Percepciones y Conflictos

Uno de los grandes problemas a la hora de abordar un conflicto es que su mera existencia sea percibida como una maldición sin posibilidad alguna de solución. El conflicto es inherente a la condición humana, ya que es normal –y en muchos casos hasta saludable- que coexistan visiones divergentes sobre diferentes situaciones.

Un conflicto puede edificarse sobre varios elementos: percepciones acerca del otro o de una situación, percepciones de escasez, sensación de que las necesidades de seguridad o identidad están en peligro, choque de valores y/o creencias, formas de reaccionar antes las percepciones antes mencionadas, modo en que se gestionan las emociones o cómo se comunican las partes y cómo afrontan sus diferencias.

Como señala la Dra. Glòria Novel, la percepción que tenemos de las cosas es la consecuencia de la interpretación que les damos a las sensaciones, a las que otorgamos un sentido real. Estas interpretaciones suelen ser, en su mayoría, fruto de un cierto aprendizaje. A los factores que influyen de manera general en todas las personas, existen otros más particulares, como pueden ser los derivados de las experiencias, la personalidad de cada uno, los estados afectivos o emocionales que se tengan en un determinado momento, los deseos, o los determinados por la cultura a la que pertenezca la persona en cuestión.

Sabemos muy poco los unos de los otros. Abrazamos una sombra y amamos un sueño. Hjalmar Södeberg

En una situación de conflicto, uno de los riesgos más evidentes es el de reaccionar al contraataque, llegando a romper las relaciones. De esta manera, ponemos en peligro nuestros intereses y cedemos nuestro poder a la otra parte. Las emociones están ahí y no van a desaparecer por arte de magia. Es más, como dice Thomas Fiutak en su libro “Le médiateur dans l’arène”, “La emoción forma parte de la negociación. Cuando las partes elevan la voz, mientras no se profieran amenazas, hay que dejar vía libre a las emociones y preguntar después cuáles son las opciones”. Bien gestionadas, las emociones nos permiten ver desde fuera la situación con mayor perspectiva.

Una de las actitudes más útiles para afrontar con eficacia el conflicto es la de intentar verlo desde la perspectiva de la otra parte. Es tan útil como complicado, porque de alguna manera se trata de ir contra la tendencia natural y automática de querer ver las cosas sólo desde nuestro punto de vista.

Águila

Se trata de ir alternando las diferentes posiciones perceptivas en relación con el conflicto. La primera posición es la propia. Qué ves, qué sientes, cómo lo expresas, tanto de manera verbal como corporal, qué oyes de la otra parte, cómo le contestas, y ser capaz de identificar tus intenciones.

De esa primera posición uno debe pasar a la segunda, que no es más que intentar ponerse en la piel de la otra parte siendo, sintiendo y actuando como ella. Se trata de identificar lo que ves, qué reacciones corporales tienes, cómo hablas, qué te dicen, qué contestas, qué sientes y dónde lo sientes, para acabar identificando tus intenciones.

Mostrarse después en una tercera posición, la de observador neutral, para identificar las dos posiciones e intenciones de las dos partes.

Por último, la cuarta posición sería la de identificarse con la relación como un todo independiente con sus valores, necesidades, expectativas, etc. (perspectiva sistémica), y a partir de ahí identificar tus necesidades como relación y aconsejar a la primera posición en su visión del conflicto.

Tarea ardua para quien no está acostumbrado al rigor del análisis, pero extremadamente útil a la hora de abordar el conflicto con intención de resolverlo o, por lo menos, de gestionarlo adecuadamente.

Cualquier situación pude ser observada desde más de un punto de vista. Las aves rapaces tienen la suerte de disponer de un sistema de visión panorámica antes de lanzar su ataque. Nosotros tenemos que echar mano de actitud y voluntad. Si queremos tener más probabilidades de éxito en la gestión de los conflictos, necesitamos conocer las diferentes percepciones en juego. A no ser, claro está, que nuestra intención se limite a tener la razón a costa de perpetuar el problema.