El razonamiento motivado

Aferrarse a las creencias

 

Por curiosidad profesional caigo de vez en cuando en foros deportivos de los periódicos digitales, en los que el campo de batalla habitual es la interminable –y dicho sea de paso, fatigante- pugna entre los dos clubs de fútbol punteros en España.

Debo decir que muchas -la mayoría- de las aportaciones atienden únicamente a un criterio visceral y excluyente. El objetivo de los participantes -estaba a punto de llamarles debatientes- suele ser casi con exclusividad la denigración sistemática del equipo rival. En las escasas ocasiones en las que he tenido la osadía de lanzarme al ruedo, he reiterado mi opinión al respecto: denigrar al adversario es un reconocimiento de baja autovaloración, pues si el otro equipo es tan malo, ¿qué mérito tiene el mío cuando lo derrota?

Este tipo de argumentación no es, evidentemente, exclusivo del ámbito del deporte. Las tertulias televisivas, radiofónicas y cualquier discusión política están presididas por este mismo enfoque. Las excepciones son rarísimas.

Esa obsesión por tener la razón, por intentar hacer valer el punto de vista propio como el único digno de ser tenido en cuenta, significa una renuncia al ejercicio crítico, de manera particular al autocrítico. Este comportamiento no sólo es socialmente aceptado sino que quien se desvía de esa línea es considerado poco menos que un traidor a “la causa”: si no denigras al partido A, no eres un buen militante del partido B, y viceversa.

 

Different Opinions

 

Estamos asistiendo en estos momentos a una exhibición de censura de la opinión individual dentro del grupo, en aras a un supuesto “hacer piña”, que raya el ridículo. Pocas personas están por la labor de querer entender posiciones divergentes y con ello se obstaculizan las vías de resolución de conflictos de muy diversa índole.

Parece como si la propia existencia individual o grupal sólo pudiera estar justificada por la aniquilación de todo aquél que ose tener una opinión discrepante. Se valora más el aferrarse a una creencia que el daño que ello pueda suponer al entorno personal o general.

¿Tenemos miedo a comprobar que los argumentos contrarios son tan o más válidos que los nuestros? ¿Está nuestra autoestima condicionada a la valoración social de nuestros argumentos?

La psicología social denomina a este fenómeno como razonamiento motivado. Es el proceso que lleva a las personas a confirmar lo que ya creen, ignorando los datos y hechos que lo contradicen. Se refiere a la tendencia de los individuos a procesar la información de manera que encaje con algún objetivo predeterminado.

“El razonador motivado devalúa o directamente ignora la importancia de los mensajes contradictorios, cuestiona la credibilidad de sus fuentes y rastrea su memoria en busca de argumentos que los contrarresten.” Guillem Rico, Líderes políticos, opinión pública y comportamiento electoral en España, Centro de Investigaciones Sociológicas (2009)

Sobre la influencia de nuestros sesgos en la toma de decisiones, vale la pena leer este artículo: http://www.scientificamerican.com/espanol/noticias/todos-tenemos-sesgos-pero-eso-no-nos-impide-tomar-decisiones-validas/

En cualquier discusión o debate, ¿cuántas veces metemos con calzador los argumentos para que encajen con nuestras creencias, a pesar de las evidencias en contra? ¿Cuándo fue la última vez que, tras una discusión, escuchaste o dijiste «Me has convencido y te lo agradezco»?

La sociedad necesita que tanto individuos como colectivos se decidan a cambiar este enfoque. El primer paso –y es un gran paso- es ser consciente de ello. A partir de ahí se puede empezar a construir una nueva forma de comunicación más eficaz.

 

 

 

El deporte, ámbito de competencias

Tan necesario e importante es saber como saber que sabes.

 

Hablaba hace unos días con un amigo sobre la difícil transición que experimentan algunos deportistas de élite desde el momento en que su carrera profesional llega a su fin hasta el acomodo a su nueva vida. Si no se han ocupado de organizar su transición, de la noche a la mañana se encuentran en una situación radicalmente nueva que les puede llegar a generar pánico. “Qué va a ser de mí, si no sé hacer más que esto…”. Lo que muchos no saben es que, si han aprovechado bien su tiempo, una buena parte del camino lo tienen ya hecho, cualquiera que sea su profesión futura.

El deporte es un campo abonado inmejorable para el desarrollo de ciertas de las llamadas softskills, término que no acaba de tener una traducción única a nuestra lengua, pero que podríamos denominar competencias sociales o capacidades interpersonales: gestión emocional, trabajo en equipo, toma de decisiones, comunicación eficaz, disciplina, autoevaluación, responsabilidad, actitud positiva, disposición al aprendizaje, adaptabilidad…

Los que han sido capaces de desarrollarlas a un alto nivel son conscientes de lo mucho que les han aportado en su carrera deportiva y del peso tan grande han tenido en su rendimiento y en la consecución de sus objetivos. De los tres pilares del éxito –saber, poder y querer– el desarrollo de las mencionadas habilidades tiene mucho que ver con el querer, es decir la actitud, pero incide de manera inmediata y enorme en las otras dos: el talento y la capacidad física.

Dejando de lado la minoría que ha logrado mantener un nivel de vida holgado gracias a haber sabido combinar unos altos ingresos con la sensatez de una buena gestión de los mismos, la gran mayoría tiene la sensación de que el cambio de escenario equivale a un cataclismo insuperable.

 

Ciclismo

Una persona académicamente bien preparada, al acceder a su primer trabajo se encuentra normalmente con las habituales dificultades derivadas de su falta de experiencia. La práctica irá afinando su destreza. Sin embargo –y serios estudios así lo atestiguan- los jóvenes suelen llegar al mercado de trabajo, en su gran mayoría, muy verdes desde el punto de vista de habilidades sociales. Muchos empresarios se quejan de que los llamados millennials desembarcan en las empresas con la creencia de que sus conocimientos son suficientes por sí solos para lograr el éxito personal y profesional. La verdad es que sus carencias en softskills acaban representando serios obstáculos tanto para ellos mismos como para la empresa que los ha contratado.

En este sentido los deportistas juegan con una gran ventaja: su carrera profesional ha sido un constante aprendizaje. Sean deportistas individuales o de equipo, ciertas capacidades les han sido imprescindibles para llegar a unos mínimos niveles de calidad. Esto es evidente en los deportistas que han llegado a la cumbre de su especialidad; si lo han hecho no es únicamente a base de talento. Ha habido esfuerzo, disciplina, fuerza mental y un sinfín de competencias imprescindibles. Pero no nos engañemos; el deporte es mucho más que la punta del iceberg que conforman los que están en la cumbre. Los que han hecho del deporte su vida durante unos años, aunque no sean tan mediáticamente conocidos, son legión. Aun sin haber llegado al nivel de los anteriormente citados, también han necesitado esas competencias para llegar al suyo y mantenerse en él.

Para que un deportista esté bien preparado en la transición hacia una nueva carrera profesional –y en definitiva para una nueva vida-, dos son los aspectos a tener en cuenta: de un lado es conveniente que empiece a prepararse desde el punto de vista académico sin esperar siquiera a que el fin de su carrera deportiva esté próximo. Si son capaces de gestionar bien su tiempo pueden lograrlo sin demasiadas dificultades.

Por otro lado, dado que ser poseedor de capacidades no es suficiente si uno no las pone a su servicio, es imperativo que el deportista tome consciencia de que muchas  de ellas ya las ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo; debe, además, saber que le van a significar un activo inconmensurable para acompañar a las capacidades técnicas que también va a necesitar.

En definitiva, como ocurre en tantos ámbitos, el foco de atención debe ser la toma de conciencia de las necesidades, del potencial y de las competencias que uno ya posee. Tan necesario e importante es saber como saber que sabes.

Cambios y Transiciones

Actitudes ante cambios y transiciones

 

A lo largo de la vida estamos sujetos a infinidad de cambios. Unos son de índole material o física y otros psicológicos o emocionales; unos son voluntarios y otros escapan a nuestra voluntad. Cambia nuestro cuerpo, cambiamos nuestras relaciones, trabajos, lugares de residencia, tenemos hijos, hacemos amigos, se mueren nuestros seres queridos, etc.

No por el hecho de que los busquemos nosotros los cambios son automáticamente bien digeridos. A veces asimilamos mejor y más rápido un cambio inesperado que uno que ha constituido un anhelo de larga duración. El cambio parece ser una condición inherente a la vida humana y sin embargo nos resistimos con frecuencia a él.

“Soltar amarras” nos cuesta, hasta el punto en que, aun habiendo decidido nosotros mismos el cambio, nos llegamos a plantear si ha sido una buena idea. Es muy común, por ejemplo, sentir la necesidad –incluso la urgencia– de cambiar de lugar de residencia por distintos motivos: los hijos se han ido a vivir por su cuenta y la casa “se nos viene encima”; o, por el contrario, la familia aumenta y tenemos la sensación de vivir hacinados. Nos vamos a vivir a un domicilio más pequeño o más grande –según el caso-, y al cabo de muy poco tiempo empezamos a encontrarle todas las virtudes al anterior. ¿Hemos hecho bien con el cambio? ¿No nos habremos precipitado en la decisión? Pero no nos engañemos: normalmente ese tipo de sensaciones tienen poco que ver con el hecho en sí; más bien son la consecuencia de una situación personal poco feliz o estable. El cambio es el detonante de ese sentimiento de duda.

Mediación y Coaching. Javier Salvat

Nos identificamos con lo que hacemos, con nuestros roles en la vida personal y profesional y nos aferramos a ellos hasta el punto que, si cambiamos nuestras circunstancias, tendemos a hacer interpretaciones negativas sobre nuestra nueva situación.

Dejar atrás algo no es tarea fácil. En muchas ocasiones hemos “puesto fin” a una situación, sea de manera voluntaria o no. Pensemos en aquellos momentos en lo que lo hemos hecho a lo largo de la vida. En ocasiones son fáciles de describir: se acabó la escuela, una relación, nuestro mejor amigo se fue a vivir a otra ciudad, dejamos el equipo, acabamos la carrera, etc.; otras veces, los finales son más difíciles de definir: la pérdida de confianza en alguien, el desvanecimiento de una idea o de una creencia.

Así, aunque parezca paradójico, un cambio para mejor puede dejarnos al principio un cierto sinsabor, parecido al que tuvimos un tiempo atrás cuando experimentamos el final de una situación. Poco que ver con el estado actual, sino con la forma en que reaccionamos con anterioridad.

Cada uno tiene su particular manera de afrontar una situación de cambio. Hay quien toma la iniciativa para liderar los acontecimientos considerando que, seamos o no enteramente dueños de nuestro destino, tenemos gran parte de responsabilidad en los procesos de transición; por otra parte, hay quien simplemente deja que los acontecimientos ocurran, con un sentimiento de impotencia en cuanto a la posible influencia propia.

¿Cuál es tu manera de afrontar los cambios? ¿Estás satisfecho con ella? ¿Te apetece que hablemos?

 

 

 

Sentimientos y Frustraciones

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes pomposos y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

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Con la serenidad que dan el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es. Pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.

 

Comunicación Eficaz

Este pasado sábado tuve el privilegio de impartir un taller sobre comunicación eficaz utilizando las herramientas de la inteligencia emocional. El taller fue compartido con Sonia Marquès, que se centró en los aspectos emocionales que obstaculizan la comunicación y la manera en que podemos convertirlos en aliados. Empezó por invitar a los participantes a decir adiós a las culpas y realizar un viaje interior de reconocimiento de la situación presente para darle un impulso hacia el futuro.

Mi tarea consistió en ayudar a identificar todas las herramientas que tenemos a nuestra disposición para lograr una sinfonía comunicativa de alto nivel. Quiero aclarar que me gusta más hablar de comunicación eficaz que de buena comunicación; para mí es importante valorarla en función del cumplimiento de su objetivo inicial.

Sugerí a los asistentes que, como reflexión previa a cualquier conversación, se hiciesen siempre la siguiente pregunta: ¿Escuchamos para entender a nuestro interlocutor o estamos pensando únicamente en lo que vamos a replicar a continuación?

Odio que la gente hable mientras yo interrumpo. Vicenç Pagès, Dies de frontera

Para entender las cosas, hay que colocarse en la casilla de salida. Antes de meternos en harina, es conveniente saber cuáles son, a mi modo de ver, las premisas de este apasionante mundo de la comunicación.

Para empezar, entiendo que no comunicar es imposible. Incluso quien nos ignora nos está indicando de alguna manera que, por alguna razón, no quiere establecer contacto con nosotros. Su ignorancia es su manera de comunicarse. Otra premisa básica es que todos somos diferentes. Eso es algo que hay que tener muy en cuenta si queremos que nuestro objetivo sea la eficacia. La comunicación es un producto a medida de los participantes.

Hay dos premisas muy relacionadas entre sí. La primera es que la percepción personal de algo equivale para esa persona a la realidad. Eso nos lleva a la segunda: cuando percibimos una coincidencia como incompatible, surge el conflicto. No es necesario que la incompatibilidad sea real, su simple percepción es suficiente para originar una situación conflictiva.

Aunque sea lógica, la premisa de que todos tenemos derechos, tales como a expresar nuestra opinión, a discrepar o a callar, la realidad nos dice que no todo el mundo la acepta.

Finalmente, diría que uno de los problemas de la comunicación es la falta de conciencia de nuestra habilidades para llevarla a cabo. Decía Galileo que a un hombre no se le puede enseñar nada; tan solo se le puede ayudar a que recuerde lo que ya sabe. Pensar que uno carece de esas habilidades forma parte de la larga lista de creencias limitadoras.

Los asistentes se vieron identificados, en algún momento de su vida, con los diferentes estilos de comunicación, esquematizados y resumidos en esta lista: agresivo, manipulador, pasivo y asertivo. Hubo quien reconoció que su estilo dependía en gran medida de la persona que tenía delante. Y cuando hablamos de los elementos que ayudan a desarrollar la asertividad, surgieron los conceptos de empatía, respeto, autenticidad, disponibilidad, flexibilidad y presencia. Ésta última tal vez sea la que resume la mejor actitud con la que podemos acoger al otro para comunicarnos con eficacia.

AngerCartel publicitario de la película Anger Management (Ejecutivo agresivo), dirigida por Peter Segal (2003)

También recordamos las diversas técnicas que facilitan ese diálogo colaborativo: la escucha activa, el reconocimiento, la reformulación, el lenguaje del YO, los anclajes y el feedback.

Varias sonrisas acompañadas de un gesto sombrío se esbozaron al mencionar los roles que se van tomando cuando la comunicación se vuelve tóxica: el perseguidor, que mantiene una postura agresiva y necesita ser temido; la víctima, que necesita que la compadezcan; y el salvador, que necesita que le necesiten. Y cómo esos roles se van intercambiando, incluso en una misma interacción.

Cuando abordamos las actitudes que se suelen adoptar frente a una situación de conflicto, los asistentes fueron reconociendo, con matices, las de evitación, control, acomodación, compromiso y colaboración. Se identificaron con unas más que con otras, también en función del momento de sus vidas y de las demás partes en conflicto.

Una de los momentos de más impacto se produjo al hablar de la comunicación no violenta y de la enorme fuerza a nivel personal y colectivo que este enfoque genera. De forma muy resumida, podríamos enumerar sus tres pilares básicos: toda manifestación de violencia es la expresión trágica de una necesidad no satisfecha; para practicar la CNV es preciso expresar tus propias necesidades y escuchar las del otro; lo que hacen los otros puede ser el estímulo de nuestros sentimientos, pero no su causa. Su secuencia práctica es: observación de la situación, identificación de los sentimientos que genera y las necesidades que aflora, para llegar a concretar las acciones que solicitamos que se lleven a cabo.

Abordamos la importancia de la comunicación no verbal, expresada en el estudio de Albert Mehrabian sobre el impacto relativo del lenguaje propiamente dicho, la manera en que lo expresamos y cómo lo acompañamos.

La comunicación no verbal prevalece sobre la verbal si existe contradicción entre ambas. Ángel Lafuente

Todos tenemos una preferencia sensorial a la hora de comunicarnos: unos somos más auditivos, otros más visuales, otros cenestésicos, y lo reflejamos en nuestra expresión verbal: “No lo veo claro”, “Esto huele a chamusquina”, “¡Qué bien me sienta estar contigo!”.

Reconocimos la importancia de la proxemia (distancia física de comunicación) en las diferentes culturas y situaciones, y el rol olvidado del tacto en nuestra sociedad, así como la importancia de saber gestionar adecuadamente los silencios.

Pensad siempre que tocar puede ser una delicada alternativa al silencio. Sebastià Serrano, El regal de la comunicació

HoldingHands

Fueron unas horas de viaje interior, de aceptación de nuestra vulnerabilidad, de puesta en común de experiencias de todo lo relativo a fortalezas y debilidades para lograr la comunicación eficaz que perseguimos. Tengo la sensación de que todos salimos más conscientes de nuestras habilidades, mejor equipados para afrontar cualquier situación que se nos presente en el terreno de las interacciones humanas, con las teclas de la comunicación mucho más afinadas. Y eso es muy satisfactorio.

Asertividad: Convicciones y Derechos

Asertividad: Convicciones y Derechos

Hay una agradable firmeza de tono cuando uno está en armonía consigo mismo. Peter Hoeg, The Quiet Girl

La asertividad es la habilidad relacional que consiste en la expresión directa y clara de nuestros sentimientos, la firme defensa de nuestras convicciones y derechos, con absoluto respeto por los derechos de los demás.

Cuando esta habilidad no está suficientemente desarrollada, el individuo se enfrenta a la frustración, la insatisfacción y, en muchos casos, a la generación de conflictos interpersonales.

Las creencias y pensamientos negativos, la falta de autoestima y el poco o nulo aprendizaje debido a una experiencia personal sin referentes en este sentido, son las principales causas de la dificultad en poner en práctica la asertividad.

Desde una edad temprana, en sus interacciones cotidianas, los niños dejan señales muy evidentes de su particular forma de comportarse y comunicarse. Los hay que están siempre pendientes de lo que hacen los demás, no toman nunca la iniciativa, adoptan una actitud sumisa y esperan a ver por dónde sopla el viento para tomar partido en las situaciones. En el otro extremo están los que se muestran siempre “gallitos”, toman el mando de la situación, no dudan en recurrir a la agresividad y a la manipulación para satisfacer sus deseos y necesitan constantemente una corte de aduladores que les sigan en sus actos y rían sus gracias. Entre ambas actitudes, otros adoptan posiciones más o menos equilibradas, que van variando en función de las circunstancias.

Junto con una cierta predisposición de carácter que uno lleva incorporada desde la infancia, con el tiempo se van adquiriendo creencias que están en el origen de certezas que sostienen valores y determinan comportamientos. Estas creencias obstaculizan a menudo las relaciones humanas, nos limitan a reacciones y respuestas preconcebidas y estereotipadas que no ayudan en nada a la resolución de los problemas.

Suponemos, entre otras cosas, que nuestros asuntos son cosa únicamente nuestra y que no incumben para nada a los demás. Nos negamos, de esta manera, la posibilidad de pedir ayuda a los demás, que, por otra parte, tienen el derecho a dárnosla o a negárnosla.

Por miedo a poner en peligro una relación de amistad, nos adaptamos, a veces de manera realmente absurda, a los demás. En este caso nos negamos el derecho a decir “NO”.

Animo a la gente a recordar que “No” es una frase completa. Gavin de Becker

En muchos casos, la falta de asertividad no es más que la ignorancia de nuestro derecho a tener derechos: a equivocarnos, a cambiar de opinión, a ignorar cosas y a preguntar sobre lo que ignoramos, a defender nuestra postura, a expresar libremente nuestras dudas y a contradecir la opinión ajena sin por ello sentirnos culpables.

¿Qué podemos hacer para ser más asertivos? Varias cosas. En primer lugar, identificar el obstáculo que nos lo impide. Seguidamente, como ocurre con todo proceso de cambio, llevarlo a la práctica y ejercitarlo con mucha constancia.

De cualquier forma, hay una serie de estrategias que siempre son recomendables. Empecemos por potenciar la autoestima, recordándonos que lo valiosos que somos y que tenemos el derecho -y creo en cierto modo la obligación- de ponernos en valor tanto frente a nosotros mismo como frente a los demás.

Es también de enorme importancia la manera en que nos comunicamos: el lenguaje debe ser claro, concreto y no violento. Recordemos que la violencia es patrimonio de quien está manifestando una necesidad no satisfecha, algo que está en las antípodas de la asertividad. Dentro de las características del lenguaje asertivo está el no recurrir a la amenaza ni al arrinconamiento del interlocutor.

Así como uno de los elementos que caracterizan al asertivo es su derecho a decir “No”, también lo es aceptar ese “No” cuando viene de los demás.

Para llegar a poner en práctica estas estrategias, existen multitud de técnicas que deben utilizarse en función de las necesidades de cada persona.

Tan sencilla de entender como en algunas ocasiones complicada de poner en práctica, la asertividad no es más que un equilibrio en el ejercicio del respeto por los derechos propios y ajenos.

La práctica de la asertividad genera asertividad en las personas del entorno porque uno se convierte en un referente a la hora de comunicarse. Si bien es esencial en los procesos de mediación y coaching, también es de suma importancia en cualquier interacción humana. Una habilidad imprescindible para llevar el timón de la propia vida. Las palabras de Bryant McGill lo expresan claramente:

Si no sabes manifestar quién eres realmente de manera clara y firme, estarás destinado a llevar una existencia triste y falsa, y sólo vivirás para los demás.

Triángulo de Karpman

Atrapados en juegos psicológicos: El Triángulo de Karpman

Frente a situaciones controvertidas, el ser humano puede reaccionar de diversas maneras. Cuando no se está lo suficientemente preparado para la gestión de las reacciones, uno de los riesgos más evidentes es el de caer de lleno en el tóxico entramado de juegos psicológicos en el que las partes en conflicto se sienten tan a gusto.

Stephen Karpman nos expone, en su famoso triángulo dramático, los tres roles del nefasto juego: perseguidor, víctima y salvador. Tres diferentes formas de utilizar la manipulación como herramienta de control. El perseguidor, que necesita ser temido, manipula a base de infundir miedo; la víctima, en su necesidad de ser perseguida, echa mano de la culpa; y el salvador, que necesita que le necesiten, es un maestro en el arte de sobornar.

Lo curioso es que los roles son intercambiables y cada uno de los actores puede ir pasando de uno a otro en función de su objetivo del momento, incluso durante una misma discusión.

Todos tenemos a alguien cercano cuyo juego favorito es éste. ¿Lo has identificado ya? Efectivamente, es él. Ahora que ya sabes a qué ha estado jugando durante tanto tiempo, te toca decidir: puedes seguir intoxicándote con el juego o bien tomar la firme resolución de que tu estado de ánimo no lo determinen otras personas.