¿Te sientes fuera de juego?
Awareness requires living in the here and now, and not in the elsewhere, the past or the future.
Eric Berne, Games People Play
Una calurosa tarde de domingo, acuciado por la urgencia de refrescar mi garganta, entré en una cafetería del centro de la ciudad. El local estaba abarrotado de un púbico chillón cuyo centro de atención era un televisor que emitía un partido de fútbol. Por lo caldeado del ambiente, imaginé que el encuentro era de los de alto voltaje. Se enfrentaban, en efecto, dos de los equipos llamados “gallitos” de la competición.
Cuando entré, el partido estaba empatado pero, a los pocos minutos, el equipo local marcó un gol. El individuo que tenía a mi lado profirió inmediatamente un sonoro grito:
-¡¡¡Fuera de juego!!!
Deduje que se trataba de un aficionado del equipo que acababa de ver perforada su portería. En efecto, tanto él como la mayoría de sus colegas telespectadores, aunque residentes en esta ciudad, provenían de la región del equipo visitante.
-¿Era fuera de juego, verdad?, me dijo mi vecino, dándome un codazo que por poco no acabó con mi vaso de refresco en el suelo.
-La verdad, no me lo ha parecido, pero tal vez la repetición nos saque de dudas.
La repetición, antaño conocida como la “moviola”, dejó claro que el árbitro acertó en su decisión de dar validez al gol.
-Ya ve, parece que el gol es legal.
-Pero bueno, ¿no se da usted cuenta que el delantero se ha quedado solo delante del portero en el momento del remate?
Tuve que explicarle que lo que determinaba la situación de fuera de juego era la posición del balón en el momento del pase y que las imágenes era muy explícitas al respecto: no se daban las condiciones para la anulación del gol.
Mordiendo su cigarro puro y con la cara de color rojo cereza, me espetó:
-¡Bueno, pero seguro que si hubiera sido fuera de juego tampoco lo habría anulado!
-Me temo que eso nunca lo sabremos, le contesté.
Acabado el partido con victoria local, me despedí de mi compañero de barra deseándole más suerte para los próximos partidos.
En cualquier otro momento de mi vida, la anécdota no hubiera superado la categoría de banal. Ese día, sin embargo, no pude dejar de darle vueltas a la cabeza durante mi trayecto de regreso a casa. En primer lugar, el estado de excitación en el que se encontraban los espectadores del bar me hizo reflexionar sobre las cosas que podemos controlar y las otras. Sin darnos cuenta, dejamos en manos -en esta ocasión, en pies- de otras personas, sobre las que además no podemos ejercer ningún tipo de control, la responsabilidad de nuestro bienestar emocional.
Me llamó igualmente la atención la absoluta necesidad de seguridad que tenemos, y cuya confirmación solicitamos encarecidamente (“¿Era fuera de juego, verdad?”).
A esa necesidad se une la de tener razón, mucho más acuciante que la conquista de la verdad. En el caso de marras, la revelación del acierto arbitral pasó a un segundo plano ante la hipótesis de que, en caso de que la posición del jugador hubiera sido ilegal, el árbitro habría actuado de manera torticera, dando a pesar de todo por válido el gol, en perjuicio de sus amados colores. Ese tranquilizador “Piensa mal y acertarás”, que nos invita a no indagar más allá de la superficie de las cosas y a quedarnos en nuestra querida zona de confort.
Gracias a la adquisición de habilidades de conciencia propia y ajena, unos minutos de audiencia televisiva compartida dieron para mucho. Me di cuenta de que no sólo estaba en condiciones de poder identificar lo que el otro pensaba y sentía, sino de que también me importaba. Hace un tiempo no habría sido capaz de captar todos esos matices tan útiles para vivir plenamente. Pensé en lo curioso que resulta el hecho de que un desconocido te ofrezca la oportunidad de descubrir en la práctica los conocimientos previamente adquiridos. Y al mismo tiempo sentí la necesidad de incorporarlos a mis formaciones para poder compartirlos con más personas. Todo un privilegio.