El poder de la palabra

En su libro El Poder de la Palabra, Robert Dilts cuenta la anécdota de la agente de policía que acude con urgencia a un domicilio en el que se está desarrollando una escena de violencia doméstica. El hombre está enfurecido y lanza objetos en todas direcciones. El ruido amortigua los chillidos aterrados de la mujer. De repente sale un televisor volando a través de la puerta de entrada y va a estrellarse contra el suelo para hacerse añicos ante los pies de la agente. Ésta se precipita hacia la puerta y comienza a golpearla con todas sus fuerzas. Del interior de la vivienda surge una voz de trueno que pregunta:

-¡¿Quién demonios es?!

La agente echa un vistazo a los restos del televisor esparcidos por el suelo y responde:

Servicio de reparación de televisores.

Tras unos instantes de silencio sepulcral, el hombre estalla en una carcajada y abre la puerta para permitir la entrada de la agente. Ésta declaró más tarde que sus palabras le habían ayudado más que los meses de preparación para el combate cuerpo a cuerpo.

Las palabras son transformadoras. Y lo son en ambas direcciones, ya que tanto pueden deshacer los nudos que nos atan y liberarnos de creencias limitadoras, como producir el efecto contrario. De ahí la enorme responsabilidad que conlleva su utilización.

En este sentido conviene recordar algunas de las premisas de la comunicación:

  • No comunicar es imposible
  • Todo mensaje tiene un propósito
  • Todos somos diferentes
  • Coincidencia percibida como incompatible = conflicto
  • Percepción personal = realidad personal
  • Todos tenemos derechos (expresar, discrepar)
  • No siempre somos plenamente conscientes de nuestras habilidades de comunicación

 

Conversación

Korzybski sugiere que el ser humano debe ser formado adecuadamente en la utilización del lenguaje con el fin de evitar los malos entendidos y los conflictos innecesarios que surgen de la confusión entre el «mapa» y el «territorio» (Robert Dilts).

Cada uno de nosotros tiene su visión del mundo basada en las propias experiencias, y nos formamos un mapa lingüístico a través del cual interpretamos lo que acaba por convertirse en nuestra realidad personal. No hay uno mejor que otro pero será más eficaz aquél que permita percibir el mayor número de perspectivas.

La palabra es como un bisturí: un uso adecuado puede salvar vidas; un mal uso, todo lo contrario. Cuando uno lleva mucho tiempo comunicándose de una determinada manera y utilizando las palabras sin la adecuada precisión, el cambio se le antoja complicado.

Hace poco, un asistente a uno de mis talleres me dijo:

-Todo esto suena muy bien, pero aplicarlo me parece muy difícil.

-¿Por qué crees que tienes esa sensación?

-Porque es algo que nunca he hecho. Ni siquiera se me había ocurrido.

Me hablaba con chispas en los ojos, por lo que deduje que se trataba más de una expresión de desafío que de desánimo. Mi percepción fue correcta. Su lenguaje se ha perfilado y su comunicación ha alcanzado altas cotas de eficacia.

 

 

 

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