El presente, atrapado entre el pasado y el futuro
Somos expertos en valorar el pasado y en dedicar nuestro tiempo a la expectación de lo por venir. Adictos a la nostalgia y a la anticipación, raramente gozamos del momento presente.
La verdad es que es difícil definir el presente. Echemos un vistazo a la definición que nos ofrece el diccionario de la RAE:
Dicho del tiempo: Que es aquel en que está quien habla
Se entiende lo que quiere decir, pero, aun así, es complicado trasladarlo a la realidad. ¿Cuánto dura? Ahora que estoy escribiendo, es presente, pero cuando paso a la siguiente frase, ese presente del que acabo de hablar ya es pasado. Creo que para entender lo que nos pasa con el tiempo tenemos que hacer una pequeña trampa: arañar un poco del pasado y otro poco del futuro y añadirlo a lo que entendemos como presente. Para vivir algo plenamente necesitamos un cierto lapso de tiempo que nos permita percibir las cosas.
Bien, ya le hemos regalado un poco más de espacio (tiempo) al presente. El problema, sin embargo, no desaparece. Nuestra mente sigue con su continuo vaivén: atrás, adelante, atrás, adelante… Rechazamos el momento presente; no estamos cómodos con él. El pasado va adquiriendo más calidad a medida que se va alejando; el futuro está lleno de esperanza, de misterio o de miedo. El pasado no se puede cambiar; por lo tanto, lo que hacemos es alterar la percepción que tenemos del mismo, reinterpretándolo y adecuándolo a nuestros intereses. En todo caso, a ambos tiempos les dedicamos la mayor parte de nuestros pensamientos y energías.
«El futuro es, en principio al menos, moldeable, pero el pasado es sólido, macizo e inapelablemente fijo. Sin embargo, en la práctica de la política de la memoria, futuro y pasado han intercambiado sus respectivas actitudes» Zygmunt Bauman
Un ejemplo muy ilustrativo es el caso de las vacaciones. Todo el mundo se muestra entusiasmado cuando se acercan, reina la excitación sobre las cosas maravillosas que nos van a deparar y su preparación es causa de alegría y felicidad. No se tarda mucho tiempo, una vez comenzadas, en dejarse llevar por el runrún de su final. Se van descontando los días del calendario y la melancolía se va instalando en las mentes. ¡Y estamos en vacaciones, en ese período tan esperado y en el que nos lo íbamos a pasar tan bien! Una vez terminadas, entramos en lo que los expertos llaman depresión posvacacional, que tiene una duración variable pero que suele desvanecerse cuando entra en liza la perspectiva de las siguientes vacaciones.
La razón principal por la que nos ocurre esto es la falta de conciencia, tanto de nosotros mismos como de los demás y de nuestro entorno. Para abandonar la necesidad de anclarnos en el pasado y en el futuro necesitamos reconocer lo que estamos sintiendo, darle un nombre a la emoción que se deriva de ese sentimiento y decidir cómo vamos a actuar como consecuencia de ello. ¿Recuerdas aquella ocasión en la que tuviste una fuerte reacción emocional frente un acontecimiento concreto? Da un repaso a los puntos que acabo de mencionar e intenta determinar cuál fue tu emoción y cómo impactó en tus pensamientos y en tu conducta. Te servirá de ayuda en el futuro.
Los sentimientos y sensaciones son experiencias integrales, que moran tanto en nuestro cerebro emocional como en nuestro cuerpo. Si estamos atentos a lo que nos comunican, podemos disfrutarlos, afrontarlos y gestionarlos de manera que nos sirvan de aprendizaje.
“Vive eternamente quien vive en el presente.” Ludwig Wittgenstein