipo de habilidades sociales suelen tener un alto nivel de inteligencia emocional. Como apunta Stephen Neale, la inteligencia emocional consiste en utilizar el pensamiento sobre lo que sentimos (y el sentimiento sobre lo que pensamos) para guiar nuestra conducta. De esta manera llegaremos a gestionarnos mejor y a establecer mejores relaciones con los demás. Se trata, en resumen, de no sólo saber hacer sino también saber ser.

La verdad es que hay muchos ejemplos de este tipo de habilidades y que la mayoría de éstas están bastante relacionadas entre sí. Una de ellas es, a mi modo de entender, la más determinante pues de ella se deriva la capacidad de desarrollar las otras: la autoestima.

Cuanto mejor concepto tengas de ti mismo, menos necesidad tendrás de exhibirlo  Robert Hand

La baja autoestima afecta tanto al que la padece como a las personas de su entorno. En el mundo laboral, es muy frecuente encontrarse con personas que necesitan camuflar su autoestima exhibiendo un ego totalmente fuera de lugar. Intentan compensar su carencia con una actitud prepotente. En la práctica es muy común  que esas personas se dediquen a “dar una lección” a los demás en cualquier interacción. Es una manera de defenderse ante lo que consideran una amenaza a su seguridad.

SelfEsteem

Esta situación se da tanto entre personas de una misma jerarquía laboral como en otros casos. Un compañero puede amargar la existencia a otro, de la misma manera que lo puede hacer un superior jerárquico que percibe cualquier discrepancia como una agresión.

Un buen nivel de autoestima incidirá de manera positiva en el resto de habilidades sociales: confianza en uno mismo, disposición a aceptar la crítica, capacidad para resolver los problemas, flexibilidad y capacidad para adaptarse a diferentes situaciones, facilidad para trabajar en equipo y saber hacerlo bajo presión.

Dejo aparte otra habilidad social que saca un enorme provecho de la autoestima: la capacidad de comunicarse de manera eficaz, con todas las herramientas que van implícitas en ella. De ésta y del resto de habilidades hablaré en otro post.