Cómo reaccionar ante una evaluación negativa

Evaluar una evaluación negativa

 

A las evaluaciones les ocurre lo mismo que a otras muchas cosas: lo realmente determinante no es el hecho en sí sino cómo reaccionamos ante ellas. Cuando hemos realizado una tarea que a nuestro entender es correcta, por no decir muy buena, recibir un feedback negativo nos descuadra. Y la primera reacción suele ser de estupor e incredulidad.

Tras esa reacción inicial, vale la pena analizar detenidamente si la evaluación negativa ha sido realizada de manera correcta. Ello nos ayudará no solo a identificar la idoneidad de la misma sino también como guía para cuando seamos nosotros los que tengamos que evaluar la tarea de otras personas.

Varias son los requisitos que debe cumplir una evaluación para que sea considerada válida y eficaz. No nos olvidemos que el objetivo es la mejora en el rendimiento, nunca un mero desahogo personal.

El primero, que por obvio parecería innecesario señalar, es el de hacerlo con respeto hacia el destinatario, y tras haber considerado de manera apreciativa  las cualidades de esa persona, con independencia del problema en concreto a evaluar.

Es igualmente necesario separar a la persona del problema. Lo que estamos evaluando es su actuación, no su identidad; esta debe permanecer intocable. En otras palabras, es la conducta o el rendimiento el objetivo de la evaluación. Si no se hace de esta manera, la percepción es que estamos atacando a la persona, con independencia de la tarea en cuestión. Y eso deslegitima la evaluación.

La forma de expresarse es también determinante. Recordemos que se está evaluando una tarea y que, en todo caso, se está manifestando una percepción. Por tanto, debe manifestarse lo que se percibe, cómo impacta en quien lo percibe y finalmente cuál es la petición que se realiza a la persona evaluada. No se trata de culpabilizar al destinatario. Con este esquema en mente, no perdamos de vista el objetivo: esto no es una simple queja sino una propuesta de cambio para resolver un problema. Añadiría que en la mayoría de casos este tipo de evaluación o feedback correctivo es recomendable hacerlo de manera privada.

Evaluation

Tanto para evaluar como para recibir sin problema la evaluación, son de gran utilidad una serie de factores. Se debe aceptar lo que el destinatario tenga de positivo y ponerlo de manifiesto; tener en cuenta que la otra persona puede tener unos valores que, aunque distintos a los propios, pueden constituir un valor añadido. Ser flexible ayuda, como lo hace el saber comunicarse de manera asertiva. La evaluación precisa de claridad en la comunicación acerca de lo que se quiere corregir, y de una manifestación expresada con el máximo respeto.

Dejo para el final una de las características más importantes y que de alguna manera facilitan el resto: tener un alto nivel de autoestima. Cuando uno es consciente de sus propios recursos y limitaciones, no tiene el más mínimo problema en valorar de manera objetiva a los demás, tanto en lo positivo como en lo que merece corrección. Para él, hacerlo no supone una amenaza para su seguridad y no tendrá objeción en reconocer un error cuando él mismo lo haya cometido.

Desde el punto de vista negativo, y como contrapartida a los requisitos anteriormente mencionados, está claro que limitan la capacidad de evaluar de manera correcta cualquier miedo o inseguridad personal, que merman la capacidad de juicio y fomentan la tendencia a maximizar los defectos ajenos y la tendencia automática a la crítica.

Muy común también es la falta de habilidades sociales, que acarrean una comunicación defectuosa y poco asertiva. Quien carezca de ellas tendrá muchos problemas en reconocer lo positivo del destinatario y el reconocimiento que ello lleva implícito.

Todos estos elementos son esenciales a la hora de identificar si la evaluación que hemos recibido es conforme a la realidad, si está realizada con criterios objetivos y expresada en términos concretos y dirigidos a la conducta a corregir o simplemente forma parte de la expresión de un malestar personal que va más allá de asunto en cuestión. De igual manera, este análisis es sumamente valioso para cuando seamos nosotros los que tengamos que evaluar la conducta o la tarea de otra persona.

 

 

 

El deporte, ámbito de competencias

Tan necesario e importante es saber como saber que sabes.

 

Hablaba hace unos días con un amigo sobre la difícil transición que experimentan algunos deportistas de élite desde el momento en que su carrera profesional llega a su fin hasta el acomodo a su nueva vida. Si no se han ocupado de organizar su transición, de la noche a la mañana se encuentran en una situación radicalmente nueva que les puede llegar a generar pánico. “Qué va a ser de mí, si no sé hacer más que esto…”. Lo que muchos no saben es que, si han aprovechado bien su tiempo, una buena parte del camino lo tienen ya hecho, cualquiera que sea su profesión futura.

El deporte es un campo abonado inmejorable para el desarrollo de ciertas de las llamadas softskills, término que no acaba de tener una traducción única a nuestra lengua, pero que podríamos denominar competencias sociales o capacidades interpersonales: gestión emocional, trabajo en equipo, toma de decisiones, comunicación eficaz, disciplina, autoevaluación, responsabilidad, actitud positiva, disposición al aprendizaje, adaptabilidad…

Los que han sido capaces de desarrollarlas a un alto nivel son conscientes de lo mucho que les han aportado en su carrera deportiva y del peso tan grande han tenido en su rendimiento y en la consecución de sus objetivos. De los tres pilares del éxito –saber, poder y querer– el desarrollo de las mencionadas habilidades tiene mucho que ver con el querer, es decir la actitud, pero incide de manera inmediata y enorme en las otras dos: el talento y la capacidad física.

Dejando de lado la minoría que ha logrado mantener un nivel de vida holgado gracias a haber sabido combinar unos altos ingresos con la sensatez de una buena gestión de los mismos, la gran mayoría tiene la sensación de que el cambio de escenario equivale a un cataclismo insuperable.

 

Ciclismo

Una persona académicamente bien preparada, al acceder a su primer trabajo se encuentra normalmente con las habituales dificultades derivadas de su falta de experiencia. La práctica irá afinando su destreza. Sin embargo –y serios estudios así lo atestiguan- los jóvenes suelen llegar al mercado de trabajo, en su gran mayoría, muy verdes desde el punto de vista de habilidades sociales. Muchos empresarios se quejan de que los llamados millennials desembarcan en las empresas con la creencia de que sus conocimientos son suficientes por sí solos para lograr el éxito personal y profesional. La verdad es que sus carencias en softskills acaban representando serios obstáculos tanto para ellos mismos como para la empresa que los ha contratado.

En este sentido los deportistas juegan con una gran ventaja: su carrera profesional ha sido un constante aprendizaje. Sean deportistas individuales o de equipo, ciertas capacidades les han sido imprescindibles para llegar a unos mínimos niveles de calidad. Esto es evidente en los deportistas que han llegado a la cumbre de su especialidad; si lo han hecho no es únicamente a base de talento. Ha habido esfuerzo, disciplina, fuerza mental y un sinfín de competencias imprescindibles. Pero no nos engañemos; el deporte es mucho más que la punta del iceberg que conforman los que están en la cumbre. Los que han hecho del deporte su vida durante unos años, aunque no sean tan mediáticamente conocidos, son legión. Aun sin haber llegado al nivel de los anteriormente citados, también han necesitado esas competencias para llegar al suyo y mantenerse en él.

Para que un deportista esté bien preparado en la transición hacia una nueva carrera profesional –y en definitiva para una nueva vida-, dos son los aspectos a tener en cuenta: de un lado es conveniente que empiece a prepararse desde el punto de vista académico sin esperar siquiera a que el fin de su carrera deportiva esté próximo. Si son capaces de gestionar bien su tiempo pueden lograrlo sin demasiadas dificultades.

Por otro lado, dado que ser poseedor de capacidades no es suficiente si uno no las pone a su servicio, es imperativo que el deportista tome consciencia de que muchas  de ellas ya las ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo; debe, además, saber que le van a significar un activo inconmensurable para acompañar a las capacidades técnicas que también va a necesitar.

En definitiva, como ocurre en tantos ámbitos, el foco de atención debe ser la toma de conciencia de las necesidades, del potencial y de las competencias que uno ya posee. Tan necesario e importante es saber como saber que sabes.

Habilidades sociales (Soft Skills)

Ya no sólo se trata de saber hacer sino también de saber ser

Para el ejercicio de cualquier profesión uno necesita una mezcla de habilidades técnicas (hard skills) y experiencia. Normalmente eso es lo que se requiere para acceder a un puesto de trabajo, a menos que se trate del primero, en cuyo caso carece de sentido el requisito de la experiencia.

Las habilidades necesarias varían según el cargo o el trabajo en cuestión. Sin embargo, y cada vez con mayor frecuencia, las empresas se fijan en otro tipo de habilidades que complementan las técnicas. Son las llamadas “soft skills” o habilidades sociales, aquellas cualidades personales y actitudes que hacen del trabajador alguien agradable con el que colaborar, y son tan importantes como las técnicas para en buen rendimiento personal y colectivo.

Como ocurre con muchos otros ámbitos, la trampa está en caer en distinciones dicotómicas: no se trata de adquirir habilidades sociales en detrimento de las técnicas, sino de que aquéllas sean un buen complemento de éstas. Alguien dijo que un alto nivel de habilidades técnicas facilita el acceso a la entrevista de trabajo y que no mostrarse a la altura en las habilidades sociales te dificulta la conservación del puesto.

SoftSkills

Las personas que poseen este tipo de habilidades sociales suelen tener un alto nivel de inteligencia emocional. Como apunta Stephen Neale, la inteligencia emocional consiste en utilizar el pensamiento sobre lo que sentimos (y el sentimiento sobre lo que pensamos) para guiar nuestra conducta. De esta manera llegaremos a gestionarnos mejor y a establecer mejores relaciones con los demás. Se trata, en resumen, de no sólo saber hacer sino también saber ser.

La verdad es que hay muchos ejemplos de este tipo de habilidades y que la mayoría de éstas están bastante relacionadas entre sí. Una de ellas es, a mi modo de entender, la más determinante pues de ella se deriva la capacidad de desarrollar las otras: la autoestima.

Cuanto mejor concepto tengas de ti mismo, menos necesidad tendrás de exhibirlo  Robert Hand

La baja autoestima afecta tanto al que la padece como a las personas de su entorno. En el mundo laboral, es muy frecuente encontrarse con personas que necesitan camuflar su autoestima exhibiendo un ego totalmente fuera de lugar. Intentan compensar su carencia con una actitud prepotente. En la práctica es muy común  que esas personas se dediquen a “dar una lección” a los demás en cualquier interacción. Es una manera de defenderse ante lo que consideran una amenaza a su seguridad.

SelfEsteem

Esta situación se da tanto entre personas de una misma jerarquía laboral como en otros casos. Un compañero puede amargar la existencia a otro, de la misma manera que lo puede hacer un superior jerárquico que percibe cualquier discrepancia como una agresión.

Un buen nivel de autoestima incidirá de manera positiva en el resto de habilidades sociales: confianza en uno mismo, disposición a aceptar la crítica, capacidad para resolver los problemas, flexibilidad y capacidad para adaptarse a diferentes situaciones, facilidad para trabajar en equipo y saber hacerlo bajo presión.

Dejo aparte otra habilidad social que saca un enorme provecho de la autoestima: la capacidad de comunicarse de manera eficaz, con todas las herramientas que van implícitas en ella. De ésta y del resto de habilidades hablaré en otro post.

 

 

La Motivación

La motivación, ese motor que no siempre está a punto

Si hacemos un repaso mental a las personas que hemos conocido a lo largo de nuestra vida, no tendremos problemas en identificar a aquéllas que, según nuestros parámetros, consideramos que han logrado el éxito y a otras que, a pesar de tener las condiciones necesarias para ello, se han quedado a medio camino.

Una de las claves para alcanzar los objetivos está en la motivación, ese carburante que nos permite mantenernos en la carrera diaria y cuya intensidad está fuertemente ligada al rendimiento profesional.

Para analizar la relación entre motivación y rendimiento, vale la pena echar mano del mundo del deporte, ámbito que nos ofrece múltiples ejemplos del desarrollo de la actividad humana, tanto física como mental. Entre los deportistas encontramos diferentes patrones de motivación, con las lógicas consecuencias en su rendimiento, tanto en el entrenamiento como en la competición.

No es la carga lo que te hace caer, sino la manera en que la llevas. Lou Holtz

Un primer patrón lo configuran aquellos deportistas que han aprendido a instalarse en la impotencia. Se caracterizan por un nivel de esfuerzo bajo y por atribuir sus fracasos a factores externos -mala suerte o rivales fuera de alcance. No les vale la pena el esfuerzo, pues piensan que el resultado escapará siempre a su control. Este sentimiento de impotencia tiene su origen en experiencias pasadas, en las que, por diversas razones, las derrotas fueron el pan de cada día.

La buena noticia es que lo que se aprende puede ser desaprendido. Un buen coach trabajará para redefinir su concepto de éxito, llevándolo al terreno de la mejora personal, que es lo único que el deportista puede controlar, y ayudándole a olvidarse de la comparación con otros, ambición tan habitual como estéril.

Un segundo patrón lo constituye el miedo al fracaso. Se trata de un motivador muy fuerte, pero que resta energía y placer a la actividad que se lleva a cabo. La ansiedad generada por el miedo se traduce en bajo rendimiento. El miedo al fracaso puede tener varias causas, aunque casi todas hacen que la autoestima y los afectos estén condicionados a los resultados deportivos.

Los síntomas del miedo al fracaso se detectan por la invención de excusas antes y durante la competición, la preocupación por la valoración ajena y miedo al nivel del adversario. La ansiedad provoca la sensación de falta total de control. Los afectados se sienten incapaces de hacer un análisis racional de la derrota, ya que consideran al fracaso como única medida de su valor.

La primera medida para dominar ese miedo es reconocerlo. La labor del coach consistirá en establecer un canal de comunicación muy fluido y paciente con el deportista y lograr que identifique la derrota como una oportunidad para aprender, actitud propia de los grandes deportistas. Es fundamental que sea capaz de separar su identidad de su rendimiento. Las técnicas de establecimiento de objetivos personales son de gran ayuda.

Algunos creen que ganar acarrea consecuencias negativos, lo que los convierte en sujetos del miedo al éxito. No todos los deportistas están en condiciones de digerir las expectativas poco realistas de su entorno, ni se sienten cómodos con la idea de servir de ejemplo a otros. Otro factor que puede influir es un cierto miedo a eclipsar a compañeros menos dotados. Se dan incluso casos de deportistas con talento que se retienen en la competición por miedo a decepcionar a un ser querido que ha puesto sus expectativas de futuro fuera del ámbito del deporte.

Los que tienen miedo al éxito perciben la competición como una especie de pequeña tortura por la que tienen que pasar con una cierta frecuencia; aflojan en su esfuerzo cuando están en ella e incluso llegan a evitarla si les es posible.

Sus objetivos deben ser claros y no debe permitir que les sean impuestos otros. Necesitan seguridad y ayuda para expandir su zona de confort, así como técnicas de visualización que representen su mejor versión, acorde con su potencial. Las dinámicas de grupo ayudarán a armonizar su rendimiento con el del resto del equipo.

El perfeccionismo es un motivador que causa muchos problemas. Es la minuciosidad llevada al extremo. El perfeccionista no está nunca satisfecho con lo que hace y se siente culpable cuando descansa. Necesita ayuda para poner su rendimiento en perspectiva y darse cuenta de la necesidad del descanso físico y mental. Se le puede ayudar instándole a verbalizar los aspectos positivos de la competición, una vez acabada ésta. Se le debe fomentar el placer del proceso, independizándolo del resultado.

El deportista instalado en el bajo rendimiento, llamado coloquialmente “manta”, es aquél con talento natural pero adicto a la ley del mínimo esfuerzo. Su principal enemigo es precisamente su talento. Se queda anclado en éxitos pasados y alcanza niveles competitivos para los que no está preparado. Su principal reto es identificar la relación entre esfuerzo y éxito. Debe cambiar la perspectiva del tiempo, ya que está centrado en el pasado y debe entender que los éxitos pasados no garantizan los futuros.

La eficacia adquirida, término acuñado por el psicólogo Robert Rotella, es el patrón ideal y el que proporciona los mejores resultados. El deportista con esta motivación asume el control de su rendimiento, no necesita excusas y percibe las debilidades como desafíos. Su confianza no se pone en riesgo por el hecho de padecer alguna derrota. Se prepara a conciencia, con objetivos claros y sabe que los factores externos, por sí solos, no son determinantes. Sabe abstraerse de las distracciones en la competición y considera que tanto el pasado como el presente y el futuro pueden aportar cosas importantes.

Muchos son los casos de talentos desperdiciados por un mal ajuste en la motivación. Se me ocurren varios, tanto en el pasado como en el presente. Sería deseable reducir su número en el futuro. En eso estamos.