El valor adaptativo del miedo

El miedo, mi gran aliado

 

El miedo está siempre a nuestra disposición, desde la más tierna infancia hasta el último día de nuestros días. Se puede presentar con múltiples caras, en las más diversas circunstancias y en diferentes intensidades.

Influidos por el carácter, por las circunstancias, por la educación o por los ejemplos presenciados, reaccionamos de una manera u otra cuando se nos presenta una situación que nos produce miedo. Estas situaciones son muy variopintas: cambios sustanciales, falta de estabilidad laboral –una reciente encuesta señala que el 37% de los españoles teme perder su empleo a corto plazo-, inestabilidad política –parece innecesario dar ejemplos-, inseguridad personal y colectiva, el futuro de nuestros seres queridos, la muerte, el error, la falta de aceptación, incluso el éxito –por la responsabilidad que acarrea-, etc. En definitiva, cualquier incertidumbre es susceptible de generar miedo.

Hace unos años, a un amigo que se encontraba enfermo -en una fase avanzada de la enfermedad-, le preguntaron en una entrevista: “¿Te da miedo la muerte?”. “Nada.”, contestó. “Estoy seguro que después de morir seremos felices.”. Ignoro si su respuesta era sincera o simplemente quería tranquilizar a sus amigos. En todo caso, aunque algunos podrían considerarlo como una actitud optimista, yo la vi más como una muestra de la coherencia que demostró a lo largo de su vida. Él se preocupaba y ocupaba de las cosas que podía controlar; al resto no le dedicaba ni un ápice de su tiempo ni de su energía.

Hay básicamente tres tipos de situaciones en la vida: las que podemos controlar; aquellas en las que, sin controlarlas, podemos ejercer una cierta influencia, y las que escapan totalmente a nuestro control. Muchas veces centramos nuestra atención y el consecuente miedo en lo que está fuera de nuestro control. Por la razón que sea, entre las que destacaría el deseo de eludir responsabilidades, solemos dedicar gran parte de nuestro tiempo a lo que no podemos controlar. Y eso nos genera una ansiedad y un estrés inmensos, porque nos sentimos en manos de fuerzas externas.

¿Por qué pensamos que el miedo es siempre algo negativo? ¿Acaso no nos sirve para sobrevivir, para anticiparnos a las eventuales amenazas que se cruzan en nuestro camino? ¿No es el miedo un excelente motivador para ponernos en acción y reforzar nuestra seguridad? ¿No es el miedo requisito imprescindible para mostrar valentía?

El miedo no es siempre controlable, pero hay momentos en que podemos disponer de un cierto espacio de libertad para escoger entre tener miedo o no tenerlo. La forma sana de expresarlo se traduce en una actitud proactiva; la forma inefectiva se manifiesta en parálisis, pasividad o negación del mismo.

“No hay mayor espejismo que el miedo.” Lao Tzu

El problema no es la realidad, sino nuestra percepción de ella. Frente a una situación incómoda, la forma en que reaccionamos es muchas veces más determinante que la situación en sí. Dar un paso atrás, vernos desde la posición de un espectador neutral, nos puede ayudar a tener una perspectiva más afinada de la situación. ¿Es realmente el tema tan agobiante, tan digno de ser temido? ¿Qué voy a pensar de esto dentro de cinco años?

“Superar lo que más temes es lo que más fuerza te da.” Matshona Dhliwayo

Vivir con miedo o aprender a gestionarlo en la medida de lo posible. Ahí está la gran decisión. ¿Voy a ser esclavo del miedo o su aliado? Eleonor Rossevelt recomendaba hacer cada día tres cosas que nos produjeran un cierto miedo. Es un buen consejo que podríamos ampliar a situaciones que nos incomoden, siempre y cuando el objetivo tenga un sentido práctico y nos sirva de ayuda. Tengamos muy en cuenta que el miedo es uno de esos obstáculos que no se franquean rodeándolos, sino afrontándolos de cara.

Así que, cuando nos digan “No tengas miedo” -una de esas frases que se suelen soltar de manera bastante frívola a modo de consejo bienintencionado-, podríamos contestar: “Gracias por tu interés, pero quisiera algo más. Miedo voy a tener de todas formas.  Lo que deseo es estar en condiciones de superarlo y de poder afrontar la situaciones que lo generan”.

 

Las preguntas no formuladas

Olvidé muchas preguntas

 

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes considerados mundanamente importantes y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

Con la serenidad que da el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

Preguntas

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es; pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. Lo que hasta hace poco eran miradas frustrantes hacia el pasado, son ahora visiones de oportunidad. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.

 

Acepta los elogios y sigue creciendo

Guardemos el repelente de los elogios

 

David (*) se sacude los elogios. Vive en una continua contradicción: le gusta que se le reconozca por su trabajo pero al mismo tiempo, cuando alguien lo hace, tiene tendencia a infravalorarse.

– Oye, David, en la reunión esta mañana has estado realmente brillante. Has expuesto tus ideas con una enorme claridad y nos has dejado a todos impresionados.

– Bueno, no es para tanto. No creas que me he quedado satisfecho. Pienso que lo puedo hacer mucho mejor.

Ésta es la típica reacción de David ante un comentario elogioso. Toda la energía positiva que uno puede recibir al escuchar un comentario de este tipo se diluye ante la actitud reticente a escucharlo y aceptarlo.

David podría mostrarse dispuesto a recibir los comentarios elogiosos, a aceptarlos con entusiasmo y a ser reconocido. Tan sólo con un pequeño cambio de enfoque en la recepción del mensaje, su estado de ánimo variaría considerablemente; por ejemplo, con una respuesta de este tipo:

– Muchas gracias. La verdad es que me ha salido una buena presentación. Aunque he visto un par de cosas que puedo afinar un poco más, he salido realmente satisfecho. Te agradezco tus palabras.

Según esta segunda versión, David habría acogido el comentario halagador en lugar de repelerlo. Y la diferencia es abismal. En este caso no olvida la parte que considera que requiere mejora, pero lo hace una vez ha agradecido las palabras de su interlocutor.

El tema es más importante de lo que aparenta. Se trata de una de las maneras más eficaces de ponernos palos en las ruedas, de sabotear nuestro camino hacia el crecimiento. Repeler de manera sistemática lo bueno que se dice de nosotros, lo positivo que nos ocurre, nos resta energía para superarnos. Ante un elogio, se suele reaccionar exhibiendo como “escudo protector” la parte menos positiva de la situación, incluso antes de agradecerlo.

No es coherente lamentarse por estar viviendo bajo la espada de Damocles cuando es uno mismo el que se ha colocado ahí  Javier Salvat

Con  David trabajamos la conveniencia de saborear lo que la vida te ofrece y los éxitos que alcanzas. Para ello resulta de gran utilidad identificar las razones por las cuales tomamos nuestras decisiones. Si uno prefiere rechazar los elogios y destacar los propios defectos, por algo será. ¿Hemos pensado qué beneficio oculto obtenemos con tal actitud? ¿Con qué intención positiva lo hacemos? Es probable que encontremos varias razones, desde la comodidad de huir de la responsabilidad que el éxito acarrea, hasta el miedo a aparentar soberbia, pasando por el temor a eclipsar a otra persona. Si rascamos un poco, encontraremos más.

Elogio

Pongamos en un platillo de la balanza lo que ganamos tomando una decisión; en el otro, lo que ganamos tomando la decisión opuesta. Siempre acabaremos decantándonos por el platillo que pese más. Lo hacemos cualquiera que sea la magnitud de la decisión a tomar; a veces no nos toma más de unas décimas de segundo, lo que equivale casi a hacerlo de manera inconsciente.

Los seres humanos, grandes especialistas en encontrar las maneras más eficaces de minar nuestro crecimiento, tenemos la enorme suerte de tener a nuestra disposición el arma absoluta: la libertad de elegir nuestra actitud.

En la vida hay muchas cosas difíciles de lograr, muchas metas a las que llegamos tras un gran esfuerzo. ¿Por qué despreciamos nuestro mérito y nos negamos la posibilidad de saborear el momento? David está gestionando muy bien su transición, es consciente de que mostrar entusiasmo por un éxito propio, lejos de constituir una actitud de soberbia, es una celebración justa y merecida. David ha tomado las riendas de su vida y se está convirtiendo en un experto en la gestión eficaz de sus emociones. Y sigue creciendo.

 

(*) Nombre ficticio para preservar su privacidad

 

El talento es insuficiente

Contratado por su talento, despedido por sus carencias emocionales

 

Ricardo (*) es jugador de baloncesto. Dotado de un alto nivel técnico y una gran condición física, su actitud es asimismo excelente: se esfuerza en los entrenamientos, es buen compañero y tiene un gran sentido del humor. Se podría decir que cumple con todos los requisitos para triunfar en el mundo del deporte. Y sin embargo, desde un tiempo a esta parte, Ricardo ha tenido la sensación de que le falta algo para sentirse realizado.

Los últimos tres años no han sido precisamente un camino de rosas en su vida: a una lesión grave, de larga duración, se le sumó una relación sentimental poco definida y con constantes altibajos. Su falta de práctica en habilidades de comunicación condujo su relación por terrenos un tanto tortuosos. Su gran error fue dar por supuestos sus sentimientos, sin sentir la necesidad de comunicarlos a su pareja. Su relación no llegó a cuajar y, aunque él dice estar tranquilo y haberla olvidado, la menciona con frecuencia en sus conversaciones.

Los mencionados percances hicieron diana en la línea de flotación de su motivación. Algo debieron ver sus compañeros de equipo y su entrenador para darle un toque de atención. “Ricardo, ¿qué te pasa? Ya no eres el mismo. Te falta aquella chispa que siempre habías tenido”. Al principio se mostró perplejo porque tenía la sensación de estar actuando como siempre. Pero lo cierto es que el entrenador lo mantenía cada vez menos minutos en la cancha hasta que poco después le comunicó que ya no contaba con él y que había contratado a otro jugador para su puesto.

JugadorBasket

Abrumado por la situación, con un amargo sentimiento de injusticia por su despido, Ricardo se sintió totalmente desmotivado. Tuvo la sensación de que su objetivo a nivel profesional se había diluido de la noche a la mañana y llegó a pensar seriamente en abandonar el deporte y empezar una nueva vida en otro país.

Debo decir que Ricardo es, entre otras cosas, una persona inteligente. Muchas horas de reflexión sobre lo ocurrido en los pasados meses le abrieron los ojos: tal vez no había dado lo mejor de sí mismo, ya no era el de antes de la lesión y los problemas personales habían hecho mella en su ilusión por el deporte. Y él había sido el último en percibirlo.

Todavía algo confuso, habló con su representante y le pidió que le buscara un equipo para la temporada que estaba a punto de empezar. En el mundo del deporte las noticias vuelan y muchos tenían conocimiento de que Ricardo no pasaba por su mejor momento, lo que mermaba mucho las probabilidades de optar por un equipo de la misma categoría en la que había jugado en los últimos años. Finalmente aceptó una oferta de un equipo de categoría inferior.

Para cambiar hay que despertar, estar alerta. Más que elucubrar sobre la existencia de una oportunidad, se trata de ser capaz de verla.  Javier Salvat

Con muchas dudas y sin haber descartado del todo la idea del abandono, me llamó. Necesitaba aclarar sus ideas y sentirse seguro de lo que iba a hacer. Trabajamos la determinación de objetivos, la asunción de riesgos y la idea de que en esta vida no podemos contar con la garantía de que todo va a salir según nuestros deseos. Ricardo se fijó como objetivo, a nivel individual, llegar a ser el mejor jugador de la categoría en su demarcación (existen medidas estadísticas que permiten determinarlo) y lograr el ascenso con su equipo, como objetivo colectivo. Objetivos ambiciosos, concretos, realizables y con plazos definidos. De momento está cumpliendo con creces: ha sido convocado por la selección regional y su equipo se encuentra en una enconada pugna por el primer puesto de la clasificación.

Ricardo, en cierto modo, ha despertado. Era consciente de su talento como deportista, pero ahora sabe que eso no es suficiente. Ha descubierto sus habilidades de comunicación, sabe gestionar mejor sus emociones, identifica sus estados de ánimo,  los hace jugar a su favor y los pone al servicio del equipo. Su vida privada está también recibiendo el impacto positivo de su nueva situación. Vive más sosegado y contento.

El talento es necesario para triunfar, pero debe ir unido a otro tipo de habilidades para poder lograr el éxito. Ricardo fue contratado por sus habilidades técnicas pero fue despedido por su momentánea carencia en habilidades emocionales.

Cuántos talentos se han desperdiciado por no ir acompañados de otro tipo de habilidades… Y qué placer descubrir que lo tenemos todo al alcance de la mano. Todos queremos ganar, pero ¿estamos todos dispuestos a hacer lo necesario para lograrlo? Si es así, el momento es ahora. Como dijo Tim Ferris, «Algún día es una enfermedad que nos llevará juntos a la tumba a nosotros y a nuestros sueños«.

 

(*) Ricardo es un nombre ficticio para respetar la privacidad y confidencialidad del cliente. Los contextos están ligeramente modificados por el mismo motivo, pero se trata de un caso real.

El coaching, palanca de elevación

El coaching puede ayudarte a elevar tu nivel de calidad

 

Cuenta Julio Llamazares en su relato Tanta pasión para nada que Miroslav Djukic tuvo que superar muchas adversidades para llegar a ser futbolista de élite.

En ocasión del famoso penalty cuyo desenlace fue decisivo para determinar el campeón de la Liga 1993-94 y que tuvo una enorme repercusión en el mundo del fútbol, el autor hace un ejercicio de elucubración sobre los pensamientos que se le fueron acumulando al jugador desde que el árbitro señaló la falta hasta los instantes posteriores a la parada del portero del Valencia.

Una de las primeras dificultades con las que Djukic tuvo lidiar en su adolescencia fue la férrea oposición de su padre a que se dedicase al fútbol en detrimento de sus estudios. Cuenta que su progenitor le fue pinchando todos los balones que encontraba por casa y que Miroslav tenía que ir reponiendo con sus ahorros.

Es duro acometer un objetivo en la vida cuando el camino del éxito va en dirección contraria a los deseos de un padre. El temor a que tu triunfo suponga una decepción para un ser querido es tan difícil de comprender como complicado de digerir.

Hay que decir en descargo de su padre que, resignado a la determinación de su hijo, acabó fabricándole una bicicleta con el material de su chatarrería.

Con algunos altibajos –abandonó la práctica del fútbol en un par de ocasiones- el jugador logró desarrollar una carrera lo suficientemente meritoria como para ser contratado por un club de la liga española: el Deportivo de La Coruña. Y su carrera fue brillante.

El deporte es una excelente escuela de vida. Tanto en los deportes individuales como en los de equipo, hay un gran abanico de posibilidades de poner en práctica multitud de facetas: trabajo en equipo, autoconocimiento, responsabilidad, gestión emocional, asunción de competencias, etc.

A pesar de que es y será recordado por muchos por su fallo en aquel fatídico último minuto de la última jornada de liga, Djukic fue un buen ejemplo de deportista completo a nivel físico, mental y de actitud. No debemos olvidar que el fallo es una de las posibles consecuencias de cualquier intento, y que para fallar, antes se tiene que demostrar el valor presentando la candidatura al protagonismo, en este caso a lanzar el penalty.

Djukic

Volviendo al conjunto de su carrera, muchos podrán pensar que si él lo logró, todos pueden hacerlo. En general todos tienen el potencial para lograrlo, eso lo tengo claro, pero no todos son conscientes de tener esa capacidad para ponerla al servicio de sus objetivos. Cuánto talento desperdiciado hay por el mundo por la simple razón de no haber hecho una buena labor de autoconocimiento y de aceptación de la propia responsabilidad

En la vida hay muchas circunstancias que determinan nuestro camino. Unas están bajo nuestro control, en otras podemos influir de alguna manera y otras escapan totalmente a nuestro dominio. Trabajar las dos primeras es fundamental para salir adelante. El azar o el destino –que cada uno lo llame como más le guste- juegan su baza, aunque de cierta manera podemos ponérselo más fácil o más difícil, según cuáles sean nuestras pretensiones.

Para aquéllos que precisen de un acompañamiento en el desarrollo de su carrera profesional, o en cualquier otro aspecto de su vida, existen excelentes profesionales -entre ellos los del coaching– que les pueden ser de gran utilidad. Si la vida te da limones, seguramente te dedicarás a hacer limonada, pero la gran diferencia está en el salto cualitativo y diferencial que supone decidirse a hacerla en abundancia y de la mejor calidad.

 

Sentimientos y Frustraciones

Te fuiste, como todos, cuando te tocó, aunque para los seres queridos ese momento llegue siempre demasiado pronto. Tu vida fue plena en muchos sentidos. Dejaste un buen recuerdo en las personas que se cruzaron en tu camino, muchas de las cuales vivieron mejor porque tú viviste, y ésa es una de las mejores definiciones del concepto de éxito.

Trabajamos juntos en diversos proyectos que nos llevaron a lugares lejanos. Compartimos mesa con personajes pomposos y también con personas interesantes. Parecíamos un buen complemento el uno para el otro. El futuro se presentaba brillante y lleno de retos. Y sin embargo…

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Con la serenidad que dan el paso y el poso del tiempo, entiendo que compartimos más experiencias que conversaciones. El silencio, como forma de comunicación, ofrece dos caras: por un lado, uno tiene la sensación de que las cosas se dan por entendidas, que si no las comentas es que hay acuerdo, al menos en lo básico; por el otro, el silencio te llena de dudas, de preguntas que quedan en el aire sin respuesta. Y tras cada reflexión, tras cada pregunta muda, uno piensa que ya llegará el momento de exteriorizarla.

El tiempo, gran aliado para algunas cosas, ejerce un gran poder de descomposición para otras. Uno se acostumbra a no preguntar si nunca es preguntado. Las dudas no despejadas se acumulan y algunas decisiones en apariencia incomprensibles adquieren la dolorosa categoría de desprecio o ninguneo. Si suena a reproche, no dudes de que lo es. Pero, en primer y principal lugar, hacia mí mismo. Todos los días, sin excepción, me pregunto por qué no pregunté, por qué no expresé mis sentimientos y mis frustraciones.

Y llega un día en que el tiempo ejerce su inapelable dictadura y te deja sin la oportunidad que estabas esperando para poner las cartas sobre la mesa y boca arriba. Se acabó. Ahí te quedas con tus cosas. Apáñatelas tú solo.

Afortunadamente, el tiempo también ha venido a mi rescate con su mejor versión. Me ha abierto los ojos a una nueva perspectiva. En lugar de llorar sobre la leche derramada, pienso que puedo ayudar a otras personas a que el cántaro no se les caiga de las manos. Yo he aprendido la lección pero he pagado una factura muy alta en términos de tiempo, esfuerzo y desgaste emocional. Si estas líneas pueden servir para que alguien reflexione y pueda gestionar mejor que yo una situación semejante, las doy por bien empleadas.

No me gusta dar consejos no solicitados; camuflaré éste bajo el disfraz de una recomendación: no permitáis que el tiempo determine si una conversación se va a quedar para siempre pendiente. Vosotros mismos os lo agradeceréis.

 

Autosabotaje

El autosabotaje, un arte al alcance de todos

Y llegó el día en que el riesgo de permanecer bien abrigado en el capullo era más doloroso que el requerido para florecer. Anaïs Nin

Cuando uno piensa que triunfar en la vida consiste en llegar a ser exactamente igual que una persona famosa, reconocida por sus éxitos, las probabilidades de fracaso son grandes. No porque no se la pueda igualar sino porque cada uno es diferente y el éxito, en consecuencia, también lo será. El verdadero éxito no consiste en ser un clon de otro triunfador, sino en ser la mejor versión de uno mismo.

A lo largo de mi vida he sido testigo de muchas carreras profesionales de un nivel muy inferior al talento de sus protagonistas. Por muy diversas razones, algunas personas no consiguen poner todo su talento al servicio de una tarea determinada. A veces, en la conocida fórmula Rendimiento = Potencial – Interferencias, estas últimas tienen demasiado peso.

Una esas razones podría calificarse, a riesgo de parecer un tanto simplista, de una cierta intolerancia al éxito. Cuando se tiene una visión del éxito como algo al que sólo pueden acceder cierto tipo de personas, entre las que uno no se encuentra, hay tendencia a considerarse con derecho sólo a una mínima porción del mismo y durante un limitado período de tiempo. Sentirse bien siempre no es bueno ni aceptable, parecen pensar. El problema con muchas creencias es que, a pesar de no tener un sustento real, acaban constituyendo un obstáculo porque las asumimos como reales.

Esta intolerancia puede manifestarse de diversas maneras: unos echan mano de la preocupación, ese sentimiento que nos traslada a un futuro negro y nos impide disfrutar del presente; otros optan por sentirse culpables –“yo no merezco este éxito tanto como otros que han luchado más que yo”, por ejemplo-; y  otros se quitan el mérito de encima, argumentando que lo que han logrado “no es para tanto”.

En la práctica, los que sienten esta intolerancia pueden llegar a casi cualquier cosa para sabotear su éxito y lograr bajar hasta un nivel en el que se encuentren más cómodos. Y no hay nada más tramposo y paralizante que la comodidad.

Nuestro miedo más profundo no es el de ser inapropiados. Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida. Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta.  Marianne Williamson

El éxito puede producir miedo y rechazo. Es cierto que acarrea más responsabilidad y que ésta no es del gusto de todos. Pero también es cierto que, bien digerido, es la máxima expresión de  la realización personal. Y una vez llegados a él, dejamos de sentir la necesidad protectora del ego que, frente a la alta autoestima, desaparecerá de nuestra vida por no tener ya razón de existir.

Me gusta hablar del deporte, gran escuela y escaparate de vida. Todos tenemos un deporte favorito, al que seguimos más o menos de cerca. Cuando uno lleva ya recorrida una gran parte de su trayectoria vital, el número de deportistas que han desfilado delante de sus ojos es enorme. ¿Cuántos de ellos se han quedado a medio camino por no haber sabido sobreponerse a esa intolerancia al éxito? Me vienen a la mente unos cuantos nombres, que no citaré.

Afortunadamente, hoy en día existen muy buenos profesionales que pueden ayudar a los deportistas a dar ese salto desde su situación actual hasta la deseada, sorteando los obstáculos que hay en el camino, muchos de ellos autoimpuestos.

En este momento recuerdo con nostalgia una anécdota cercana a mí y lejana en el tiempo, y que ilustra ese miedo al éxito que muchos padecen. En medio de la sesión preparatoria de un partido, el entrenador se acerca a uno de los jugadores y le dice: “Eres un excelente futbolista. Bueno, permíteme que matice: tienes el talento suficiente para serlo. ¿Por qué demonios no te esfuerzas más?”.  El muchacho, que en ese momento todavía no conocía la razón, se quedó sin respuesta. Si la hubiera conocido entonces, tal como descubrió años más tarde tras haber analizado las circunstancias de su vida, habría contestado: “Porque si me esfuerzo, corro el riesgo de triunfar”.

 

 

La Motivación

La motivación, ese motor que no siempre está a punto

Si hacemos un repaso mental a las personas que hemos conocido a lo largo de nuestra vida, no tendremos problemas en identificar a aquéllas que, según nuestros parámetros, consideramos que han logrado el éxito y a otras que, a pesar de tener las condiciones necesarias para ello, se han quedado a medio camino.

Una de las claves para alcanzar los objetivos está en la motivación, ese carburante que nos permite mantenernos en la carrera diaria y cuya intensidad está fuertemente ligada al rendimiento profesional.

Para analizar la relación entre motivación y rendimiento, vale la pena echar mano del mundo del deporte, ámbito que nos ofrece múltiples ejemplos del desarrollo de la actividad humana, tanto física como mental. Entre los deportistas encontramos diferentes patrones de motivación, con las lógicas consecuencias en su rendimiento, tanto en el entrenamiento como en la competición.

No es la carga lo que te hace caer, sino la manera en que la llevas. Lou Holtz

Un primer patrón lo configuran aquellos deportistas que han aprendido a instalarse en la impotencia. Se caracterizan por un nivel de esfuerzo bajo y por atribuir sus fracasos a factores externos -mala suerte o rivales fuera de alcance. No les vale la pena el esfuerzo, pues piensan que el resultado escapará siempre a su control. Este sentimiento de impotencia tiene su origen en experiencias pasadas, en las que, por diversas razones, las derrotas fueron el pan de cada día.

La buena noticia es que lo que se aprende puede ser desaprendido. Un buen coach trabajará para redefinir su concepto de éxito, llevándolo al terreno de la mejora personal, que es lo único que el deportista puede controlar, y ayudándole a olvidarse de la comparación con otros, ambición tan habitual como estéril.

Un segundo patrón lo constituye el miedo al fracaso. Se trata de un motivador muy fuerte, pero que resta energía y placer a la actividad que se lleva a cabo. La ansiedad generada por el miedo se traduce en bajo rendimiento. El miedo al fracaso puede tener varias causas, aunque casi todas hacen que la autoestima y los afectos estén condicionados a los resultados deportivos.

Los síntomas del miedo al fracaso se detectan por la invención de excusas antes y durante la competición, la preocupación por la valoración ajena y miedo al nivel del adversario. La ansiedad provoca la sensación de falta total de control. Los afectados se sienten incapaces de hacer un análisis racional de la derrota, ya que consideran al fracaso como única medida de su valor.

La primera medida para dominar ese miedo es reconocerlo. La labor del coach consistirá en establecer un canal de comunicación muy fluido y paciente con el deportista y lograr que identifique la derrota como una oportunidad para aprender, actitud propia de los grandes deportistas. Es fundamental que sea capaz de separar su identidad de su rendimiento. Las técnicas de establecimiento de objetivos personales son de gran ayuda.

Algunos creen que ganar acarrea consecuencias negativos, lo que los convierte en sujetos del miedo al éxito. No todos los deportistas están en condiciones de digerir las expectativas poco realistas de su entorno, ni se sienten cómodos con la idea de servir de ejemplo a otros. Otro factor que puede influir es un cierto miedo a eclipsar a compañeros menos dotados. Se dan incluso casos de deportistas con talento que se retienen en la competición por miedo a decepcionar a un ser querido que ha puesto sus expectativas de futuro fuera del ámbito del deporte.

Los que tienen miedo al éxito perciben la competición como una especie de pequeña tortura por la que tienen que pasar con una cierta frecuencia; aflojan en su esfuerzo cuando están en ella e incluso llegan a evitarla si les es posible.

Sus objetivos deben ser claros y no debe permitir que les sean impuestos otros. Necesitan seguridad y ayuda para expandir su zona de confort, así como técnicas de visualización que representen su mejor versión, acorde con su potencial. Las dinámicas de grupo ayudarán a armonizar su rendimiento con el del resto del equipo.

El perfeccionismo es un motivador que causa muchos problemas. Es la minuciosidad llevada al extremo. El perfeccionista no está nunca satisfecho con lo que hace y se siente culpable cuando descansa. Necesita ayuda para poner su rendimiento en perspectiva y darse cuenta de la necesidad del descanso físico y mental. Se le puede ayudar instándole a verbalizar los aspectos positivos de la competición, una vez acabada ésta. Se le debe fomentar el placer del proceso, independizándolo del resultado.

El deportista instalado en el bajo rendimiento, llamado coloquialmente “manta”, es aquél con talento natural pero adicto a la ley del mínimo esfuerzo. Su principal enemigo es precisamente su talento. Se queda anclado en éxitos pasados y alcanza niveles competitivos para los que no está preparado. Su principal reto es identificar la relación entre esfuerzo y éxito. Debe cambiar la perspectiva del tiempo, ya que está centrado en el pasado y debe entender que los éxitos pasados no garantizan los futuros.

La eficacia adquirida, término acuñado por el psicólogo Robert Rotella, es el patrón ideal y el que proporciona los mejores resultados. El deportista con esta motivación asume el control de su rendimiento, no necesita excusas y percibe las debilidades como desafíos. Su confianza no se pone en riesgo por el hecho de padecer alguna derrota. Se prepara a conciencia, con objetivos claros y sabe que los factores externos, por sí solos, no son determinantes. Sabe abstraerse de las distracciones en la competición y considera que tanto el pasado como el presente y el futuro pueden aportar cosas importantes.

Muchos son los casos de talentos desperdiciados por un mal ajuste en la motivación. Se me ocurren varios, tanto en el pasado como en el presente. Sería deseable reducir su número en el futuro. En eso estamos.