Si no lo hemos experimentado directamente, seguro que muchos hemos oído hablar de un profesor que tenía la costumbre de regalar un aprobado general.
Recuerdo el conocido
caso de un catedrático de universidad -hace de eso muchas décadas- que
utilizaba con asiduidad esa práctica. Cuando alguien se la reprochaba, siempre
contestaba: “Ya les suspenderá la vida”.
Manifestación en apariencia banal, como si fuese consecuencia de una falta de
interés por el devenir del alumno. En realidad, de una crueldad inmensa con
consecuencias catastróficas para quien en principio podría considerarse como
beneficiado por la medida.
En efecto:
hay muchas probabilidades de que quien esté acostumbrado a recibir el aprobado
sin haber hecho el más mínimo esfuerzo
sea arrollado por el torbellino de la vida y recoja el correspondiente
suspenso. Un suspenso mucho más doloroso y duradero que el de la aquella asignatura.
Puedo dar fe de varios casos. Tan difícil de superar es una juventud dura como lo es superar una demasiado edulcorada.
Cierto es
que cada persona tiene su propia manera de reaccionar frente a las circunstancias; eso nos hace
genuinamente distintos y humanos. Pero precisamente por eso, habrá muchos que
interiorizarán la idea de que el esfuerzo no es necesario para alcanzar el
éxito. Así, nuestra tarea no es la de dejar el camino allanado para que los que
vienen detrás puedan circular con comodidad sino enseñarles a allanarlo por sus propios medios. No siempre van a
tener un pionero que les preceda y les deje las cosas fáciles.
En el caso
concreto de la educación en la infancia, conozco casos muy cercanos de elogio
por parte de padres y profesores al talento
y la inteligencia de algunos alumnos. Para mí, no son ni el talento ni la inteligencia en sí lo digno de elogio,
sino el trabajo que supone ponerlos
en práctica. Elogiar más el talento que el esfuerzo
tiene el alto riesgo de que el niño se convenza de que su talento será siempre
suficiente para triunfar.
Proteger es enseñar a utilizar las
herramientas precisas para vivir; sobreproteger es hacer creer que todo es
positivo, ocultando que el mundo tiene colmillos.
Tan dados
como somos al movimiento pendular, corremos el riesgo de caer en el otro
extremo y preconizar la dificultad como
paradigma del aprendizaje. Una cosa es que te lo dejen chupado y otra que
te lo pongan poco menos que imposible. Esfuerzo sí, pero esfuerzo inteligente, tendente a la adquisición de hábitos y
habilidades con el objetivo de estar en condiciones de superar los obstáculos.
Recordemos que una vida plena requiere ponerse retos a la altura de las propias capacidades. Ni más bajos, lo que
lleva al aburrimiento, ni tan altos que caigamos en brazos de la frustración. Una
vez adquiridas esas habilidades, es imprescindible ponerlas en práctica de
manera sostenida y constante. Nos cuesta hacerlo; diría que es una de las
asignaturas pendientes más evidentes del ser humano.
Con la
práctica no llegaremos a la perfección,
pero eso no es ningún problema porque la perfección, diría que casi por
definición, es inalcanzable. Pero el hábito
del esfuerzo repetido afina el talento y nos acerca a la transformación y ésta, al cambio
deseado.
I yearn not for
the easy path, but for the right path.
For ‘easy’ and ‘right’ are rarely compatible. Craig D. Lounsbrough
Un buen resultado puede llegar, en escasísimas
ocasiones, como fruto de una casualidad, pero recordemos que el resultado que
no es consecuencia de un proceso no sirve para aprender. Y los procesos
suelen requerir esfuerzos.
Por favor, no caigamos en la tentación de regalar un aprobado general, en ningún ámbito y en ningún momento. Es un veneno de efectos a largo plazo, pero enormemente letal.